Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Dedicatorias

Autor:

Reinaldo Cedeño Pineda

Alguien me dijo que la dedicatoria de un libro es lo más difícil del mundo. Nunca olvidé la frase, pero la descreí.  Y pareció perderse, esfumarse en el día a día, hasta que me vi frente a Dulce María Loynaz, nuestra Cervantes, en su propia casa, en aquella hora sin fin.

La Loynaz, operada de catarata en uno de sus ojos, tanteó los bordes de la edición que le extendí de sus Poesías Escogidas y amablemente escribió: «A Reinaldo Cedeño que viene de la tierra donde las palmas son más altas y los corazones más abiertos». Me había vuelto una ciudad. Y aferrada a su sillón secular, agregó todavía la fecha: 19 de septiembre de 1994.

Cuando la estrechez de la hoja no le alcanzó, puso un guión al final. Faltan trazos superiores en la letra te, no podía pedírsele más. Martí flota en las primeras palabras: «Donde son más altas las palmas en Cuba nació Heredia: en la infatigable Santiago». Así lo pronunció en Hardman Hall, Nueva York, el 30 de noviembre de 1889. Así lo dijo de una vez y para siempre. Sin embargo, ¿dónde encontrar los hilos que ligaran a la escritora a la tierra santiaguera, hacia aquella afirmación tan rotunda?

Una dedicatoria es siempre una historia.

Encontré una pista cuando me asomé a sus Cartas que no se extraviaron, a una fechada en 1942, dirigida a su amiga Angélica Busquet. No es demasiado galante su encuentro: «(…) aquí estoy en Santiago de Cuba. Hace calor y polvo; el mar se esconde». Le apunta sus impresiones tras visitar el Santuario de El Cobre y la tumba de Martí. Y empieza a cambiar de tono su pluma, siempre exigente; su personalidad, tantas veces ríspida: «Creo que estaré aquí unos días más (…) quisiera que fueran muchos. Me vestiría de muselina y me pondría una flor en el pelo; pero tal vez ya no tenga tiempo (…) El tiempo siempre, ya ves, el enemigo».

Quizás en esas letras pueda conectarse a la escritora al borde de la euforia, en el estreno de sus cuarenta; con esta otra dama nonagenaria que me escribe de su puño y letra, sobre «los corazones más abiertos» de la antigua capital oriental. Algo habría marcado su memoria, la real o la imaginada. Algo.

El 13 de junio de 1988 me fui a casa de José Soler Puig. Arribaba ese día a los 20 años. ¡Ay, los veinte! La sugerencia de entrevistarlo partió de mi tutor en esas prácticas como estudiante de periodismo, Marco Antonio Martínez. Así me asomé a la hora menos adecuada, el mediodía, a su casa. Calle 5ta., número 555, reparto Sueño. Así se asomó aquel Quijote urbano, el autor de Bertillón 166, de El Pan dormido.

La acogida, la del escritor y la de su esposa Chila, fue pura bondad. De su vida azarosa, del contacto entre la realidad y la ficción, de la muerte de su hijo, de Santiago. De eso hablamos Soler y yo. Y a modo de despedida, me entregó con la voz entrecortada, una página de aquella narrativa inmortal, la del caballero andante por las llanuras manchegas. El suplemento cultural Perfil de Santiago
publicó mis apuntes y unos días más tarde, a todo riesgo, se lo llevé en persona.

Lo vi entonces tomar un ejemplar de su novela de la clandestinidad, la que estrenó el Premio Casa de las Américas en 1960. Lo vi inclinarse, escribir. Resistí todas las tentaciones y abrí el libro en la soledad de mi cuarto. Si ahora me decido a develar ese capítulo personal, es porque ya lo hizo público la exposición que la Biblioteca Elvira Cape organizó en su espacio «El autor y su obra». En una de sus vitrinas, van aquellas palabras: «Para Reinaldo Cedeño, seguro de que en un no lejano cumpleaños, referido al de hoy, ya tendrá un nombre literario». 

El augurio no ancla en la vanidad del destinatario, solo podrá hallarse en la generosidad sin límites de un clásico de la literatura cubana para un imberbe muchacho que estaba por hacerse en todos sus aspectos. Nunca he tenido como agradecérselo, acaso no habrá forma; pero es el regalo de cumpleaños más hermoso que he tenido jamás.

Alguien me dijo que la dedicatoria de un libro es la frase más difícil del mundo. Lo descreí, repito… hasta que me tocó de cerca, hasta que viví en la Plaza de la Revolución Antonio Maceo, en el Salón de los Vitrales, la presentación de La noche más larga. Un volumen sobre Sandy, el huracán que se abatió inmisericorde sobre tierra oriental, una madrugada de octubre de 2012.

Aquel suceso resultó un parteaguas. El libro devolvía ese pasaje en letras, en imágenes. Cronistas, poetas, científicos, gente que contaba sus vivencias. El asombro y las angustias, los primeros brotes, el espíritu indómito. Amigos y desconocidos… se arracimaron sobre mí. Es el momento donde cada quien busca  (y seguramente merece) una frase personalizada, original. Es el instante donde empiezan a escapársete los nombres, a turbarse las ideas; mas hay que apretar la mano, rezar tres veces, agradecer a los vivos y a los muertos, cuando eso ocurre, aunque sea una vez en esta vida.

 

 

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