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Carlos Marx y la centralidad del marxismo hoy

Autor:

Carlos González Penalva

Hoy, al conmemorar el natalicio de Carlos Marx, es imperativo reconocer que su pensamiento sigue siendo una de las herramientas más poderosas para comprender las contradicciones del presente y orientarnos hacia la transformación de la realidad. En un contexto global marcado por la crisis del capitalismo, las desigualdades crecientes y la reconfiguración del poder en formas cada vez más complejas, la obra de Marx sigue siendo un faro fundamental para aquellos que luchan por una sociedad más justa, libre y democrática. La cuestión central no es si el marxismo sigue siendo válido, sino cómo podemos revitalizarlo y darle un nuevo impulso para enfrentar los desafíos contemporáneos.

El marxismo, lejos de ser una corriente ideológica agotada, sigue siendo el único sistema filosófico y político capaz de ofrecer una lectura totalizadora del mundo actual. El pensamiento de Marx no se agota en un análisis económico o sociológico; su propuesta va más allá de la explicación del orden capitalista: se trata de una teoría transformadora orientada a la acción, a la creación de nuevas condiciones materiales que permitan la emancipación humana. En este sentido, el marxismo conserva su vigor al abordar las dinámicas del poder, la lucha de clases y las relaciones de producción, pero también al implicar una ética de la lucha política y social que sigue vigente en las luchas de nuestros días.

Una de las críticas más recurrentes al marxismo en los últimos años ha sido la supuesta desaparición del proletariado como sujeto revolucionario central. Sin embargo, lo que realmente ha ocurrido no es una desaparición del proletariado, sino una transformación de sus formas históricas. El proletariado no ha dejado de existir; más bien, ha cambiado su forma de aparición, adaptándose a las nuevas condiciones del trabajo en el capitalismo globalizado y precarizado. Hoy, el proletariado se presenta en diversas formas: trabajadores precarizados, migrantes, personas que luchan contra las opresiones identitarias y otras que resisten a la hegemonía neoliberal. La centralidad de Marx reside precisamente en su capacidad para entender los sujetos históricos no como entidades fijas, sino como sujetos en constante transformación, cuyas luchas deben ser comprendidas y articuladas en una estrategia global de transformación social.

El reto del marxismo actual es, por tanto, recuperar su capacidad para leer y articular estos nuevos sujetos, superando las visiones fragmentarias que han reducido las luchas sociales a reivindicaciones parciales sin un horizonte transformador común. Las luchas por los derechos de las mujeres, los derechos laborales, la justicia climática o la soberanía de los pueblos, por muy legítimas y necesarias que sean, solo pueden convertirse en alternativas reales al sistema capitalista si se insertan en una estrategia global que tenga como objetivo la transformación radical del orden económico, político y social.

El marxismo ha sido históricamente una filosofía de la totalidad, capaz de entender la interrelación entre las distintas esferas de la sociedad: la política, la economía, la cultura, la ideología. El pensamiento de Marx no se limitó a un análisis aislado de la economía, sino que abarcó un enfoque holístico de la sociedad, donde los cambios en un campo necesariamente implican transformaciones en otros. Así, el marxismo debe seguir siendo un proyecto que articule todas las dimensiones de la lucha social, sin perder de vista el objetivo final de una transformación estructural profunda.

En un mundo globalizado en el que el capitalismo se presenta bajo nuevas formas —como el neoliberalismo, el imperialismo financiero, o la explotación laboral a través de las plataformas tecnológicas— la tarea del marxismo sigue siendo entender estos fenómenos como parte de un sistema global interconectado. No basta con describir estas formas de explotación; el marxismo debe ser capaz de proponer alternativas políticas y económicas que cuestionen la lógica del mercado global, el dominio de las multinacionales y la desregulación de las relaciones laborales, a la vez que recupera el papel de los Estados soberanos en la defensa de los intereses populares.

En este contexto, el marxismo no puede prescindir de una reflexión sobre el poder y el Estado. A lo largo de la historia, la lucha por la emancipación ha estado íntimamente vinculada a la construcción de un poder político capaz de resistir las fuerzas de la dominación. Es necesario recuperar la concepción de un Estado que, lejos de ser una herramienta de opresión de las clases populares, pueda ser un instrumento de transformación al servicio de la mayoría. No se trata de rechazar el poder, sino de apropiarnos de él para que sea un medio para la justicia social, para la redistribución de la riqueza y para la creación de nuevas formas de democracia participativa.

El marxismo, al reconocer la centralidad del poder en la lucha por el socialismo, debe desarrollar una estrategia política clara que no renuncie a la toma del poder en el presente. Esto no implica simplemente la conquista de instituciones, sino una transformación radical del Estado que se articule con la movilización popular y las nuevas formas de organización social. El socialismo no será posible sin un poder organizado que sea capaz de proteger los intereses de las clases subalternas y de llevar a cabo las reformas estructurales necesarias para construir una sociedad sin clases.

El marxismo debe seguir siendo una racionalidad crítica, que no solo explique las contradicciones del capitalismo, sino que ofrezca una herramienta de acción para desmantelar esas contradicciones. El marxismo no debe ser una teoría desvinculada de las luchas reales del pueblo, sino una metodología de análisis que sirva para entender y transformar la realidad concreta. Este es, quizás, el mayor reto del marxismo hoy: no solo ser una teoría explicativa, sino una herramienta transformadora que sirva a las necesidades de los movimientos sociales contemporáneos.

El legado de Marx sigue vivo, y su obra continúa siendo un punto de referencia fundamental para los movimientos de emancipación. En un momento histórico como el que vivimos, donde el capitalismo se presenta bajo formas cada vez más globalizadas y deshumanizadas, el marxismo debe ser revitalizado como un proyecto que articule las luchas actuales y que ofrezca una visión clara de un futuro sin opresión. La centralidad de Marx hoy radica en su capacidad para iluminar el camino hacia una transformación real, radical y global, que no deje a nadie atrás y que, finalmente, ponga fin a la explotación y la injusticia. Hay que dejar de filosofar para pasar a realizar la filosofía (marxista).

Hoy, más que nunca, el marxismo sigue siendo una guía necesaria para la lucha por la liberación humana. La filosofía de Marx, lejos de ser un relicario del pasado, es la base sobre la que se construyen las luchas por la justicia, la igualdad y la libertad en el presente.

 

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