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Con Abel en Encrucijada

Mientras uno transita por los lugares donde Abel Santamaría Cuadrado estudió, trabajó, jugó pelota, bailó, se bañó en el río o flirteó con alguna muchacha, brotan más impactantes las remembranzas sobre su niñez y adolescencia del héroe, a quien el líder histórico de la Revolución Cubana calificó como el alma del Movimiento que atacó el Cuartel Moncada el 26 de julio de 1953

Autor:

Nelson García Santos

Estoy aquí, en Encrucijada, la tierra natal de Abel Santamaría Cuadrado, durante estos días en los que la Patria suele recordar y agradecer la gesta de aquellos hombres que forjaron el inédito alumbramiento del 1ro. de enero de 1959.

Mientras uno transita por los lugares donde él estudió, trabajó, jugó pelota, bailó, se bañó en el río o flirteó con alguna muchacha, brotan más impactantes las remembranzas sobre su niñez y adolescencia.

Aquellos días en los que de la mano de Eusebio Lima Recio, su maestro de la escuelita pública del central Constancia (hoy Abel Santamaría), descubrió a José Martí y se adentró en su savia; esas jornadas en las que conoció la miseria reflejada en el bohío sombrío y convivió con los más pobres, a quienes siempre estuvo dispuesto a ayudar.

El adolescente Abel llegó un día contento a su casa porque había ganado, con una inspirada composición, un concurso sobre el Apóstol.

Años después, Joaquina Cuadrado, su mamá, reveló aquel íntimo y breve diálogo: «Mira, mamá, gané esto, mira. Me enseñó el diploma que se denominaba Los Tres Reyes de la Patria, que daba el Ministerio de Educación. Ay, Abelito, pensaba que te iban a dar una beca. Entonces él me dijo: No importa, mamá, gané esto por escribir sobre Martí…».

La invocación de la madre a la beca refleja el pesar de la familia por no poder costearle los estudios tras concluir el sexto grado, hecho que en vez de desalentarlo, sin dudas le permitió ganar conciencia sobre los males de la época.

Su estirpe proletaria se le empezó a enraizar en el central Constancia, primero en su humilde puesto de mozo de limpieza, después de despachador de mercancía, hasta llegar a empleado de oficina.

El asesinato de Jesús Menéndez, el General de las Cañas, a quien admiraba por sus luchas a favor de los trabajadores azucareros, lo indignó sobremanera, al extremo de que se brindó para vengar su muerte.

Un día de 1947 marchó a La Habana en busca de mejores horizontes económicos, cuando ya lo vivido a la altura de sus 20 años lo había convertido en un ferviente martiano de pensamiento y acción.

Luego vino aquel encuentro con su hermano Fidel. Se conocieron el 1ro. de mayo de 1952 en el cementerio de Colón, en un acto para rendirle tributo a un trabajador asesinado durante el Gobierno de Carlos Prío Socarrás.

Lo que significó para él aquel encuentro lo dejó plasmado en palabras memorables: «Conocí al hombre que va a cambiar los destinos de Cuba. Es Martí en persona». También Fidel, desde el primer momento, supo aquilatar la grandeza y entereza de aquel joven en quien depositó toda su confianza.

Abel se entregó con tal ímpetu a la organización de la lucha contra la tiranía batistiana que el líder histórico de la Revolución lo llamó el alma del Movimiento que atacó el Cuartel Moncada el 26 de julio de 1953.

Llegado el momento de la acción, Fidel ordenó que Abel tomara el Hospital Civil Saturnino Lora, colindante con el Cuartel Moncada, a fin de evitarle peligros mayores, y previendo que si él moría en la acción aquel lo sustituyera al mando del Movimiento. Luego del combate, Abel fue hecho prisionero, torturado ferozmente por los esbirros y asesinado.

Han pasado 60 años pero ahora mismo, cuando uno camina por Encrucijada, el recuerdo del héroe, de estampa gallarda y mirada penetrante, se hace más intenso y diáfano, porque vive en la lozanía de su Revolución.

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