Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Masculinidades en juego

Varios filmes que concursan en el actual Festival de Cine latinoamericano abordan los conflictos donde el hombre se enfrenta a sus congéneres, y surgen dramas contundentes

Autor:

Frank Padrón

Aunque la mujer ha adquirido un protagonismo considerable en las ediciones del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano —delante y detrás de la cámara, como objeto y sujeto de enfoques—, algo que veremos en un próximo texto, los conflictos donde el hombre se enfrenta a sus congéneres, a sí mismo como una profunda sombra familiar, social, erótica incluso, surgen dramas contundentes como algunos que aspiran este año a los Corales.

El príncipe, de Chile, es uno de ellos. Ópera prima de Sebastián Muñoz, se ubica en el pueblo de San Bernardo, del país sudamericano. Durante los años 70 del siglo pasado, un joven solitario va a la cárcel por asesinar a su mejor amigo; allí conoce el «amor negro» (relación entre hombres dentro de la prisión), lo cual lo introduce de lleno en las leyes no escritas del lugar, mediante su relación con el Potro, hombre mayor y líder.

La novela cubana Hombres sin mujer, de Carlos Montenegro (primera que en lengua castellana trata el tema y, para orgullo nuestro, joya de la literatura cubana de finales de los años 30) pareciera traspolada al Chile de la época sin que el director quizá ni la conozca, pues realmente parte de otra, una obra de baja circulación que en la época concibiera Mario Cruz y que llegó por pura casualidad a sus manos.

El príncipe es la ópera prima de Sebastián Muñoz.

Aún siendo un debutante, Muñoz logra un atendible estudio de caracteres, un examen riguroso y sutil de los nexos de poder, la ambigüedad sentimental y las variedades eróticas en un marco singular y tan específico, lo que permite al filme trascender, para bien, el drama carcelario al uso. Ahí no hay buenos y malos, asesinos ni inocentes, sino contradictorios sentimientos en juego, pasiones desatadas que la cerrazón del contexto hacen aflorar de forma brutal y auténtica, sin tapujos civilizados. El montaje (Danielle Fillios) permite una coherencia sutil entre escenas del pasado y el presente, la vida fuera y dentro de la cárcel en diferentes tiempos, lo cual posibilita ir armando el puzle de acontecimientos y personajes.

Tanto la fotografía como la dirección de arte contribuyen al logro de la peculiar ambientación, mientras el rubro actoral mezcla jóvenes (Juan Carlos Maldonado, Lucas Balmaceda, Sebastián Ayala…) con varios colegas de reconocida trayectoria (Alfredo Castro, el argentino Gastón Pauls…) sin que se sientan las diferencias generacionales ni profesionales. Reconocido en el Festival de Venecia como mejor filme LGTB, es un fuerte candidato en el nuestro.

La bronca, coproducción entre Perú, Colombia y España, narra una difícil relación paterno-filial. Un padre y su hijo de 18 años, peruanos, se rencuentran a principios de los años 90 en Montreal, donde el primero es un empresario exitoso que trata de comunicar al abúlico y extraño joven las estrategias del «sueño americano», mas… ¿es preferible la gelidez del país adoptivo a la violencia y sordidez del suelo latino y nativo? En tal sentido, este filme, que compite en largos de ficción, muestra eso dado en llamar espacio semantizado, por cuanto el escenario de las acciones implica una suerte de prolongación metonímica de los conflictos que sobre este tienen lugar.

Los directores Daniel y Diego Vega (Octubre, laureado en Cannes en 2010; El mudo…) han armado un retrato sólido y convincente de ambos personajes, y en el cual las mujeres con las que se relacionan solo complementan las singularidades de sus caracteres y lo espinoso del conflicto: incomprensiones, colisiones etarias, de puntos de vista sobre todo: el padre algo fanfarrón pero esforzado y peleador, y el joven abúlico y pusilánime, con quien, sin embargo, procura todo el tiempo un acercamiento que parece imposible, ante la violencia y la falta de entendimiento.

Aunque acentuando las características familiares del relato, los realizadores tienen muy en cuenta, y así lo reflejan, los ribetes sociales: el Perú incendiado de problemas y cismas socioeconómicos; el Canadá, próspero y acogedor, mostrando, sin embargo, reversos no tan halagüeños, y en tales contrastes —como los del padre y su hijo— se logra un contrapunto muy jugoso, con desempeños notables de los protagonistas (Jorge Guerra y Rodrigo Palacios) y el resto del elenco.

Cartel de la película de Marcos Berger.

Experto en rastrear las masculinidades desde sus complejos nexos y subterfugios eróticos, el argentino Marcos Berger ha aportado algunos títulos notables, en los que ha pulsado lo difícil de establecer una relación ante los prejuicios y las autolimitaciones (Plan B) o las diferencias sociales que, no obstante, se superan (Hawai); el acercamiento de cosmovisiones y edades diferentes —un entrenador deportivo y su discípulo— (Ausente), o la pareja potencial en medio de un contexto masculino de clara proyección heterosocial (Taekwondo), aunque no siempre ha conseguido desarrollar exitosamente los temas ante las irregularidades narrativas y las dispersiones del sujeto.

Con su nuevo filme, titulado Un rubio, Berger insiste en la pareja masculina, ya establecida, cuando dos compañeros de trabajo que vienen de la ciudad a trabajar en una fábrica del interior comparten apartamento; tanto la sutileza para establecer el vínculo (algo en lo que Berger parece haberse especializado, tanto que en ocasiones exaspera, aunque aquí redondea el tempo justo) como las peculiaridades de cada miembro representando posiciones diversas —la doble vida y la entrega incondicional— estructuran un relato lleno de elegantes modulaciones y matices focalizados con agudeza sicosocial, en un tratamiento narrativo mucho más sólido y seguro que en algunos de sus anteriores títulos, y donde sobresalen también las actuaciones de Alfonso Barón y Gastón Re.

Una reserva estaría en lo innecesariamente explícito, detallado y redundante de las escenas sexuales, algo chocantes respecto a la elegancia y mesura que mantienen otros costados de la relación… y la narración, apoyada en los hábiles escrutinios de la cámara y la delicadeza de la banda sonora (Pedro Irusta). Pero no hay dudas de que Un rubio, escrito, producido, editado y fotografiado por Berger, es un filme serio y motivador, y uno de los mejores en su ya considerable trayectoria.

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