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Lo habían pronosticado

Lo más triste para Jakelín Agüero Moreno es que tanto ella como otros vecinos del edificio sito en Compostela 459, entre Teniente Rey y Amargura, en La Habana Vieja, vienen desde el 2000 alertando del peligro que se cierne sobre ellos y el mismo inmueble. Pero todo sigue igual.

Son dos tanques de agua, construidos con mortero, en la azotea: uno de 300 galones y el otro de 400. Se encuentran en muy mal estado, al extremo de presentar grietas. De las dos vigas de acero que los sostienen, una está ya resentida. Resultado: los inmensos depósitos están inclinados y con filtraciones constantes, que han ido afectando el techo.

Los vecinos se han cansado de plantearlo en asambleas. El penúltimo delegado les informó como respuesta que todo consistía en que a las calles de La Habana Vieja no podía entrar una grúa Kato, única capaz de quitar los maltrechos tanques. «En cambio, cuando se arregló la farmacia Sarrá, en la esquina de nuestra cuadra, y el parqueo de la inmobiliaria Fénix, entró a La Habana Vieja una grúa Kato», afirma Jakelín.

Por gestiones en Vivienda municipal, el 25 de mayo de 2006 un especialista hizo un dictamen técnico, con el expediente 56-05. Él dijo que estaría en un mes y demoró dos meses y 17 días. No se dilató aún más por la gestión de la delegada, asegura la remitente.

El dichoso dictamen calificaba la situación en «mal estado» y hacía recomendaciones para desmontar los tanques averiados e instalar nuevos. Y se les informó a los vecinos que de los primeros tanques que entraran en el territorio, uno sería para el edificio. De ese dictamen hace ya un año y tres meses. Y nada se ha hecho.

El día en que me escribió Jakelín, 5 de septiembre, a las 4 y 50 de la tarde, se desprendió un trozo de la base donde están ubicados los tanques, que pudo matar a cualquier persona, pues cayó en el pasillo donde juegan los niños.

«Debido a la actual situación en que nos encontramos, con peligro evidente de seguir cayéndose pedazos del techo, los vecinos no podemos seguir esperando mientras peligra la vida de nuestros hijos», sentencia la remitente.

No hay pretexto, escasez de recursos ni grúa Kato que valgan cuando se trata de la vida y la tranquilidad ciudadanas. ¿Por qué dejar agravar las cosas y venir muchas veces detrás de los acontecimientos? Imaginemos que el inmueble de Compostela es el país, al cual debemos curarle las heridas y sanarle las fisuras a tiempo para salvar su arquitectura social. ¿Llegar tarde a lamentarnos, a hacer historia? No, mil veces no.

Aida de la Fuentes Medina me escribe desde Jesús María Díaz número 11-A, en Manacas, Villa Clara, para contar la sorpresa que encontró el pasado 15 de septiembre, cuando arribó a la Terminal de Ferrocarriles de la ciudad de Cienfuegos, en el tren procedente de Santo Domingo.

La remitente se apeó apresurada, con su hijo de dos años. Y cuando se dirigió al baño... estaba cerrado. Algo insólito en una estación tan hermosa, como insólito es para ella el hecho de que de cuatro televisores que tenía, solo le queda uno.

Aida se dirigió a la Terminal de Ómnibus, que está al lado. Y cuando llegó al baño de mujeres... ¡estaba cerrado! Al lado, en el de hombres, había una larga cola de damas y caballeros que se alternaban en aquel remedo unisex.

El señor que cuida el baño, y cobra los dineritos por entrar, le dijo que el servicio sanitario de mujeres está roto.

Aida no se recupera de su asombro:

«¿Cómo es posible que una terminal que tendrá si acaso un año de reparada, ya tenga baños rotos? Con la cantidad de dinero que se gastaron en la reconstrucción de la misma, ¿tenemos necesidad hombres y mujeres de hacer nuestras necesidades todos juntos, con la puerta principal abierta, y el compañero que cobra sentado dentro del baño? ¿Qué cobra? Me quedo fría...».

Me sumo a Aida: Precoces deterioros, falta de fijador y sistematicidad, irrespeto. ¿Abandono? ¿Abulia? ¿Baños públicos o promiscuos? ¿Por qué nos degradamos tanto?

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