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Marcha que siempre estremece

Cuentan que emergió una madrugada de agosto de 1867 y que la tradición oral la convirtió luego, el 20 de octubre de 1868, en elemento indisoluble de nuestra historia, porque ese día se erigió como el Himno de los cubanos

Autor:

Mailenys Oliva Ferrales

BAYAMO, Granma.— De pequeños, cuando comienzan los primeros encuentros con las letras y los números, nos lo inculcan como materia, nos enseñan a conocerlo y respetarlo, y casi sin percibirlo se nos cuela por las venas, aprendiéndolo de memoria —como pocas cosas— para toda la vida.

Y no puede ser de otra manera. Nuestro Himno Nacional es orgullo que nos conmueve, marcha que nos distingue y vibración perenne que no admite interpretaciones en voz baja, ni susurros sin honra.

Su historia, aunque nos resulte ampliamente difundida, aún reserva incógnitas y encantos propios de una marcha que desde su nacimiento fue toda leyenda.

Razones para afirmarlo sobran. A 145 años de aquel 20 de octubre, cuando cientos de gargantas enardecidas lo cantaran por vez primera, «sin disimulos» y a viva voz, varias interrogantes vuelven una y otra vez. JR aborda algunas.

¿Himno de octubre?

La tradición oral siempre ha resaltado el día en que Perucho, montado sobre su caballo, escribiera las notas del Himno. Sin embargo, La bayamesa surgió un poco antes.

En realidad, según el libro Bayamo, de José Verdecia, el encargo fue hecho por el patriota Maceo Osorio a Pedro (Perucho) Figueredo el 2 de agosto de 1867. Doce días después, en su propio hogar, Perucho daba a conocer en el seno del Comité Revolucionario bayamés la música tocada a piano, de la nueva «Marsellesa».

¿Tres presentaciones?

La primera presentación de La bayamesa, aunque fuera solapada, debía hacerse en público, y la celebración en la villa del Corpus Christi era la oportunidad. Así, el jueves 11 de junio de 1868, en la Iglesia Parroquial Mayor de Bayamo, ante la afluencia de altas personalidades del Gobierno y el pueblo, se estrenó la música.

Pero el Himno fue escuchado una segunda vez el Día de Santa Cristina, cuando Figueredo y otros jóvenes bayameses, en un golpe de audacia y burlando a los agentes del teniente gobernador Julián Udaeta —quien desde la primera vez había sospechado que aquella marcha no tenía nada de litúrgica—, fueron desde su residencia a la Sociedad Filarmónica con los acordes de la melodía patriótica.

La bayamesa se reiteró luego «encubierta» una y otra vez, pero la tercera presentación pública, esa que tendría lugar el 20 de octubre del 68, sería definitiva.

Por eso no sorprende que esa mañana, mientras avanzaba por las calles de Bayamo, Perucho recibiera el reclamo de los pobladores: ¡La letra! ¡La letra!

¿Versiones?

Alrededor del Himno Nacional existen varias controversias; y una es la de la autoría exclusiva de Figueredo.

Según cuenta Carlos Manuel de Céspedes y Céspedes, hijo menor del Padre de la Patria, en marzo del 67, en el ingenio Las Mangas, escuchó la melodía al piano por el mismo Perucho, quien le mostró parte de la letra y le contó que en la corrección le ayudaba su esposa Isabel.

La historia poco «ha tocado» este relato, pero lo cierto es que esta marcha henchida de amor por el suelo patrio también tiene los toques femeninos de una valerosa mujer.

No menos polémicas fueron las múltiples versiones surgidas a partir de la desaparición, tras el incendio de Bayamo, de la partitura original. Pero, ¿realmente se quemó?

No obstante, las diferentes generaciones de verdaderos patriotas se encargaron de no dejar morir la auténtica versión de Perucho y para satisfacción de los cubanos aún se conserva la partitura original que este le dedicara a la joven camagüeyana Adela Morell, el 10 de noviembre de 1869.

Adela lo supo siempre. Tenía en su poder un tesoro, que Martí años después calificaría de «arrebatador y sencillo». Recomendándonos, desde su sabiduría infinita, ¡escucharlo de pie y con las cabezas descubiertas!

Fuentes bibliográficas:

-Bayamo, de José Verdecia, primera edición 1936. Tercera edición, 1997.

-Estudios de Historia de Cuba, de Fernando Portuondo.

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