Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

«Como Manuel sí hay, y no soy solo yo»

En cada capítulo de la telenovela cubana Entrega, el profe Manuel imparte una clase de amor a la Historia de Cuba y a su profesión. Juventud Rebelde les invita a conocer a uno de los maestros «reales» que sirvió de modelo e inspiración a Ray Cruz para interpretar su personaje

Autor:

Liudmila Peña Herrera

El profe Manuel cuenta la historia sin rebuscamientos, intentando que la clase sea participativa, sin huirle a la polémica o a las preguntas incómodas. Miguel Basterrechea Alonso también.

Manuel se ríe, saca a sus muchachos del aula, les da un paseo «histórico», habla su mismo lenguaje, utiliza alternativas docentes poco convencionales y se busca problemas por ello. Miguel Basterrechea Alonso también.

Ambos son chéveres, locuaces y apasionados de la Historia de Cuba. Uno es el personaje de ficción, protagonista de la telenovela Entrega, que actualmente transmite la televisión cubana; el otro, licenciado en Marxismo, Leninismo e Historia, subdirector docente del preuniversitario urbano Rosalía Abreu, del municipio de Cerro, y uno de los profesores en los que Ray Cruz se inspiró para interpretar su personaje, luego de visitar varios preuniversitarios de La Habana.

Después de haber participado en una de las clases de Miguel, el actor y el profesor se sentaron a conversar sobre resoluciones ministeriales y el papel del maestro en el aula y la sociedad. Miguel no imaginó que Ray le estaba «copiando» la clave o mejor dicho, la esencia de su secreto: la empatía.

«Cuando Ray vino con el director de la telenovela Alberto Luberta, visitaron las clases de varios profesores de Historia. Nunca pensé que me iban a escoger como modelo, porque no me considero un modelo de maestro de Historia», asegura Miguel, quien se convirtió en profesor contra todo pronóstico, a pesar de que es también la profesión de sus padres.

Se había graduado en 1994 de técnico medio en Metrología y Control de la Calidad; pero aquello no iba con él, y cuando en el 2000 se anunció la necesidad de maestros, se presentó y aprobó.

«Cuando mi mamá y mi papá se enteraron, dieron un grito. Debió haber sido por el sacrificio que lleva ser maestro, pero yo me dije: “vamos a probar”. Imagínate que me debía haber graduado a los 24 años de edad y con esa edad fue que empecé a estudiar la carrera», recuerda.

A un año de comenzar a impartir clases en la secundaria básica República de Nicaragua, Miguel fue promovido a secretario docente y luego a director, cargo que desempeñó durante seis años. Después empezó un período de crecimiento profesional en la actual Universidad de Ciencias Pedagógicas Enrique José Varona, y más tarde se trasladó a la escuela donde hoy labora. Allí el profe Miguel, de 44 años de edad, recibió a Juventud Rebelde relajado y dispuesto al diálogo.

—¿Cuánto se parece Manuel a ese maestro que eres tú?

—Hay muchas cosas parecidas, otras son propias de su estudio o de su inspiración personal. Lo fundamental es que soy partidario de que las clases de Historia no deben ser monótonas. Hay que llevar al estudiante al lugar del hecho, no solamente estudiar el personaje histórico o el acontecimiento. Hay que enseñarles a apreciar en el héroe al hombre de carne y hueso.

Utilizar las nuevas tecnologías en las clases las hace más amenas. Foto: Maykel Espinosa Rodríguez

—¿Pero es tan fácil «evadir» lo que ya está escrito, y mantener el propósito de enamorar en cada turno de clases?

—Es como uno se lo proponga. Para mí, sí. Cuando se logra la empatía y la atención del estudiante, hay un gran por ciento ganado. Claro, tienes que romper esquemas, ir de frente con los directivos que no entienden tu método, aunque hay momentos en los que no queda más remedio que ceder.

—¿Cuándo, por ejemplo?

—Sacar a los muchachos de la escuela, por ejemplo. A pesar de que las leyes o las resoluciones ministeriales aprueban que el estudiante salga de la escuela por cuestiones docentes, tanto el municipio como otras instancias hacen resistencia. Lógicamente, el maestro tiene que tener mucho cuidado, y cuando saca a los alumnos adquiere una responsabilidad alta; de ahí que deba tener confianza en sí mismo y mucho dominio del contenido y del lugar a donde va a llevar a los muchachos para desarrollar la clase. Eso hacía yo.

«Ahora me cuesta más trabajo por el cargo, porque tengo menos tiempo. Entonces apuesto por los viajes imaginarios y nos vamos para el patio o las gradas. Ahí vamos a imaginar y a jugar. ¿Eso no es lo que ellos quieren? ¿Eso no es lo que les gusta? Pues lo utilizo a favor de la clase».

—¿Cómo te autopreparas?

—En 2006, en la capital se publicó una serie de discos de multimedias sobre la historia de La Habana que incluía a todos los municipios. Entonces era director y copié los discos. Ahí hay mucha información. También están las investigaciones que se realizan en los Pedagógicos y los libros de texto para profundizar. Además, en cada municipio hay un museo. He ido al de Regla, Guanabacoa, Cerro y el Cotorro.

—Pero a veces a los muchachos no les interesa ir allí…

—Ahí está el papel del maestro, que debe llevarlos, no mandarlos a ir. Si los llevamos nosotros, podemos dirigir la visita hacia lo que nos hace falta que los muchachos conozcan sobre su identidad y lo que tiene que ver con el contenido que se imparte. Pero claro, el maestro primero tiene que ir solo, debe investigar antes de llevar al alumno».

—¿Por qué algunos no lo hacen?

—Por el acomodo y el pensamiento generalizado de «total, para qué, si a ellos no les interesa». En eso nos escudamos muchas veces los maestros. Pero hay que motivarlos, tratar de que sí les interese; y si no empieza por interesarle al maestro, no le va a interesar a los muchachos.

—¿El tipo de maestro que has escogido ser, te ha traído conflictos, disgustos…?

—Ser un tipo de maestro diferente a veces puede buscarte enemistades y que te «marquen». Con los padres nunca he tenido conflictos, ni con los estudiantes. Con las instancias superiores sí, sobre todo a la hora de interpretar una resolución. Por ejemplo, con las formas de evaluación, uno de los temas que llamó la atención en la telenovela.

«Como la resolución afirma que el maestro puede determinar si hacer un trabajo práctico o una prueba escrita, incluso el director te dice: “lo más fácil es hacer el primer trabajo de control escrito; el segundo, oral”. ¿Pero por qué? ¿Quién mejor que el maestro para diagnosticar a los estudiantes…?

«Aunque discrepo un poco con Manuel en lo de la evaluación oral, porque a veces se opta por el facilismo de que el estudiante se aprenda de memoria el contenido. ¿Y quién les hace los trabajos? Muchas veces los padres lo buscan en internet o se los hace un profesor particular. No podemos mentirnos a nosotros mismos. Hay que ponerles la “parada alta” para que sepan que tienen que estudiar».

Foto: Maykel Espinosa Rodríguez

—¿Cómo se pone la «parada alta» desde el aula?

—Hay que estar claro de que el primer evaluador es el estudiante, al igual que los padres. Ellos saben con quién «se lanzan» y hasta dónde pueden llegar. Si das una clase de excelencia, no hay más que buscar. Pero si bajas el nivel de la prueba, porque te dicen «no, eso está muy complicado, el por ciento tuyo dónde va a estar», entonces qué dice el muchacho: «pa’ que voy a estudiar tanto».

«Por eso hay que confiar en las decisiones de los maestros. Como en cualquier sector, hay maestros buenos, regulares y malos. Pero no se puede esquematizar. Conozco a muchos maestros excelentes».

—Otro tema que pone en pantalla la telenovela es el de las presiones de ciertos padres sobre el maestro, incluidos regalos o prebendas…

—Algunos padres buscan vías para el supuesto beneficio de su hijo, según su opinión. Siempre hay quienes optan por el facilismo, están adaptados a eso; pero la familia conoce y sabe hasta dónde puede llegar con cada profesor.

Foto: Maykel Espinosa Rodríguez

—Cuando ves al profe Manuel, ¿cómo evalúas su desempeño y qué harías como directivo si lo tuvieras en esta escuela?

—Si lo tuviera, le daría todo mi apoyo. Si tengo que discutir con el metodólogo, que está equivocado, lo hago. Si lo traje a la escuela es porque sé que sabe, y si lo puse a impartir la Historia de Cuba en 12mo. grado, es porque no dudo de su conocimiento. Como Manuel sí hay, y no soy solo yo: son muchos en toda Cuba. Pero hay que darles un voto de confianza, defenderlos, reconocerlos y estimularlos.

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