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Milagrosas estáticas

Desde su hogar en Vista Hermosa 407, entre Piñera y Lombillo, en el municipio capitalino del Cerro, me escribe alarmada Julita Osendi, una mujer que osó décadas atrás desafiar la abrumadora preponderancia masculina en el periodismo deportivo cubano.

Jubilada, pero no retirada de la profesión, Julita escribe como cualquier abuela cubana, porque teme por la salud de sus nietos y del resto de los vecinos de la cuadra, a consecuencia de las milagrosas estáticas con que se mantienen ruinosas edificaciones a su alrededor.

Semanas atrás, dice, era un salidero de aguas albañales en medio de la calle, el cual, felizmente, fue resuelto tras la constante solicitud de los vecinos a diferentes instituciones y la tramitada por ella misma en el Ministerio de Salud Pública.

Pero hay otro peligro mucho más viejo: los posibles derrumbes en las cercanías. Al frente de su casa, un edificio ya desalojado de su piso superior, espera porque se cumpla una orden de demolición de 1989. Cuenta ella que, según los compañeros de la campaña contra el mosquito, allí ya no existe ningún foco, por el intenso trabajo realizado.

Pero ella, que vive al frente y observa cada día aquel abandono inhabitado, piensa que no puede subestimarse la inminencia de una posible reproducción del vector, máxime cuando las paredes y techos de aquel espectro constructivo están agrietados de forma alarmante.

Como si fuera poco, colinda con su vivienda la que fuera una fábrica de refrescos y posteriormente envasadora de miel. Hoy es solo un recuerdo vacío, con focos inmensos, detectados por los de la campaña. Estos, afirma Julita, dicen no poder hacer nada más, por la amenaza de derrumbe que pende allí.

Ella reconoce que las demoliciones cuestan, y su demanda en la capital, por el deterioro de viejas edificaciones, sobrepasa muchas veces las disponibilidades y recursos. Pero, en su criterio, hay que sopesar la sustentabilidad de la salud humana, que es lo más importante.

Cuando estamos imbuidos en una campaña nacional contra el zika, sin abandonar la prevención contra el dengue y otras enfermedades, Julita piensa que hay que ser más severos con quienes no preservan el orden, la limpieza y la higiene; pero también hay que ser radicales con los problemas estructurales que son el alimento de esos vectores.

La zanja de la abulia

Selma González Espinosa (Heredia 22, apto. 1, entre Lacret y General Lee, Santo Suárez, La Habana) cuenta que el edificio contiguo al suyo, desde hace más de cuatro años tiene roto el entramado de las aguas albañales, justo a la salida trasera y que colinda con el pasillo lateral del apartamento donde ella vive.

Por esa salida, afirma, vierten fuera de las tuberías los residuos de siete apartamentos. El trayecto tiene ocho o diez metros de largo por un metro de ancho. Una zanja por donde corre el agua pestilente. Y los vecinos arrojan bolsas plásticas, frascos, envases de papel de galletas u otro alimento, además de la mala yerba que crece aceleradamente. Hay charcos de agua que albergan criaderos de mosquitos y se ha informado a la enfermera y médica de familia, las cuales, a su vez, lo alertaron al área de salud.

«Pues un día —señala— encontraron un mosquito Aedes Aegipti en un tanque de agua de mi vecina más cercana. El tanque estaba tapado, y el animal entró por el espacio entre el tubo de entrada de agua de la calle y el orificio del tanque.

«Entonces se llenó mi cuadra de batas blancas, doctores y enfermeras, responsables de la campaña, y una funcionaria de Vivienda que atendía esos problemas. Llevé al presidente de mi CDR a mi pasillo; y a una enfermera, a una responsable de fumigación y a la funcionaria de Vivienda, para enseñarles mi problema. Y hasta les sugerí que el mosquito encontrado a tres metros de mi puerta pudo haber salido de ese criadero.

«Me dijeron que se iba a informar, a hablar con los moradores, en fin, a tomar medidas. He hablado con los muchachos fumigadores para que lo informaran a sus responsables. Lo anotaron, pero no se ha hecho nada. Ahora con el zika se redobla el peligro, porque aunque fumigan, los mosquitos campean por la casa al otro día de haber fumigado», concluye.

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