Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Las lecturas del joven Fidel

Autor:

Graziella Pogolotti

A veces, escuchando sus discursos se me escapaba una sonrisa cómplice. Reconocía, en alguna cita, las lecturas compartidas en nuestros estudios de bachillerato. Nos separaban pocos años de edad, y el plan de estudios seguía siendo el mismo, con su buena dosis de literatura española del Siglo de Oro, ese maravilloso grito paralelo a un país empobrecido, obligado a entregar a sus acreedores la plata que le venía de las colonias, atrapado por una implacable deuda externa, fuente nutricia del capital originario de los países que emergían en el norte de Europa. Un librito, aparentemente periclitado en el tiempo, nos seguía ofreciendo las cien mejores poesías de la lengua española, desde la simpática y pícara vaquera de la Finojosa, hasta la severa Epístola Moral a Fabio, tan previsora respecto a los peligros que entrañan las ambiciones cortesanas.

Fidel fue desde siempre un lector omnívoro. Tenía que someterse, en razón de trabajo, a aburridísimos informes. Abordó textos científicos relacionados con la naturaleza. Con las prácticas agrícolas, con el origen del universo, con el cambio climático y con el devenir de la historia. Lo hacía de manera eficiente y provechosa. Tal y como ocurría en sus frecuentes diálogos personales, sometía el texto a infinidad de interrogantes. Organizaba la información e interconectaba los hechos, clave de la verdadera cultura, según Alejo Carpentier, porque no se trata de sumar referencias en una acumulación cuantitativa sin término, sino de aventurarse en la búsqueda del sentido de las cosas. Por eso, supo mirar más allá del horizonte y advertir a tiempo los peligros que se cernían sobre el destino de la Isla, tan inevitablemente ligado al de la humanidad toda. Leer es un modo de escuchar voces del ayer, que iluminan los caminos del hoy y del mañana.

Lector de materiales científicos fue, ante todo, un humanista. Tras los libros que devoró aparece el hombre informado que persigue, en última instancia, la permanente e interminable formación, ese proceso de autosuperación que no concluye mientras se conserve la lucidez y el palpitar de la vida, y se revele en la capacidad de sentirnos diferentes en cada amanecer. Porque hasta los sueños que nos acompañan en las noches son fecundantes. Para quien la disfruta, la literatura es un goce  innombrable. Consuela y acompaña. También puede tener propósitos utilitarios. Acrecienta el dominio del idioma en sus infinitos matices. Contribuye a entrar en lo profundo del ser humano. Empresa imposible sería intentar el recuento de cuanto llegó a leer Fidel. Hay, sin embargo, una etapa que ofrece datos reveladores. Son los duros tiempos de la cárcel de Isla de Pinos, reciente todavía la dolorosa experiencia del Moncada. Pero, sobre el pasado, pensaba él, se construye el futuro en un bregar que no tiene pausa, aun en circunstancias dramáticas. Entonces, hay una fuerza que mueve montañas y levanta el ánimo de las personas. Es palabra breve y poderosa, se llama fe. Aunque asociada a creencias religiosas, su origen remoto está en el sentido de la vida. Se traduce en la capacidad de transformar el presente fundando, desde el fondo de una cueva, las bases del porvenir.

De la estancia de Fidel y los moncadistas en la isla, sabemos lo que nos dice su correspondencia. En ella se descubre el estricto plan de estudios al que se sometieron todos, porque el acicate por saber es llama de vida. Por esa vía detectamos, así mismo, las marcas de algunas lecturas de Fidel. Visto el conjunto de las obras mencionadas, diseñó para sí el equivalente de la entonces nombrada carrera de Filosofía y letras. No faltó Marx, pero aparece también, durísimo de tragar, Immanuel Kant. El filósofo alemán es materia de difícil digestión. Hay que leerlo dos veces, explica el joven lector. La primera es un andar entre rocas que se vuelve transparente al regresar sobre ellas.

En aquella singular biblioteca, construida mediante solicitudes a amigos y compañeros, no faltaban textos fundamentales de Derecho. No pude dejar de sonreír al detectar gramáticas griega y latina. El fondo literario era considerable. No faltaban autores hoy preteridos, pero manoseados por los lectores de mi generación, que es la suya. Así ocurre con Anatole France. Abundan los clásicos de todos los tiempos, con énfasis muy particular en Balzac y Dostoyevski. En el listado que tuve entre las manos, muy cerca de este último, pude encontrar a Sigmund Freud. Ante tanta diversidad de autores, me parece comprender que disfrutó las letras, como lo comprobaría más tarde García Márquez. Lo hacía con el interés suplementario por introducirse en los vericuetos más íntimos del alma humana, aquellos que se transparentan ante la mirada atenta y aquellos otros, impredecibles, inexplicables, contradictorios. Es probable que las interrogantes acerca de los misterios del ser contribuyeran a la presencia numerosa del autor de Crimen y castigo. En Fidel la necesidad de entender respondió a una sed nunca apaciguada que tuvo un resultado práctico, esencial para quien se dedica al ejercicio de la política. En última instancia, el imprescindible diálogo con las masas funciona en la medida en que estas últimas no se homogeneizan y compactan en un interlocutor abstracto.  Están formadas por personas concretas, unidas por los múltiples hilos del razonamiento y los pálpitos del corazón. Por eso, un pueblo viril no llora, aferrado como está a preservar su dignidad.

Con permiso de JR, me atrevo a añadir algunas líneas. En esa biblioteca plural, el centro de gravitación estaba ocupado por José Martí. Lo había leído. Lo siguió leyendo siempre.

Libro de cabecera, las marcas dejadas por Fidel en el texto que lo acompañó en esos difíciles días, evidencian rasgos esenciales de la interconexión con el pensar y el sentir del autor intelectual del Moncada.

Vale la pena recoger algunos pasajes seleccionados por Fidel:

«Respetar a un pueblo que nos ama y espera lo mejor de nosotros, es la mayor grandeza». A lo que se añade: «Nuestro país piensa ya mucho y nada podremos en él sin ganarle el pensamiento». Y en otra parte: «en alma perezosa, no se saca fuego por falta de escopeta». Cierro esta fusión de ética y política con la definición de patria: «Patria es comunidad de interés, unidad de tradiciones, unidad de fines, fusión dulcísima y consoladora de amores y esperanzas».

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