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Ni tan «pro-sirios» ni tan «antisirios»

Autor:

Luis Luque Álvarez

  Aún resuena en el Líbano el eco de la agresión israelí. Foto: AP ¿Chiitas contra sunnitas y cristianos? ¿Cristianos contra sunnitas y chiitas? ¿«Pro-sirios» contra «antisirios»? ¿Todos contra todos, en un bélico arroz con mango?

Son estas las preguntas que se haría cualquier lector que siga literalmente los despachos de las agencias de prensa sobre la actualidad del Líbano, el pequeño país del Medio Oriente, sometido en el verano pasado a la saña de los bombardeos israelíes.

Por estos días, mientras los halcones en Israel piden ir a la revancha para intentar destruir la resistencia libanesa —lo que no lograron en la agresión de julio—, los agudos desacuerdos entre las fuerzas políticas del Líbano no sirven precisamente a la necesaria causa de la reconstrucción nacional y, por el contrario, llevan a elevar las tensiones internas y a hacer que los medios susurren: «guerra civil, guerra civil...».

Este mismo viernes, en referencia a las protestas de un millón de personas contra su gobierno, el primer ministro Fouad Siniora acusó al partido chiita Hizbolá de estar incentivando un golpe de Estado y de responder a los intereses de Siria. Por su parte, Hassán Nasralah, líder de Hizbolá, alega que Siniora es portavoz de los intereses de la embajada norteamericana en Beirut, y le imputa haber pedido a Washington que instara a Israel a deshacerse militarmente del grupo chiita, además de haberle bloqueado a este el acceso a más medios de guerra.

Para ir por partes, comencemos diciendo que el Frente 14 de Marzo (la alianza gubernamental) no es completamente sunnita ni cristiana, mientras sus opositores tampoco son exclusivamente chiitas. En ambas orillas hay personas de diferentes credos, y de hecho, el ex general cristiano Michel Aoun, que encabeza el Movimiento Patriótico Libre —el más numeroso de esa confesión religiosa en el Parlamento—, se ha sumado a las protestas contra el primer ministro Siniora y su gobierno. Son las mismas manifestaciones convocadas por los chiitas de Hizbolá, que ha llamado a sunnitas, drusos y cristianos a hacer causa común. No hay, pues, guerra alguna entre la cruz y la media luna, ni entre los mismos seguidores del Profeta.

En cuanto a lo de «pro-sirios» y «antisirios», en alusión a las simpatías o antipatías por un Estado que tuvo tropas en el Líbano —por mandato de la Liga Árabe y durante 30 años—, se trata sencillamente de calificativos para desacreditar al adversario. De todos modos, la presencia siria —concebida para frenar a Israel y mantener la paz entre las facciones libanesas— dejó, igualmente, tanto roces molestos como acuerdos con miembros de todas los grupos políticos del pequeño país. Si Damasco retiró sus fuerzas militares en 2005, y lo que desean todos los libaneses de diverso signo es preservar la independencia, entonces este tipo de adjetivos está de más.

El diferendo es esencialmente político. Los hoy renunciantes ministros de Hizbolá en el gobierno de Siniora solicitaban ser tenidos en cuenta a la hora de tomar decisiones cruciales. Así, un diputado de la formación chiita, Nawar Salih, aseguró a EFE que los ministros dimitieron porque deseaban conocer mejor un proyecto de Tribunal Internacional que juzgaría a presuntos implicados en la muerte del ex primer ministro sunnita Rafic Hariri, en febrero de 2005, y el gabinete no aceptó darles los dos días solicitados para extender el análisis.

Entonces, todos a las calles. La solución, explica Salih, es que en un eventual gobierno de unidad nacional, se les otorgue la tercera parte más una de las carteras, lo que les daría poder de veto en las disposiciones relevantes. «Es necesario que nos dejen decir “sí” o “no” cuando se trata de tomar decisiones importantes», apuntó.

En principio, la protesta seguirá hasta que no se consiga este objetivo, mientras que el Primer Ministro dice que primero deben cesar las demostraciones en la calle y después se accederá al diálogo.

«Es un desastre (...); la división está afectando a líderes políticos, vecinos y estudiantes. ¿Cómo podemos construir un país unido?», dijo la joven Hanaa Noureddine a una agencia de prensa.

Evidentemente, aún sonando los ecos destructores de la reciente agresión israelí, la vía ha de ser necesariamente el diálogo. «Ambos tienen que ceder», me expresó un amigo libanés. «Si las manifestaciones continúan por más tiempo, podrían derivar en enfrentamientos, y no queremos eso», confesó.

Y es que a nadie, excepto a los tradicionales enemigos de la justicia, le entusiasmaría ver nuevas riñas entre hermanos. Ni el pueblo libanés, ni quienes deseamos su paz, necesitamos ese desenlace.

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