Acuse de recibo
El doctor Lorenzo Anasagasti (San Nicolás No. 263, 2do. piso, Centro Habana, La Habana), cuenta que descubrió al menos una clave de ciertos atracos semanas atrás, de regreso de una jornada científica en Camagüey.
El ómnibus que transportaba a los especialistas, refiere, se detuvo en las cercanías de Jatibonico para el almuerzo. Y en el sitio, un vendedor ofrecía queso criollo a 20.00 CUP la libra. Colocaba una jaba plástica en el gancho de la pesa electrónica manual. Pesaba y mostraba lo marcado en la pizarra digital. Cobraba. Incluso, podía agregar algún pedazo más de queso para lograr el peso exacto solicitado. Todo parecía de perillas.
La sorpresa fue cuando alguien de la comitiva, que tenía una pesa similar, comprobó con la suya que le habían vendido supuestamente cinco libras y de hecho eran tres. Reclamó al vendedor, quien le devolvió el dinero por la diferencia y le pidió que guardara la pesa que traía. Conclusión: estafa que daba enormes ingresos fraudulentos, dado el volumen de ventas en el concurrido lugar.
Ya en su casa, Anasagasti intentó descifrar el enigma del timo, manipulando la pesa electrónica que posee. Y halló la clave.
Si antes de hacer el pesaje definitivo se presiona hacia arriba el gancho donde se cuelga el peso, la pantalla muestra un número con signo negativo. Ahí se marca el botón de tara y esta queda registrada. Luego, al pesar de nuevo da una suma que tiene agregado al peso real el de tara antes establecido.
«En mi pesa electrónica manual, apunta, en todo momento aparece un signo negativo que advierte que ya ha sido establecida una tara. Pero ese signo puede ser fácilmente ocultado dejando el dedo pulgar sobre esa parte de la pantalla. La esencia de la estafa radica en establecer la tara negativa, al pulsar el gancho de pesaje en sentido opuesto al de la fuerza de gravedad. Si este gancho no es presionado en sentido negativo, el establecimiento de la tara funciona como es correcto: descuento al peso real.
«Estafa muy bien pensada, advierte, porque vista hace fe; y el estafador muestra el peso señalado en la pizarra electrónica. Todo esto en el entorno que facilita: tumulto para comprar, apuro por la corta parada del ómnibus, la necesidad de seguir para buscar lo que se desea consumir…».
Advierte que es una práctica ampliamente extendida a lo largo de las rutas de transporte. «Tiene que haber trabajo sistemático para controlar estafas y marañas de todo tipo. Que detecten y actúen, y no esperar a iniciativas individuales como la que cuento hoy», concluye.
Martha Leyva Padrol (Bartolomé Masó 866, entre Cuartel y Ahogados, Guantánamo) cuenta que los vecinos de esa cuadra hace más de un año están sufriendo molestias y daños sicológicos desde que a alguien se le ocurrió cambiar una tienda de la corporación Cimex, ubicada allí, por una que vende artículos como estímulo para trabajadores de varias entidades de Guantánamo, Santiago de Cuba y Holguín.
A diario, y durante más de 12 horas, llega a la tienda un gran número de trabajadores a hacer su larga espera para la compra. Ómnibus y camiones arriban desde la madrugada, con tal escándalo que no se puede dormir. Los choferes ponen música, sin importarles la hora y que es domingo, cuando trabajadores y estudiantes descansan un poco más.
Y hay trabajadores que pasan la noche fuera de la tienda, para obtener los primeros turnos, sin miramientos con quienes residen allí. Los portales de las viviendas se convierten así en áreas de consumo de alcohol, alimentos y hasta de descanso para los pernoctadores.
Así, señala, las conversaciones que se escuchan están cargadas de malas palabras y de falta de respeto, sobre todo cuando algún vecino los requiere.
«Es agobiante la falta de escrúpulos, de respeto y de consideración. Todos los desechos de comida son arrojados en nuestros portales, además de botellas, vasos desechables, pomos, incluyendo los envases de las mercancías que ellos adquieren, dice.
«Es vergonzoso ver cómo los hombres orinan en portales, esquinas y puertas de garajes. Es deprimente ver y soportar a esa gran cantidad de ciudadanos durmiendo en los portales a la espera del último comprador que marque, para poder volver a sus casas.
«Realicé la queja al periódico local Venceremos; después al Poder Popular Municipal, luego al Provincial y por último al Partido. Se planteó en la asamblea de rendición de cuenta de nuestro delegado. ¿Qué pasó? Nada. No se hace nada. Nadie da respuesta...», concluye.