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Valijero

Con motivo de las páginas referidas al derrocamiento y exilio del dictador Gerardo Machado, el lector Omar Hernández, en su mensaje electrónico del 20 de agosto, solicita información sobre dicho sujeto fuera del poder, en particular acerca de su papel en la Guerra de Independencia. Una señora con la que coincidí en la espera de un ómnibus me pidió que, en lo posible, abundase en la vida de Colinche, jefe de la escolta de Machado, y alguien, motivado por la página que dediqué al obispo Morell de Santa Cruz y su enfrentamiento al invasor inglés, inquirió sobre el botín de guerra que Inglaterra sacó de aquí en el año en que sus tropas ocuparon La Habana (1762-63).

El escribidor agradece la nota que le hizo llegar Gisela Gallo sobre un suceso ocurrido en Campo Florido, el 24 de julio de 1958, así como la síntesis histórica de la localidad habanera de Santa Fe remitida por David Morales Aguilera.

Lo que el inglés se llevó

Fue un botín cuantioso. Incluyó 11 buques de guerra, que eran la quinta parte de toda la fuerza naval de España; seis fragatas reales y barcos-correos, un buque de 78 cañones y seis fragatas armadas en guerra pertenecientes a la Real Compañía de Comercio, así como no menos de cien buques mercantes y un número similar de cañones de bronce, gran cantidad de efectos militares y un abasto enorme de mercancías.

Tanto Pockoc, jefe de la flota enviada contra La Habana, como Albemarle, jefe de las tropas, se alzaron con 122 000 libras esterlinas cada uno, y otras 50 000 correspondieron al segundo de Pockoc, en tanto que los soldados debieron conformarse con cuatro libras, un chelín y ocho y medio peniques por cabeza, y los marinos con tres libras, 14 chelines y nueve y tres cuartos peniques.

Apunta Ramiro Guerra en su imprescindible Manual de historia de Cuba (1938) que la participación que Albemarle obtuvo en el reparto del botín no fue la única suma que el Conde sacó de La Habana. Dentro de las prácticas inglesas entraban en el trofeo las campanas de los templos. El obispo Morell
pagó 10 000 pesos para que no se les despojara de ellas. Más tarde, de manera indirecta, pero firme, Albemarle exigió 100 000 pesos al clero, cantidad que al fin y al cabo se redujo a 70 000. Además, pidió a los vecinos la donación «voluntaria» de 400 000 pesos, que se redujeron a 230 000.

Emilio Roig, en su La Habana. Apuntes históricos (1963) incluye en el botín todos los tabacos que los ocupantes encontraron en los almacenes y tabaquerías, y también los 322 000 pesos que tomó Albemarle de la caja de la Compañía de Comercio. Se apropió asimismo del inventario de un almacén de hierro valorado en 800 000 pesos.

Un historiador inglés cifra en tres millones de libras esterlinas lo que se sacó de La Habana. El historiador Pezuela habla de un poco más, casi tres millones y medio de libras que se acopiaron en metálico y en lo que se llevaron para vender; cifra, dice Pezuela, que debió repartirse entre 28 442 ingleses, un reparto en el que, como se vio, los jefes se llevaron la parte del león.

Los combates por la toma de La Habana se iniciaron el 7 de junio de 1762 y se prolongaron hasta el 12 de agosto (hizo ahora 261 años), cuando se rindieron las defensas de la ciudad. Las pérdidas humanas fueron cuantiosas para España: 122 jefes y más de 358 soldados, marinos y milicianos muertos, y 23 jefes y 1 470 soldados heridos y unos 500 prisioneros.

El mocho de Camajuaní

No se precisa con exactitud su fecha de nacimiento. Para algunos nació el 29 de noviembre de 1871, otros señalan el 28 de septiembre del mismo año, y no faltan los que afirman que nació el 29 de septiembre de 1869. Lo mismo sucede con su lugar de origen. Algunos ubican su nacimiento en Santa Clara y otros en Manajanabo, aunque no faltan los que aseveran que vio la luz en Camajuaní. En esa localidad de la central provincia de Las Villas trabajó como carnicero y, en el desempeño de ese oficio, perdió dos dedos de una mano. De ahí que le apodaran el mocho de Camajuaní.

Ingresó en el Ejército Libertador con grados de Comandante, el 15 de junio de 1895, esto es apenas cuatro meses después de iniciada la Guerra de Independencia. Sirvió de inicio a las órdenes del entonces teniente coronel Juan Bruno Zayas, para subordinarse poco después al mayor general Manuel Suárez, de quien fue jefe de escolta hasta regresar, con igual cargo, a las tropas de Zayas.

El Diccionario enciclopédico de historia militar de Cuba (2014) consigna que fue herido en el combate de Cerro Pelado (1896) y al año siguiente nombrado jefe del Regimiento de Caballería Zayas, del 4to. Cuerpo de Ejército, en el que se mantuvo hasta el fin de la contienda. Participó en los combates de Encrucijada, San Antonio, Suazo, Salamita, Guaracabulla, Nazareno, Vega Alta, Fomento, Palo Prieto, Oliver, Manajanabo, Constancia y Ochoa, entre otros. Coronel en 1897 y general de brigada al año siguiente, lo que lo hace uno de los generales más jóvenes del Ejército Libertador.        

Fuera ya de la vida militar, fue alcalde de Santa Clara en dos ocasiones. Con posterioridad ingresó en la Guardia Rural y, con grados de teniente coronel, fue jefe del distrito de Santa Clara, hasta que renunció en 1906. En 1908, ya como general de brigada, ingresó en el Ejército Nacional. Fue inspector general y ocupó de manera interina y por breve tiempo la jefatura de ese instituto armado. Secretario (ministro) de Gobernación en el gabinete del presidente José Miguel Gómez. Presidente de la Republica en 1925 hasta su derrocamiento en 1933. Martínez Villena le llamó el asno con garras.

En 1934, en París, escribió sus memorias. O las dictó, supone el escribidor, al periodista cubano Alberto Lamar. Muerto Machado, en 1939, su familia trajo el manuscrito a Cuba, de donde, ya en los años 70, su hija Laudelina lo sacó del país. Con el título de Ocho años de lucha, uno de sus biznietos lo publicó en Miami, en 1982.

Colinche

Se dice «Colinche» del animal —caballo, toro, vaca— que tiene el rabo corto y pelón. Desconoce el escribidor el significado del término cuando se aplica a un hombre, pero se lo imagina.

De cualquier manera, a Manuel Rodríguez Batista, jefe de la escolta del presidente Machado, le apodaban Colinche. Nació en Islas Canarias y, ya en Cuba, se estableció en la zona central. Por méritos, alcanzó en el Ejército Libertador los grados de capitán. Fue durante la guerra que conoció a Machado. A su lado hizo toda la campaña y lo acompañó hasta su salida de Cuba en 1933.

Machado fue padrino de bodas de dos de los hijos de Colinche. Cuando uno de ellos cayó preso por ser el presunto autor de un hecho de sangre, Machado no intercedió a su favor, ni Colinche le pidió que lo hiciera. Cuando se halló al verdadero culpable y el muchacho fue exonerado, ambos, el déspota y su ayudante, lo celebraron en grande. Pese a ser de los íntimos, siempre trató a Machado de usted. Era valiente y simpático, de muy buena presencia y modales acriollados. No se le atribuyen atropellos ni asesinatos.

Machado fue el primer mandatario cubano que dispuso de escolta. No la tuvo al comienzo de su mandato, sí a partir de 1926. Al Lincoln blindado del Presidente seguía el auto tripulado por Colinche y cinco o seis escoltas con ametralladoras, y a este seguía el vehículo donde viajaban Isidro Baldrich e igual número de guardaespaldas, todos con ametralladoras. Cerraba la comitiva un camión con soldados del Batallón Presidencial, con sede en el Castillo de Atarés, puesto al mando del capitán Crespo Moreno, a quien el general Herrera, jefe del Ejército, dio en 1930 la misión de proteger al Presidente. Todos, Colinche y los demás, se llamaban a sí mismos los «perseguidores» de Machado.

Colinche sentía el orgullo de haber formado parte de lo que se llamó «la primera guardia» de Machado. A todas partes lo seguía como un perro, y el déspota, en agradecimiento, le regaló un terreno de buenas proporciones en el reparto Lutgardita, en Boyeros, parcelación a la que el dictador puso el nombre de su madre. Allí el jefe de la escolta se fabricó una buena casa, y, hombre de campo al fin, adquirió con el tiempo una finquita en Vereda Nueva, que sus hijos dedicaron al cultivo de la papa.

Acompañó a su jefe hasta el final.  El 12 de agosto de 1933 lo protegió en el trayecto entre la finca Nenita y el aeropuerto, y allí vio alzar vuelo al aeroplano que se lo llevaba a un exilio sin regreso. A partir de ese momento su rastro se pierde para siempre. Presumiblemente volvió a Canarias.

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