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¡Por Chávez!

El alma que empujó a aquella muchacha y a más de ocho millones de venezolanos a votar era la de un hombre que predicó todo el tiempo de una manera tan convincente, que se ganó de una sola vez los corazones del pueblo

Autor:

Marina Menéndez Quintero

«Por ti, Chávez». Así dijo, con la mirada brillante puesta en la cámara, la joven que divulgó en las redes sociales el video donde se la ve, con un grupo de vecinos, despejar a mano pura la maleza del monte por donde los violentos les obligaban a ir para poder votar en las elecciones de la Asamblea Constituyente.

Fue en julio pasado, y la frase y el gesto conmocionaron a propios y extraños. No he encontrado una expresión viva más acabada de lo que significa el legado de un hombre: aun ausente, ¡Chávez seguía empujando a las masas!

Claro que la figura que animaba la decisión era más que una imagen reiterada en los posters; más que esa voz que conmueve desde el himno cantado bajo la lluvia, como una arenga y con la gente, en aquella, una de las últimas y trascendente manifestación de pueblo en que participara.

Es más, incluso, que la letra seguro apurada con que redactó, poco antes de su partida, el Plan de la Patria donde dejó claros los derroteros, en un documento que podría considerarse apenas una parte de su enorme testamento político.

El alma que empujó a aquella muchacha y a más de ocho millones de venezolanos a votar era la de un hombre que predicó todo el tiempo de una manera tan convincente, que se ganó de una sola vez los corazones del pueblo.

Aun en la clandestinidad, el entonces joven teniente coronel retirado fue un fenómeno de masas desde que salió de la cárcel, adonde fue conminado por el levantamiento del 4 de febrero de 1992, que lo dio a conocer como soldado revolucionario y justo en medio de los tumultuosos tiempos que siguieron a la explosión popular contra el neoliberalismo de Carlos Andrés Pérez conocida como El Caracazo.

Por ello, a pesar de que su programa de Gobierno todavía no estaba elaborado, aunque seguro lo llevaba ya en medio del pecho, Chávez se ganó las simpatías de las multitudes que lo situaron por primera vez en la presidencia en 1998; las mismas que luego lo relegirían, siempre por amplia mayoría, en las elecciones de 2000, 2006 y 2012.

Era un hombre que venía de abajo y sabía bien lo que necesitaba el pueblo. Y tenía la llaneza honesta del llanero nacido en Barinas, que solo con su saludo cordial era capaz de colarse en el corazón de sus paisanos. ¿Qué otras cosas para calar en la gente?

La vida y el pensamiento de Bolívar, que de tanto estudiarlo casi podía recitar, le habían dado la formación necesaria a un político latinoamericano de estos tiempos. La mejor. No le hizo falta más para proyectar y materializar su también apurada agenda integracionista.

Vio rápido que era menester revertir la unipolaridad, y supo buscar amigos y socios que hoy le perduran a su patria en Rusia, Belarús; en el Medio Oriente, en Asia… 

No es exactamente su legado el que está en juego cuando el imperialismo y quienes resultan seducidos o comprados por él intentan revertir un proceso que es fruto de las circunstancias históricas, pero también de un líder popular y revolucionario del tamaño gigante de este Chávez, a quien la muerte le robó mucho tiempo porque se lo llevó antes de lo pactado.

Lo que está en juego es la vida de ese pueblo —el suyo y el latinoamericano— para el cual bregó, donde vive en la decisión de personas como aquella muchacha que arrostró los peligros y, como si levantase una copa, refrendó la porfía convertida en juramento: «¡Por ti, Chávez!».

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