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Postales de Vietnam

Desde Hanoi hasta Ciudad Ho Chi Minh, el país de los anamitas es arraigado a su cultura, con tradiciones peculiares y mucho amor por Cuba

Autor:

Yurisander Guevara

La pantalla que tengo frente a mí en el Boeing 777-300ER indica que vuelo sobre Dien Bien Phu. Han transcurrido más de 30 horas desde la partida de La Habana y pronto llegaré al destino: Hanoi, Vietnam. Miro por la ventanilla y desde los diez kilómetros de altura a los que me encuentro observo cadenas infinitas de montañas bajo un sol resplandeciente

El tono del paisaje predominante es verde oscuro. Luego se abre una llanura, y la marca del hombre aparece en forma de ciudad mediana, apenas visible. Es Dien Bien Phu. Allí se libró una de las batallas más épicas de la historia del país que en un rato comenzaré a conocer, la cual daría paso a otras luchas hasta la definitiva liberación de la tierra de los anamitas.

Para cuando finalmente el avión comienza a descender sobre Hanoi, el paisaje es otro. Pequeñas comunidades afloran aquí y allá sobre una llanura interminable, todas de techos rojos y rodeadas de lo que parecen ser pequeños campos de arroz. Llueve. La capital de Vietnam nos recibe en el aeropuerto internacional de Noi Bai con una fina capa de agua.

Al transitar por el puente que cruza el río Rojo observo un platanal que parece infinito. Está ubicado justo debajo del puente, y su acceso solo es posible por la vía fluvial. Aquí cada espacio se aprovecha.

La lluvia finalmente cede y los locales me informan que acaba de llegar el primer frente frío del invierno. La noche confirmará que las temperaturas han bajado, aunque realmente ese «frío» es similar al que tenemos en Cuba durante nuestro «invierno». Al día siguiente ya no estará.

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Las calles de un país reflejan la idiosincrasia de su gente. En Hanoi, por ejemplo, son un hervidero de motos que vienen y van sin cesar. Aunque también transitan autos, camionetas, camiones y guaguas, lo cierto es que este país está dominado por los vehículos de dos ruedas.

Las motos son la «evolución» de una nación en crecimiento. El visitante que llega del Caribe viene con la imagen de miles de ciclistas a los que ha visto en alguna ocasión por televisión. Pero esos ya casi no existen. Ahora transitan en motocicletas, generalmente Honda o Yamaha, de 50 cc de potencia, muy parecidas a las eléctricas que empiezan a dibujar una Habana diferente a 15 000 kilómetros de distancia.

Lo singular de Hanoi radica en que este río de motos tiene unas corrientes muy peculiares: a pesar de que la ciudad está debidamente señalizada, especialmente con semáforos para vehículos y peatones, todos circulan a placer, y nadie choca.

El ritmo es lento, aunque constante. Las motos que tienen luz verde avanzan, y «evitan» a aquellas que, a pesar de la luz roja, igualmente lo hacen. El meme moderno sobre las reglas del tránsito está hasta impreso en un pulóver: con luz verde: puedo seguir; con luz amarilla: puedo seguir; con luz roja: ¡todavía puedo seguir! La situación no es exclusiva de Hanoi. En Ha Long y en Ciudad Ho Chi Minh el comportamiento es el mismo.

Es en este ir y venir donde el vietnamita muestra su paciencia, pues a diferencia de los acalorados choferes antillanos, que a la primera vociferan y gesticulan, sus homólogos asiáticos no se inmutan: sencillamente avanzan. Incluso, cruzar la calle es además un arte. El peatón extiende la mano y avanza. «Nunca retrocedas, hacia adelante siempre», me dicen los guías cuando, aterrorizado, cruzo mi primera calle en Hanoi en medio de un océano de motos. Menos mal que muchas arterias son estrechas y el susto dura poco.

Los vietnamitas dicen que al menos existe un 60 por ciento de motos en proporción a la cantidad de habitantes. En un país con una población de poco más de 95 millones de personas, hablamos de unos 60 millones de estos equipos. Sí, el río de vehículos de dos ruedas es incesante.

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Cualquier mediodía en Vietnam es un espectáculo visual para el visitante. Quizá los naturales de esta tierra no se den cuenta, pero los singulares cafés que pululan por todas partes atraen la curiosidad del extranjero.

Cuando el sol está más alto en el cielo, centenares de miles de personas salen a almorzar. Y lo hacen en los mencionados sitios, generalmente sentados en unas pequeñas banquetas de plástico que se ubican en las aceras.

Cada planta baja en Hanoi es un comercio. Muchos de ellos son cafés, como los nombran sus dueños. La comida más típica en el país es el Pho, consumido a montones, siempre sobre las pequeñas banquetas de plástico. Se trata de una sopa con fideos de arroz y trozos de carne, adornada con especias como menta, albahaca, limón, pimienta, cebollino, cilantro, entre otras.

En el apartado comestible Vietnam pareciera ser la cocina del mundo. Los platos, más variados no pueden ser, y su sabor dependerá de la región en que se cocinen. Por ejemplo, en Ciudad Ho Chi Minh gustan mucho del Bun Cha –orignario de Hanoi–, una mezcla de carne de cerdo a la parrilla, ensalada crujiente de hierbas aromáticas y fideos de arroz, todo ello unido con una salsa soja ligera y, a la misma vez, potente.

La fama de consumidores de pescados y mariscos la tiene muy bien ganada esta nación, y la cocción es especialmente diversa. Incluso, el visitante se encuentra con otras opciones menos comunes, como los caracoles, altamente apreciados en toda la geografía vietnamita.

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La bahía de Ha Long, Patrimonio de la Humanidad, destacada por los imponentes apisajes que ofrecen las 1 969 islas asentadas en ella. Foto: Yurisander Guevara

Amanece y una fina niebla cubre la bahía de Ha Long, ubicada al noreste de Vietnam. El cielo anda cubierto de nubes y la jornada presagia lluvia. Todos esperamos que no ocurra. A fin de cuentas, tenemos un cita con un lugar declarado como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1994, sitio de leyendas que resalta por sus aguas color esmeralda y sus 1 969 islas de piedra caliza cubiertas de selvas tropicales.

A la bahía se llega luego de un breve trayecto, y enseguida emprendemos viaje. El sol parece que no asomará, pero la lluvia, por suerte, tampoco lo hace. Las islas, en cambio, hacen acto de presencia a poco de comenzar la navegación. Dos de ellas, vistas desde cierto ángulo, se asemejan a un gallo y una gallina besándose, nos cuenta nuestro guía mientras el barco se posiciona para que podamos ver la escena.

Un rato más tarde atracamos en un pequeño puerto que nos depara una agradable sorpresa. Cuenta la leyenda, que también tiene de historia real, que un campesino se encontraba buscando leña cuando su fardo se precipitó por un hoyo. Así descubrió la cueva de Thien Cung, una formación cavernosa datada en cerca de 700 000 años que en su interior atesora formas curiosas entre sus estalagmitas y estalactitas y cuyo nombre se traduce como Palacio Celestial.

Si de maravillas naturales se trata, Vietnam tiene mucho que ofrecer. Transitar por su geografía es una explosión de color verde. Para ellos el tema medioambiental es muy importante. Las ciudades, a pesar de ser laberintos de concreto, cristal y metal, tienen muchos toques de verde, con árboles y plantas sembradas por doquier, incluso en los edificios. En Ha Long, donde predomina lo natural, hasta el aire es distinto: tiene un sabor mágico.

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Un país es su gente, y los vietnamitas son serviciales, modestos y muy cariñosos. Esto último se manifiesta de forma especial cuando se escucha una palabra: Cuba.

A una distancia de más de 1 700 kilómetros se encuentran María y Minh. Ambos tienen en común el haber estudiado en nuestro país. Ahora fungieron como guías durante el periplo por su tierra.

Tanto María como Minh podrían estar en este momento ejerciendo su trabajo como guías de turismo y probablemente lo hagan con mucha profesionalidad, pero durante nuestra estancia nos confesaron, además, sentirse muy felices de poder atendernos.

Minh estudió turismo en la Universidad Central «Marta Abreu» de Las Villas y habla un castellano perfecto. Tanto él como María estuvieron atentos a todos los detalles para que absorbiéramos en todo lo posible la cultura de su país.

Así como ellos nos abrieron sus corazones lo hicieron Nga, Hang, Hai, y otras decenas de vietnamitas que no dejaron de darnos el apretón de manos sincero y repitieron siempre con mucho amor: ¡Viva Cuba!

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