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No hay nada más parecido al amor

Ginett Moncho, actual bailarina principal del Ballet Nacional de Cuba, cambió la EIDE por la Vocacional de Arte Alfonso Pérez Isaac, y emprendió un camino que hoy revela a Juventud Rebelde

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

Primero se soñó campeona de gimnasia rítmica, pero su mamá, que se espantaba con la idea de becarla, no se permitió siquiera imaginarlo. De ese modo fue como Ginett Moncho, actual bailarina principal del Ballet Nacional de Cuba, cambió la EIDE (Escuela de Iniciación Deportiva Escolar) por la Vocacional de Arte Alfonso Pérez Isaac, de su Matanzas natal.

«Lloré un río. Como no me consolaba, mi mami me dijo: “Te llevaré a la escuela de ballet”. “¿Ballet? No, eso no me gusta”, le respondí. “Mira, vienes conmigo y si no te llama la atención regresamos a casa”. Te juro que solo me bastó con pasar por frente a un salón donde unas muchachas de quinto año hacían un ejercicio de grand jete. ¡Suficiente! “Sí, mami, eso es lo que quiero ser”. Así comencé a descubrir el significado de la verdadera felicidad.

«Yo nunca he tenido esas condiciones espectaculares que por lo general acompañan a las grandes bailarinas, pero siempre he sido muy esforzada. Desde niña he trabajado intensamente, con una disciplina y una entrega que asombraban a quienes me conocían, y si se actúa de esa forma es extraño que luego no recojas los frutos: antes de finalizar mi nivel elemental ya había participado en dos concursos internacionales (en cuarto y quinto años), obteniendo medalla de oro en ambas ocasiones».

—Pero, ¿cómo se explican esos logros si aseguras que no eras de esas niñas superdotadas?

—Sí, y es cierto. No estaba entre las que se pegaban los pies a la cabeza ni daban saltos supergrandes, pero el trabajo diario, sin reparar en cansancios, en el tiempo que le dedicas, hace maravillas. Yo estaba hechizada por el ballet, y lo logré. 

«Llegó un momento en que me ubiqué entre las mejores de mi grupo y me escogieron para el concurso. Me preparé a conciencia durante un año con mis profesores. Con ellos ensayaba por las mañanas y luego, al finalizar la escolaridad, mi mamá me traía una merienda, yo pedía la llave del salón y me ponía a ensayar hasta las diez de la noche.

«En mi primer Encuentro Internacional de Academias me tocaron cuatro variaciones: Cenicienta, Esmeralda, Bella Durmiente (3er. acto) y Don Quijote (3er. acto). Era una completa desconocida. Si albergaba alguna ilusión se desbarató cuando anunciaron que Adiarys Almeida había sido la plata. Por eso el corazón por poco se me sale del pecho cuando mencionaron mi nombre. Estaba sentada en las filas delanteras del teatro junto al resto de los concursantes y no me podía despegar de la silla. Es una sensación que es difícil de explicar.

«Para quinto año, me sentía un poquito más tranquila, aunque jamás me confié. Por el contrario, lo asumí con mayor responsabilidad porque lo tomé como un compromiso con mi escuela, mis maestros, con mi familia. La selección esta vez fue El mercader y la esclava, Grand Pass Classique, la variación de Kitri del 1er. acto de Don Quijote y Arlequinada... Sin dudas esos premios me dieron un impulso mayor. También me llenaron de orgullo porque han sido las únicas dos medallas de oro que ha logrado mi Matanzas hasta la fecha».

—El pase de nivel para la ENA no debió haber sido un problema, pero ¿cómo lo asumió tu mamá?

—Bueno... (sonríe). Como ya te he contado mi madre ha sido un apoyo esencial, un pilar en mi carrera, al punto de que aprendió hasta ballet (vuelve a sonreír). Pero no ha sido solo ella, también mi padre y mi abuelo, ya fallecidos; mi abuela, quien decidió utilizar sus ahorros para comprar una casa en La Habana, de modo que mi madre viniera a vivir conmigo.

«Con las pruebas del pase de nivel no hubo ninguna dificultad, mas ese primer año en la ENA me llevó bastante mal sentimentalmente. Solo una muchacha de Pinar del Río y yo éramos “de provincia”, así que nos trataban como las guajiritas. No quería hablar, ni andar con nadie de mi grupo. A ello se sumó el fallecimiento de mi bisabuela, que era como mi ángel de la guarda. Fue una mezcla “explosiva” que me llevó a un sicólogo. Por suerte apareció una profesional como Elsa Araújo que me ayudó a salir de ese bache. Y la niña calladita cambió para bien.

«De hecho, pude volver a concursar y conquistar la plata en el primer año junto a Daniel Sarabia. En tercero lo hice con Elier Arturo Bourzac (nos ensayaba la maestra Esther García) y nos otorgaron el oro por los pas de deux de Don Quijote y Grand Pas Classique».

—Es decir, que ingresaste a la compañía con una preparación bien fuerte...

—Tal vez por ello al principio también fue un poco duro. Ciertamente, lo que he conseguido en mi carrera me ha costado, y aunque cuando se es más joven no entiendes por qué se te dificulta avanzar, al final agradeces de corazón que te hayan obligado a sudar cada paso. Quizá suene a frase ya hecha, pero pasar por las diferentes categorías resultó una gran escuela para mí: desde cuerpo de baile C (no existe un ballet dentro del repertorio del BNC en el cual no haya bailado), corifeo y solista, hasta primera solista y bailarina principal. Me ha costado la vida, pero hoy puedo decir que he crecido, me he superado, que soy mejor artista.

—¿Cómo se vive ir para la última fila para alguien que ha conquistado tantas medallas?

—¡Imagínate...! como no posees la madurez suficiente no puedes evitar deprimirte. Sabes que cuando entras a la compañía es borrón y cuenta nueva, y no es que tomara a menos ser parte del cuerpo de baile, por el contrario: es un rol que en el ballet tiene un peso determinante. Pero en 2002, cuando ingresé en la compañía, me vi sentada esperando si alguien fallaba. Y yo, acostumbrada a tener un training muy fuerte, estaba loca por decir: “¡Yo sé lo que hay que hacer! ¿Puedo entrar?”. Y sí, me deprimí, y engordé.

«Te confieso que un día llegué a mi casa y le dije a mi madre. “Voy a pedir la baja”. Y ahí estaba otra vez ella para apoyarme, para salvarme: “¿Quieres pedir la baja? Está bien. ¿A qué dedicarás ahora tu vida? ¿Qué más te apasiona?”. Y no encontré otra respuesta que: “Solo quiero bailar”. “Entonces, querida mía, lucha por tu sueño”. Se acabaron las dudas para mí, me quedó más claro que nunca que únicamente había un camino: trabajar, trabajar y trabajar. Recuperé mi peso y me impuse metas aún mayores. Y, por supuesto, comencé a ver los resultados: empezaron a entregarme papeles pequeños, que poco a poco fueron creciendo en importancia».

—¿Cuándo sentiste que por fin iniciaba tu realización?

—Diría que ese momento no ha llegado todavía, no es que no haya tenido oportunidades, que no haya asumido roles de envergadura, pero siento que no es suficiente para un bailarín con tantas ansias de bailar y de interpretarlo absolutamente todo. La alegría es inmensa cada vez que me dan un papel que antes no había bailado; me siento como una niña a quien seducen con juguete nuevo... No sé si cuando me convierta en Giselle, mi gran sueño, el ballet que me «mata», podré respirar a todo pulmón, satisfecha, aunque estoy convencida de que después de ese momento querré interpretarlo una vez, otra y otra vez, descubrir matices que antes no había encontrado... El arte te vuelve un insatisfecho constante.

—Entonces, de lo hecho hasta hoy, ¿cuáles roles han marcado más tu carrera?

—Es curioso, al pasar el tiempo puede que parezca una pequeñez haber interpretado papeles que en su momento te marcaron profundamente. Pienso, por ejemplo, en mi primer Pas de troi de El lago de los cisnes, me creía que yo era la protagonista. Lo mismo me ocurrió con el Destino de Carmen o la Reina de las Willis (Giselle), son personajes que llenan, que se disfrutan sobremanera, que te retan...

«Igual ya forman parte de mi repertorio personajes que evidencian que a estas alturas soy una artista mucho más madura, más sólida, como la Kitri de Don Quijote, la Greta de La Cenicienta, o la Odette del 2do. acto de El lago...».

—Llegó el Festival de Ballet, un evento realmente agotador para ustedes...

—Cierto, porque bailas casi sin parar y con la presión de que participas en un evento de alto prestigio, de mucha tradición, que convoca a compañías de renombre internacional, a personalidades de la daza, críticos, especialistas, empresarios..., mientras tu público quiere que brilles todo el tiempo…, pero yo disfruto tanto eso, que no pienso en el cansancio, solo trato de hacerlo todo lo mejor posible.

«Esta no será una edición intensa, como todas las que le han antecedido. En la jornada inaugural, con Adrián Sánchez, fui una de las tres parejas de In the Night. Con él protagonizaré La flauta mágica y Aguas primaverales, a lo cual se añade el Destino en Carmen y la Reina de las Willis en Giselle, justo el día del aniversario 75 de ese clásico inmortal (2 de noviembre)».

—Entonces, vale la pena...

—¡Por supuesto! Nada se compara con esa especie de éxtasis que se vive cuando estás en un escenario. La felicidad me colma el pecho de tal manera, que casi me duele. Me entran unas ganas tremendas de llorar cuando el público me premia con esos aplausos que retumban por toda la sala, y que me erizan de pies a cabeza. Entonces uno se dice: ¡wow!, ha sido arduo el camino, pero los sueños se van haciendo realidad! Creo que no hay nada más parecido al amor, al verdadero, al que es para toda la vida.

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