Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

La hora actual de nuestra América: de creación y unidad

Autor:

Yusuam Palacios Ortega

La dialéctica de la vida y la propia historia que construyen los seres humanos nos convidan a asumir con el espíritu defensor de cada una de las naciones que integran la América nuestra —la que un día rompió las cadenas del oprobio colonial, la que presenta al mundo como su mayor tesoro la grandeza de nuestras dolorosas tierras, la que se ha tenido que enfrentar a las más diversas e inimaginables agresiones del gigante de las siete leguas— el legado humanista, ético y antimperialista de José Martí y Fidel Castro, y con ellos, el de otros próceres latinoamericanos, hoy padres fundadores de la independencia de nuestros pueblos.

De ahí que en el actuar constante y sistemático de todo aquel que se sienta joven de alma y acción, han de cobrar vida principios tales como la preservación de nuestra identidad, el respeto al derecho que todos tenemos a la autodeterminación, la defensa de las riquezas naturales con que cuentan los bravos pueblos de la patria latinoamericana y caribeña, el equilibrio de estas naciones en lo económico, lo político, lo cultural y lo social. Recordemos que la idea del equilibrio del mundo es uno de los pilares fundamentales del pensamiento martiano; ella se halla en el intríngulis del mismo, siendo esencialmente ese deseo de Martí de equilibrar como orden que es el mundo, cada arista de las diversas formas de la conciencia social y obviamente su aplicación práctica. La misma ha de ser, para que de ella se obtengan frutos para el bien de todos, como dijera el gran intelectual cubano Armando Hart Dávalos: radical y armoniosa.

Para ello resulta medular conocer en lo más profundo la historia de nuestros pueblos, sus luchas, sus protagonistas, los caracteres naturales de estos territorios latinos y caribeños cuyos caminos han sido señalados con la sangre de Hidalgo, Morelos, Sucre, San Martín, O’Higgins, Miranda, Juárez, Eloy Alfaro, Morazán, Bolívar, Manuelita, Martí, Gómez y Maceo. En ellos encontraremos la savia que nos convida a luchar, siguiendo igualmente a hombres como Mella, Mariátegui, Aníbal Ponce, Sandino, Allende, Che Guevara, Fidel, Chávez, Evo y Correa, por el bienestar y la prosperidad de la Madre América, por refrendar su independencia, la que todavía estamos construyendo, por afianzar los deseos integracionistas que recoge emotivamente la historia, y hacer viables en la práctica aquellos modelos de integración latinoamericana que en su seno han acogido la esencia de la que hablábamos. Injértese en nuestras repúblicas el mundo, pero el tronco, ya lo decía Martí, ha de ser el de nuestras repúblicas.

La defensa de la nacionalidad de nuestros pueblos, del carácter que los ha forjado, con dignidad, honor y decoro, y el rescate de esos valores culturales, patrimonio de América Latina y el Caribe, devienen presupuestos para cumplir con el legado martiano y de tantos próceres de sentir lo que es nuestro, defenderlo y morir por ello si así fuese preciso, antes que entregar a la traición y la mezquindad toda la obra hermosa que nos ha antecedido y consecuentemente en nosotros se ha depositado.

Salvar la América de Bolívar es un desafío que todos tenemos si amor sentimos por ella. Está en constante peligro, y la realidad nos convida a mantener la pupila insomne para evitar que las garras del imperialismo encuentren en la región de la cual nos sentimos orgullosos, más cauce del que ya ha encontrado. Es necesario que formemos un rabo de nube y con él limpiemos la costra tenaz de la política agresora de Estados Unidos contra esta región que se ha convertido en faro de lucha, en luz guiadora del batallar de los que sobre sí llevan la carga de la pobreza global, de los humildes, de este mundo tan desequilibrado, con un orden socioeconómico y político absolutamente insostenible, incapaz de resolver los más acuciantes problemas de la humanidad.

La misma tiene ansias de justicia como manifestó el líder histórico de la Revolución Cubana Fidel Castro Ruz. Ello convoca, como el más preclaro de los mensajes, a fortalecer la unidad de nuestros pueblos, que es en su esencia la garantía de supervivencia. Sin unidad no podrá haber modelo alguno integracionista que dé resultados halagüeños. No podemos perder de vista que no todos pensamos de idéntica forma, que somos muy diversos, que es muy fácil ser víctimas de esa criminal postura de «divide y vencerás», que resulta profundamente esencial unir para vencer; de ahí que sea la solidaridad de cada uno de nuestros pueblos entre sí, presupuesto para la verdadera integración.

Son muchas las razones que nos llaman a la lucha, a continuar la obra de los iniciadores, a levantar las voces martianas y bolivarianas que alzan la Patria Grande, la veneran y honran. Son muchas las motivaciones para llenar de vitalidad el actuar revolucionario en estos tiempos tan difíciles. Es esta la hora, sí, como afirmara José Martí, del recuento y de la marcha unida; por la salvación de la humanidad, por el desarrollo y la prosperidad material y espiritual de Nuestra América, por cambiar el orden económico internacional, por defender los valores autóctonos de los pueblos dignos en los que sentimos orgullo de haber nacido.

Es la hora de fundar, de crear, porque todavía continúa siendo la palabra de pase de cada generación; pero hacerlo convencidos de que el camino ha de ser martiano, bolivariano, chavista y fidelista; tomando para sí la eticidad, vocación de justicia y cosmovisión mística que los trae al presente con una frescura y una vigencia extraordinarias. Hagamos Revolución bajo la égida de Bolívar y Martí, de Chávez y Fidel. Junto a ellos cabalgaremos; devienen hoy paradigmas de los revolucionarios de verdad.

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