Aferrarse a los sueños anexionistas tiende a ser un disparo a quemarropa de esos que, carentes de amor propio, prefieren vender hasta la dignidad al mismísimo postor que ha tratado siempre de aniquilarla por todas las vías y medios posibles. Pero los sueños anexionistas para Cuba, por lo general, nacen de la frustración más recalcitrante del sur estadounidense.
Hay gente allí que añoran las viejas poses del Tío Sam, como en épocas de la abrupta mafia en los casinos de La Habana durante la década de 1950. O peor aún, hay quienes todavía buscan reconvertir la Isla en una especie de garito donde, tras bambalinas, la obra de turno sea dirigida desde los aposentos «reales» de la Casa Blanca.
Todos esos deseos de cambios volvieron a tomar forma y se humedecieron, como otras veces, en los últimos 65 años, aquel 11 de julio de 2021. Del rincón de los frustrados salieron todo tipo de personajes: ilusionados, vociferando, «dispuestos» a la foto para tomar el primer vuelo hacia La Habana, porque, supuestamente, «el día había llegado».
Al final del camino, cuando la ilusión se vende así, sin garantías, terminan engañando como las propias ideas e imágenes falseadas que, en muchos casos, intentaron imponerle al mundo el 11 de julio.
Nuevamente calcularon mal la valía y la dignidad de nuestra gente. Pensaron que el cambio ocurriría con un chasquido de dedos, y que la fuerza popular de la Revolución se desmembraría de la noche a la mañana, como un castillo de naipes en la punta del precipicio.
Los sucesos de aquellas jornadas transcurrieron en una etapa particularmente difícil para Cuba. No podemos olvidar que atravesábamos los meses de mayor complejidad con la pandemia de la COVID-19, y que los flancos de ataques estadounidenses se abrieron para penetrar el estrés y la desesperanza que ellos mismo han pretendido inducir durante tantas décadas, mediante los métodos de asfixia económica más despiadados que conoce la humanidad hasta hoy.
Pueden cambiar los tiempos, las formas o el liderazgo, lo que nunca cambiará en el pueblo es su visión martiana y fidelista del antimperialismo. Por eso Cuba cerró filas el 11 de julio con el protagonismo de las masas, porque, incluso, pueden existir desacuerdos legítimos, inconformidades, pero jamás aceptaremos la intromisión de un «aplastasueños» en nuestro camino.
La campaña de los sucesos de marras fue diseñada con pinzas en diversos puntos, y preparada en un campamento virtual que tiene su génesis en las revoluciones de colores impulsadas desde la década de 1990 en Europa del Este. Los cambios por métodos inducidos e indirectos, sin aparentar ni demostrar quienes mueven realmente los hilos, programan y alientan el caos, ha sido la fórmula predilecta del imperio para quitarse del camino los gobiernos que «estorban» en sus intereses expansionistas.
Con Cuba volvieron a redoblar las campanadas y arreciaron en un escenario digital que, hasta la fecha, no habían explotado con total impunidad. La guerra silenciosa fue ejecutada por un ejército de bot que posicionaban en redes sociales publicaciones y etiquetas como las de SOS Cuba.
No olvidemos el despliegue de post en las cuentas de relevantes músicos e influencers mientras usaban la mezquina etiqueta, y hasta el alusivo comentario de una actriz de cine para adultos que, difícilmente, y se supo, conozca algo de la realidad cubana. El guión no varía, aunque sí se perfecciona en esos laboratorios que la CIA utiliza para inducir, sin disparar un arma, los cambios políticos.
El anzuelo malsano y envenenado fue mordido, debemos reconocer por un grupo de personas inconformes, pero, sobre todo, por aquellos instigadores que buscaban obtener ganancias dentro del río revuelto. Estos últimos fueron los mismos que llamaron a la violencia, el caos y al enfrentamiento en las calles, mientras ellos, tan cómodos en su sofá, disfrutaban de jugosas sumas de billetes. En algunos casos, lamentablemente, consiguieron su objetivo violento.
Y es que los hechos no resultaron una muestra casual. Fueron el resultado de meses de provocación, de falsa espontaneidad encarnada en ciertos «agentes de cambios» que no merecen ser mencionados. Por eso, el mérito de aquella victoria descansa en el pueblo y en su instinto colectivo para identificar a tiempo, con total valía, cuándo nos quieren pasar gato por liebre. Para suerte nuestra e infortunio de los soñadores anexionistas, la bandera de un ideal sigue ondeando intacta, pura, sabiéndose plena entre los desafíos que enfrentamos.