Adora las trifulcas, parecen ser su adrenalina. Cuando parecía que aquellas primeras demenciales propuestas de su primer mes en Casa Blanca-Segunda Temporada, de apoderarse —por compra o botín— de Canadá, Panamá y Groenlandia se habían esfumado en el imaginario de Donald Trump, vuelve ahora a las andadas con el anuncio del nombramiento de un enviado especial de EE. UU. a Groenlandia —la vasta isla ártica que es parte autónoma del reino de Dinamarca, aunque dependiente en defensa y diplomacia.
El designado para la tarea, Jeff Landry, actual gobernador del estado de Luisiana, no perdió tiempo y ha sido transparente en su propósito, hacer que «Groenlandia forme parte de Estados Unidos». Lo publicó de inmediato en su cuenta en X, agregando que «comprende lo esencial que es Groenlandia para nuestra seguridad nacional y promoverá con firmeza los intereses de nuestro país en materia de seguridad».
En enero de 2025, las discusiones de Trump con la primera ministra danesa, Mette Frederiksen, fueron acaloradas. Él fue agresivo y confrontativo, dijeron funcionarios europeos, y reconocieron que ella fue categórica: Groenlandia no está en venta, aún cuando ofreció mayor cooperación en bases militares y explotación minera.
Si luego de ese primer intercambio de golpes, la tendencia en el mundo fue no tomarse en serio las pretensiones de Trump, sí dejaron en el ambiente un tufillo de preocupación en los socios europeos de la OTAN sobre el redescubrimiento de los métodos de presión y chantaje del trumpiano, que databan de su primer mandato, en su búsqueda de territorios y riquezas.
Ahora se confirma la desconfianza y el peligro. Jeff Landry está dispuesto a resolver lo que no pudo el empresario e hijo del mandatario, Donald Trump Jr., quien viajó a Nuuk, Groenlandia, a comienzos de 2025, para convencer a los locales de las ventajas de su anexión a Estados Unidos.
A 11 meses de aquel intento, vuelve a sonar la alarma en la isla y en Copenhague, aunque en agosto, dijeron algunas publicaciones, las autoridades danesas y sus servicios de inteligencia revelaron la existencia de una operación de influencia llevada a cabo por ciudadanos estadounidenses vinculados con Trump para desestabilizar a los 60 000 habitantes de la enorme, helada y rica tierra, y formar allí un movimiento secesionista.
Landry, un trumpista fanático que no sabe nada de diplomacia pero está convencido del poder imperial de Estados Unidos, va dispuesto al éxito en la misión ad hoc dada por el Presidente, que no le obliga a renunciar como gobernador republicano de un estado que, por cierto, se anexó Estados Unidos en diciembre de 1803, mediante compra a Francia en la época napoleónica, por 15 millones de dólares, lo que le permitió prácticamente duplicar el tamaño de la entonces nueva, ambiciosa y expansionista república.
Quizápor ese antecedente histórico Landry se considera el predestinado a burlar el derecho internacional y la soberanía de aliados con tal de «hacer a Estados Unidos grande otra vez», como rezan las gorras de Donald Trump y que entra en la visión de estrategia geopolítica de un hemisferio occidental (desde el Ártico hasta el Estrecho de Magallanes) totalmente subordinado a Washington, como ha dejado claro el «Corolario Trump» a la Doctrina Monroe.
Una muy amplia pretensión de «cambio de régimen» también en las heladas regiones, pese a que no sea ese el deseo de los requeridos por el señor de la Casa Blanca. En enero de 2025, dijo Bloomberg, el 85 por ciento de los groenlandeses rechazaban la pretensión. Y ahora más reciente —aún sin que el tema de la anexión volviera a la palestra—, entre los daneses, el 77 por ciento considera que «la elección de Trump hace que el mundo sea menos seguro» y el 66 por ciento estima que es «un enemigo para Europa».
Pero sabemos que a Donald Trump le importa un bledo lo que piensan los demás. Él es el depredador mayor de este planeta que dice le pertenece por entero y sin fronteras. La única barrera que reconoce y potencia es el límite que impide la llegada a sus 50 estados de los denigrados migrantes del Sur Global.