Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

La decisión de ser madre

Autor:

Cecilia Meredith Jiménez

Nadia es de mis más recientes amigas. Con ella, cada vez que el trabajo nos deja algún espacio, paso horas conversando. Poco a poco hemos ido conociéndonos, comprendiendo cada una el modo de pensar de la otra. Nos escuchamos sin juzgar. Es un pacto silencioso que nunca hemos establecido, pero que aplicamos en nuestras charlas.

Entre dos mujeres jóvenes hay temas casi obligatorios, sobre los que resulta imposible no hablar, como el embarazo y los hijos, experiencias completamente ajenas a las dos. —Uno de mis sueños es ser madre, y estoy luchando por ello —le digo a Nadia, quien me mira con cara de sorpresa.

Según ella mi pensamiento es moderno, por lo que no esperaba de mí un sueño tan «convencional». Pero su rostro sorprendido no tuvo comparación con el mío al expresarme que no compartía mi deseo. —Yo no quiero tener hijos —me expresó con una certeza casi inquebrantable.

Pensé que mis argumentos lograrían disuadirla, porque ella aún está en la veintena, por lo que todavía tiene tiempo de cambiar de opinión; mas ocurrió todo lo contrario. Nadia, como golpes de realidad, me espetó sus razones.

Para ella, tener un hijo es como estudiar una carrera.

No todos tenemos la capacidad de poder hacerlo. Incluso, no todos estamos aptos para asimilar las mismas cosas. Yo, por ejemplo, jamás me imaginaría estudiando algo que no fuera de humanidades. Me resultaría bastante improbable lograr adentrarme en el universo de las ciencias exactas. Simplemente no lo lograría. Mi falta de vocación y de destreza para ello no me lo permitirían.

Nadia está casada, no presenta problemas de salud y su pareja tampoco, tiene una profesión y las condiciones económicas y familiares mínimas indispensables para traer a la vida un bebé. Sin embargo, reconoce que eso no es suficiente. Además, esa idea ni siquiera le pasa por la mente, y no por falta de preguntas del tipo «¿y los hijos pa´ cuándo?» o recordatorios de que el tiempo pasa y los «ta» ya están a la puerta. Las personas y su especial talento para siempre opinar o querer decidir sobre las vidas ajenas.

A quienes se interesan, ella con firmeza manifiesta su verdad. La miran con desdén. La critican. La tildan de loca, de egoísta. Le dicen que es mala persona. Yo solo la escucho. No la juzgo. Nadia no está mal de la cabeza y mucho menos es mala persona. Tiene una lucidez y una bondad impresionantes. Su razonamiento no está regido por una moda, por un antojo inmaduro, ni por un arrojo del momento. Sabe muy bien lo que dice. Ha investigado sobre ello. Ha acopiado evidencias.

Me comenta, incluso, que hay movimientos a nivel mundial de mujeres que no quieren tener hijos. La maternidad y el instinto maternal se han idealizado durante años, quizá durante toda la vida; sin embargo, ella me expone que se puede no sentir ese instinto, lo cual no significa que no le gusten los niños. Por otro lado, el embarazo y el parto traen consigo efectos de los que no se habla, pero están ahí, y van desde los visibles cambios físicos a trastornos sicológicos y fisiológicos, con consecuencias muchas veces de por vida.

Nadia tiene todo esto demasiado claro y lo explica extraordinariamente bien. No encuentro fallas en su lógica. Pensé que lograría convencerla y hacer que se replanteara su decisión, pero ha ocurrido lo contrario. Ha conseguido poner en duda mis certezas. Ha removido mi verdad. No puedo permanecer indiferente ante lo que he escuchado. Una buena parte es nueva para mí y la otra no la tenía tan presente.

Mi amiga también me confiesa que todavía no ha conocido a alguien en su situación: que no desee ser madre o no lo haya sido, pero por voluntad propia; no por resignación, porque se cansó de luchar o la vida así lo quiso. Espero con estas líneas ayudarla. Es lo menos que puedo hacer ante la tremenda lección que Nadia me ha dado. Si más personas dedicaran un tiempo, por poco que parezca, para reflexionar sobre lo que implica dar a luz otro ser humano y que no todos estamos capacitados para ello, el mundo sería un poquito mejor.

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