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Niño que se hizo poeta y rey de la décima

Jesús Orta Ruiz, el Indio Naborí, uno de los más grandes improvisadores, cantantes y escritores

de las espinelas en la historia de Cuba, cumpliría este 30 de septiembre 95 años

Autor:

Luis Hernández Serrano

Los cubanos que vieron, escucharon o leyeron al poeta Jesús Orta Ruiz —el Indio Naborí— seguramente piensan, como yo, que continúa enseñándonos sus versos. Las nanas con que su madre, María Ruiz Llerena, lo dormía cuando niño, eran décimas guajiras; y su padre, Eduardo Orta Amador, las cantaba pastoreando el ganado.

Uno de los más grandes improvisadores, cantantes y escritores de las espinelas que se volvieron nuestras en la historia de Cuba, el Cucalambé de nuestra época, el Lorca de la décima guajira —Premio Nacional de Literatura de 1995—, este 30 de septiembre cumpliría 95 años de nacido.

En el vecindario campesino donde vino al mundo en 1922, en la finca Los Zapotes, de San Miguel del Padrón, entonces tierra de Guanabacoa, no había otra fiesta que el guateque, donde siempre se decían y entonaban décimas. Y a los nueve años él las improvisaba y cantaba al pie de un laúd por aquellos campos, ahora en gran parte urbanizados.

Un día de 1939 se presentó en la emisora El Progreso Cubano —hoy Radio Progreso— al espacio La Corte Guajira del Arte. Entró allí fortuitamente, pero tuvo la suerte de que pudo sustituir a un improvisador que faltaba. Dijo que se llamaba «el Indio Naborí», como nombraban al aborigen que trabajaba la tierra, y causó sensación su seudónimo. Lo hizo —como en una oportunidad nos contó— por admirar a esa raza primitiva y por pudor, para que su padre no se enterara. Sin embargo, fue escuchado por el único radio con que se contaba en su barrio rural en aquel momento. Y al llegar a la casa el padre le dijo: «Oí a un negrito viejo repentista. De lo más bonito que lo hizo. ¡Ese sí es poeta!», afirmó, sin saber que se trataba de Jesús, su propio hijo.

El premio fue un traje de la sastrería El gallo y cinco pesos, que los dio enseguida para la casa, donde reveló entusiasmado: «Papá, ¡el negrito decimista era yo!». No quería creerlo el padre, pero se puso muy contento.

Para el domingo siguiente citaron a Naborí a la eliminación de eliminaciones, en la que ganó. Entonces lo contrataron por 25 pesos al mes como «artista exclusivo». Eran famosos por aquella fecha los repentistas José Marichal, Pedro Guerra y Justo Vega.

Sin embargo, no todo fue color de rosas en la vida de Naborí. Cuando tenía 17 años cumplidos, su familia fue desalojada de la casa en que vivían porque los dueños de la finca vendieron esas tierras a empresas urbanizadoras, y muchos guayabales de la zona se hicieron repartos. Se dice que tuvieron los muebles debajo de una ceiba un día entero, hasta que un hombre generoso y admirador de la poesía les brindó su vivienda a medio hacer, en el reparto Juanelo.

Por esos tiempos apareció en La Habana el dirigente campesino Romárico Cordero, que estaba organizando la Asociación Nacional Campesina. Los desalojados se le quejaron, pero ya las fincas estaban vendidas. Romárico le dijo al adolescente: «Naborí, tu venganza contra el latifundio está en tu propio canto». Y le pidió que lo acompañara en su recorrido para constituir aquella asociación precursora de la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños (Anap).

Fue Govea uno de los primeros sitios que visitó y allí conoció a Angelito Valiente, que no se presentaba en la radio todavía, aunque era conocido ya en toda esa zona. Cantaron juntos las desdichas y el dolor del campesino y despertaron mucha simpatía. Ya la espinela naboriana tenía un buen filo revolucionario. El decimista era acompañado por el laúd de Alfredo Hernández. 

Naborí cantó también más adelante con los hermanos Pedro Triana, en Majana, en Campo Florido y en Jaruco; con Gustavo Tacoronte, en Tapaste; en algunos guateques promovidos por el médico comunista Felo Echezarreta, organizador del Partido Socialista Popular (PSP) en San José de Las Lajas y Tapaste, hoy provincia de Mayabeque.

En Güines conoció a otro grande, Francisco Riverón. Y a partir de 1950, en Quivicán, comenzó a colaborar con jóvenes de la Generación del Centenario y del PSP.  Además, colaboró con el periódico clandestino Son los mismos, que luego Fidel denominó El Acusador, donde escribían Fidel, Raúl Gómez García, Abel Santamaría y Jesús Montané. En la publicación Naborí tenía una sección fija bajo el nombre: De la entraña del surco.

Recitando, cantando o hablando en actos, siguió vinculado a las ideas de la Revolución, pues atraía al público, recaudaba fondos y estimulaba la lucha con el verso y el canto patrióticos. El 28 de enero de 1955, cuando Fidel estaba en el Presidio Modelo, Naborí y Angelito Valiente cantaron en el Liceo José Martí, de Quivicán.

Los decimistas, junto a Naborí, daban competencias en toda La Habana. Y en un momento de gran abandono oficial (que eran casi todos los momentos), el pueblo ayudaba a los trovadores, que subsistieron justamente por eso. Había poetas, por ejemplo, que cantaban de cantina en cantina, de café en café, otros errantes, como Agustín Pérez Calderón, de Aguacate, y Martín Silveira, de Wajay.

Naborí nos confesó una tarde que el alma de su décima era el sentimiento. Y aseguró en aquel instante que siempre que cantaba procuraba hacerlo conmovido por algo. Elo, su esposa adorada, cuando él ya no veía y no podía apreciar los colores, pero recordaba que los dos admiraban las violetas, dedicó una de sus últimas décimas, bajo el título de Madrigal de la Neblina: «No hay iris, se difumina/ el color de las violetas / y convivo con siluetas / en un mundo de neblina. / Una mujer me encamina / y de guijarros y abrojos/ va librando mis pies flojos./¡Ay!, quién me diría que / los ojos que ayer canté / hoy fueran mis propios ojos».

 

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