Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Pido un pase, por favor

Autor:

Luis Sexto

Tiene razón el lector que confesaba no saber cómo un periodista podría tomar vacaciones. Y en verdad yo, que ya amontono 40 años en este oficio de ayudar a construir la realidad sobre papel o cristales de computadoras, tampoco sé cómo desprenderme de la desazón de estar como si no me importara lo que sucede en el mundo y, sobre todo, en mi patria. Y al leer el discurso de Raúl, dejo la lectura de I promessi sposi, de Manzoni, y me siento a compartir mis reflexiones de cada viernes como si mi despedida temporal la pasada semana se aplazara para hoy.

Estoy ahora lejos de mis pasos, obras y paseos diarios. Y sin embargo compruebo cuánta claridad introduce la distancia en la mirada pendiente del acontecer colectivo, aun en la del más insignificante de los ciudadanos. Por tanto, el discurso de Raúl me ha llegado adonde estoy intentando desentenderme del llamado de las sirenas. Me ha llegado, digo, no como que una «Cuba mejor es posible», sino como la certeza de que Cuba va siendo mejor. Mejor que es decir más justa, más independiente, más racional en las formas de tener y hacer y sobre todo de ser. Más equilibrada en los deberes, derechos y métodos que componen su entramado político, ético y jurídico.

El episodio relativo a la fe religiosa de una militante del Partido me conmovió. Uno pensaba que en 1990, Fidel, y luego el Cuarto Congreso, habían clarificado la actitud más revolucionaria: la de dar cabida a todos cuantos quisieran participar en la obra de alzar, sobre nuestro cielo, la comba transparente de una sociedad sin discriminaciones por creencias, y sin privilegios que repugnaran la equidad del trabajo y del mérito. Pero, como ha sido reconocido, las arañas de la incomprensión, del oportunismo, de los intereses desnaturalizados, pueden tejer sus telas en cualquier conciencia. Alienta, persuade y convence, pues, que quien reclamó su derecho a sentir y practicar la fe religiosa y conjugarla con su fe y militancia políticas, sin antagonismos, haya sido atendida como si la injusticia contra una persona fuera cometida contra toda la nación y, en particular, contra la Revolución, en cuyos combates murieron hombres y mujeres con pluralidad en sus creencias. Recuerdo haber leído que el Che, en 1959, despidió el duelo de tres soldados rebeldes fallecidos en un accidente, y destacó en su oración que los tres habían peleado por la misma causa patriótica habiendo dos de ellos profesado religiones distintas y el tercero, ninguna. Y seguidamente dijo que desde la Sierra Maestra, Fidel había advertido que la Revolución no podía dividir a sus combatientes por la fe religiosa o por la ausencia de esta.

Habremos de aceptar, no obstante, que circunstancias de hostilidad, imperativos de la defensa e influencias a veces dominantes distorsionaron en algún momento principios totalmente humanos e inclusivos. Mas, lo primoridal ahora es que aquellas planillas con preguntas acerca de la religiosidad ya no pueden caber en la gran planilla del amor y el servicio a la patria, que necesita refundarse sobre los mismos principios de su fundación, sobre todo en el principio de que todos cabemos si queremos caber dentro de las leyes que, como decía el Padre Félix Varela, y Raúl reiteró, nos mandan a todos. Por ello, las preguntas de una planilla para aspirar a esto o a aquello, no podrán referirse jamás a si creo o no creo en Dios. Más bien, habrá que preguntarme si soy honrado, y no miento, y no discrimino a nadie por sus creencias o color de la piel, si soy un padre amante y celoso, e hijo agradecido y generoso, y un estudiante aplicado y limpio, y un trabajador solidario, disciplinado y productivo. Son esas las condiciones y actos que nos avalan o devalúan ante la conciencia crítica de nuestra sociedad. Lo demás es competencia de la democracia que Cuba intenta ampliar y ajustar de modo que los legítimos intereses colectivos e individuales se desarrollen sin conflictos.

Servir en la libertad y la verdad de la honradez y el apego a las leyes compone el único antídoto contra la doble moral, esa inmoralidad que resulta tan dañina, porque uno nunca sabrá quién sirve de verdad al país o lo aparenta servir para servirse de la obra colectiva. Si echamos la vista al pasado, tal vez lamentemos no haber cerrado los atajos a tantos yerros que pudieron haberse evitado respetando la elección de cada persona. Y cierro esta intromisión en el descanso de mis lectores —pues ellos descansan de mí cuando descanso—; termino, sí, con un lugar común, con lo obvio: nunca la unidad será más apretada en sus lados y su centro que cuando esté compuesta por la diversidad.

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