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Paradojas del agua

Huracanes y tifones, lluvias intensas, ríos que se desbordan y arrasan pueblos a su paso; ante las crecidas, el ser humano puede hacer bien poco.

Autor:

Marylín Luis Grillo

La simple ojeada a titulares de todo el orbe nos pudiera hacer pensar que el mundo se escinde entre inundaciones y sequías. Es una apreciación que se convierte en certeza para muchos, porque no es algo que solo veamos desde la distancia de una pantalla o un televisor: es una realidad que se vive.

Huracanes y tifones, lluvias intensas, ríos que se desbordan y arrasan pueblos a su paso; ante las crecidas, el ser humano puede hacer bien poco.

Hace unas semanas, más de 300 personas en Sierra Leona quedaban sepultadas por avalanchas que, tras una noche de precipitaciones, hicieron caer parte de una montaña. Como casi siempre sucede, la mayoría de las víctimas eran pobres que vivían en casas ilegales levantadas con sus limitados esfuerzos.

Jornadas después, el corazón petrolero de Estados Unidos veía desaparecer bajo agua sus carreteras: cinco días de Harvey sobre Texas causaron millonarias pérdidas y al menos 42 muertes. Ahora, el Caribe sufre el peligro bajo los nombres de Irma, Katia y José.

Han sido episodios puntuales aunque tristes; sin embargo, en varios países al sur de Asia son casi cuatro los meses en los que no escampa. Las lluvias monzónicas de esta temporada, fenómeno que cada año afecta durante el verano a la región, han sido las peores en una década y los daños alcanzan niveles superiores a los registrados en un largo tiempo.

La semana pasada, cuando el evento comenzaba a disminuir, Naciones Unidas publicaba que debido a las inundaciones y sus efectos desde junio, en Nepal los fallecidos sumaban 159 y en Bangladesh, 144. Las autoridades de Pakistán hablaban de 115 víctimas y en India la Autoridad Nacional de Gestión de Desastres reportó 1 687 muertes. Además de las más de 2 100 víctimas mortales, se registraron en total unos 41 millones de damnificados.

Corinne Ambler, quien trabaja con la Cruz Roja en Bangladesh, dijo a BBC que las inundaciones allí eran las peores en 40 años, «creo que en el resto del mundo la gente no tiene idea de la escala de este desastre: 8 600 000 personas han sido afectadas, tres cuartos de un millón de casas destruidas o dañadas. Es enorme».

Luego de sobrevolar por territorio bangladesí, Ambler lamentaba: «Solamente había agua. Había muchas casitas y grupos de casas perdidas entre grandes cantidades de agua y pudimos ver muchos campos completamente cubiertos de agua, agua hasta donde alcanzaba la vista».

Lo más sorprendente es tanta lluvia y que no sea suficiente para saciar un «planeta azul» al que cada día le crecen nuevas grietas. Las extensas temporadas de sequías han antecedido las hambrunas en África y para este 2017 las cosechas resultaron insuficientes en varios países, básicamente porque no llovió bastante los meses anteriores.

Son las paradojas del agua, las paradojas que traen consigo siglos de contaminación y cuyas consecuencias ya son palpables. ¿La más peligrosa de todas? La carencia del preciado líquido, que falta a cerca del 30 por ciento de la población global.

Según la Organización Mundial de la Salud, alrededor de

2 100 millones de personas carecen de agua potable y disponible en el hogar. La situación es peor para los menores y las naciones en conflicto. «Cuando los niños no tienen agua potable y cuando los sistemas de salud están en ruinas, la desnutrición y enfermedades potencialmente mortales como el cólera llegan inevitablemente», sentenció el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), al tiempo que condenaba el uso del acceso al recurso vital como un arma de ataque.

¿Pudiera ser la Tercera Guerra Mundial, la Guerra del Agua? No me extraña, los conflictos armados suelen ser un excelente catalizador de desastres. La clave, a estas alturas, es tratar de evitarlo.

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