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De la letra (barroca) a la esencia (actual)

Me interesa resaltar el volumen De la letra a la esencia: Mirta Aguirre y el barroco literariode Frank Padrón, y su meta de recuperar el diálogo literario nacional

Autor:

Ricardo Riverón Rojas

La comunidad literaria cubana, ceñida en exceso a la devaluación por razones extraliterarias, le viene cobrando caro a una serie de figuras, ya fallecidas, la alineación militante de su quehacer artístico con la participación en un proyecto político de tantas complejidades como el nuestro. Bastante desdibujadas, no tanto en el discurso institucional como en el de la crítica, percibimos hoy (unos más, otros menos) nombres relevantes como: Alejo Carpentier, Onelio Jorge Cardoso, Juan Marinello, Félix Pita Rodríguez, Nicolás Guillén y otros.

Y, precisamente, la primera virtud que me interesa resaltar del volumen De la letra a la esencia: Mirta Aguirre y el barroco literario, de Frank Padrón, es la de recuperar para el diálogo literario nacional una de esas personalidades tocadas por el silencio doloso. Víctor Fowler, Marta Lesmes e Ivette Fuentes, como integrantes del jurado del Premio Uneac de ensayo en 2016, lo distinguieron con el galardón que este año será presentado nuevamente en la Feria Internacional del libro capitalina y de varias provincias, con la presencia del autor premiado (Pinar del Río, 1958), quien resulta ampliamente conocido por sus trabajos en poesía, narrativa, ensayística y crítica de arte.

Los más preciados aportes de Frank Padrón para revalorizar justamente el legado de la intelectual son, precisamente, desentenderse del supuesto pecado original de aquellas reflexiones —tampoco desechables totalmente— sobre el realismo socialista, y de sus indeseables derivaciones en la praxis cultural, para centrarse en destacar las profundas y agudas miradas que lanzó a lo barroco en las letras de nuestra lengua.

Aun sin escribir un tratado o volumen sobre la corriente —como sí hizo con el realismo— las disecciones de Aguirre nos ponen frente a lo esencial, lo formal (con insistencia en su definición como estilo), lo contextual y lo trascendente de la creación barroca. Y, como buen escrutador, el autor de De la letra a la esencia... reflexiona sobre lo reflexionado para hilvanar lo que me gustaría llamar (con lenguaje cinematográfico) un guion y un montaje dinámicos de las secuencias donde se movieron los principales actores de lo barroco. Si escribir crítica sobre la crítica carga con el riesgo de derivar en la glosa plana, hay que decir que en su ensayo Frank Padrón elude con garbo y tino el peligro para entregarnos, a partir de lo escrito por Mirta Aguirre, el cuerpo virtual de un libro que pudo existir, porque la autora analizada disponía de suficientes meditaciones para configurarlo, solo faltaba la mirada sistémica de un crítico que descubriera esas potencialidades y concretara el ensamblaje.

La amenidad del arriesgado proyecto literario la alcanzó el estudioso, según me parece, a expensas de una estrategia compositiva que se apoya en capítulos cortos, pero bien enjundiosos, de manera que el lector común no se agota con esa especie de dialecto categorial ajeno a sus alcances, ni con la reflexión prolija. Aunque tampoco rehusó acudir a la terminología propia de la ensayística, y por eso abundan palabras como ceugma, sinécdoque, metonimia, hipérbaton, sin que por ello el consumidor no avisado naufrague en el desconcierto. La claridad expositiva y la intensidad de la prosa, unidas a la habilidad para citar a la figura estudiada son virtudes que nos hacen superar cualquier sobresalto epistemológico.

De las tesis sobre lo barroco inmersas en los ensayos de Mirta Aguirre deriva Padrón su propia conclusión, su descubrimiento. Con voluntad integradora nos obliga a fijar la atención, siempre con los textos de Aguirre como brújula, más en las coincidencias que en las diferencias entre culteranismo y conceptismo, además de regalarnos un buen manual estético para comprender a cabalidad los códigos del movimiento sin apartar la vista de las condicionantes temporales y territoriales que prácticamente obligaron a los creadores barrocos a expresarse de un modo u otro.

Como tamizando sus esencias, este libro concreta su recorrido desde lo prebarroco hasta las manifestaciones de lo que considera «un estilo» en el siglo XX, más que todo en la ensayística de la misma Mirta Aguirre, en la novelística de Carpentier y la creación toda de Lezama Lima. Boscán, Garcilaso, Góngora, Quevedo, Juana de Asbaje, Calderón y, como máximo exponente, Cervantes, pasaron por el ojo crítico de Mirta Aguirre y, ahora, con este libro, se integran «amigablemente» para dejarnos frente a un tratado sobre lo barroco que salva de la dispersión un cuerpo reflexivo vasto y coherente.

Estamos ante un proyecto reverencial. Ojalá con la publicación de este riguroso estudio comencemos a salvar, para una cultura que no puede darse el lujo de prescindir de sus pensadores inteligentes, nombres y obras que desde hace décadas esperan porque el péndulo regrese hacia el ámbito de la totalidad salomónica.

 

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