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Los amantes de Gibara

Como esas mujeres silenciosamente hermosas y distintas, Gibara trae querellas entre sus eternos enamorados. Hoy me escribe Perfecto Siro Leyva, un gibareño ausente, desde calle 252, edificio 202, entre 33 y 35, en San Agustín, municipio capitalino de La Lisa.

Y en su celo por La Bella —como le llama—, se declara sorprendido por la visión de esa ciudad que denotara también desde la capital otro gibareño ausente —Jorge Sanjuán Álvarez—, en la carta reseñada aquí el pasado 30 de mayo. La percibe hija de la desinformación.

Entonces, Sanjuán elogiaba los avances observados en su última visita al terruño natal: el canal de TV local, la emisora radial, el campo eólico y la reparación del antiguo edificio de la Colonia Española, entre otros aspectos. Pero se quejaba de problemas aún no resueltos, como las escasas opciones de transportación desde Gibara a la ciudad de Holguín, incluyendo aquel tren que no rodó más.

También terciaba por el dragado de esa espléndida bahía y la construcción de un espigón que permitiera el atraque de buques y el cabotaje. Y clamaba por un buen hotel, ante la inconclusa restauración del Plaza; así como por la salvación de tradicionales edificaciones que hoy «languidecen», como la antigua Escuela Superior y la conocida casa del señor Ordoño, la edificación más altiva de la ciudad.

En su carta, San Juan comprendía las tantas carencias materiales acumuladas durante estos años de período especial; pero insistía en alertar por el renacer de Gibara.

A este alerta, ahora Perfecto Siro contrapone, en su condición de integrante de la Comisión del Gibareño Ausente, la información que tiene sobre más de 35 acciones de remodelación y rescate allí, como la terminación del teatro Colonial, el hotel Gibara, la restauración de la antigua Escuela Superior, el ranchón de la escalinata, el Museo Ferroviario, la Casa del Cineasta, el Piano Bar, el proyecto para detener la erosión del malecón, la ampliación del hotel Bellomar, la conversión de la calle Mora en paseo y la reparación de las fachadas del centro histórico, entre otras.

«Gibara es así, seductora, fascinante, donde el mar ruge y se encrespa con una belleza inolvidable, provocando los amores a primera vista de quienes logran conocerla. Y es usual, sin promoción comercial, que sus más de 20 bellos hostales estén ocupados todo el año. Por tanto, no me la presenten como una ciudad que languidece; al contrario, Gibara hoy se crece apoyada en su noble, aguerrido y revolucionario pueblo», suscribe finalmente Perfecto Siro.

«Solo un milagro ha evitado la tragedia», sentencia en su carta Ciro Cávez Romero, vecino de Belascoaín 452, en el tropeloso Centro Habana, municipio de la capital. Y precisa la razón de su sobresalto: en la esquina de Reina y Chávez, a un costado de la tienda Yumurí y a menos de diez metros de la del policlínico Reina, «se mantiene aún herido de muerte un vetusto caserón habitado por sombras, con paredes rajadas por doquier, como navajazos luego de un duelo sevillano».

Describe el agudo observador que «por el frente del inmueble, en el estrecho portal techado, 20 “muletas” apuntalan el piso superior. Algunas de ellas ya ni llegan al suelo y se mantienen colgando o sujetas por sus hermanas, formando así una peculiar familia con más de 20 años de edad».

Lo más preocupante para Ciro es que los transeúntes atraviesan ese peligro, y al propio tiempo hay un intenso tráfico de todo tipo de vehículos a solo centímetros de la escena. La situación se ha planteado ante diversas instancias, refiere, «pero parece que nadie asume. Ojalá, y tras la publicación de esta carta, el mensaje toque algún corazón».

Argumenta que el inmueble no tiene valor histórico ni arquitectónico, y cuestiona hasta cuándo habrá que esperar para que demuelan tal peligro público: «¿Hasta que nos lamentemos por las víctimas del desplome? Y entonces, ¿quién dirá algo?», advierte Ciro.

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