Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

¡Hagamos de nuestros campos la fuente inagotable de prosperidad y dignidad!

Discurso pronunciado por Miguel Mario Díaz-Canel Bermúdez, Primer Secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y Presidente de la República, en el XIII Congreso de la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños, en el Palacio de Convenciones, el 17 de mayo de 2025, “Año 67 de la Revolución”

Autor:

Juventud Rebelde

(Versiones Taquigráficas - Presidencia de la República)

Queridas compañeras y compañeros que dejan su sudor como semillas del trabajo en los campos de Cuba; 

Campesinas y campesinos, representantes dignos de nuestra Revolución; 

Queridas amigas y amigos: 

Ante todo, nuestras felicitaciones por el Día Nacional del Campesino y por el excelente y aportador debate realizado en este Congreso anapista.

Felicitamos a las compañeras y compañeros elegidos como miembros del Comité Nacional de la ANAP, su Buró Nacional, y al compañero Félix como presidente nacional de la organización. También a las provincias destacadas y a la provincia ganadora en la emulación.

No vengo a contar una historia de la que todos ustedes han sido parte fundamental y lo siguen siendo; pero no es posible enfrentar el presente sin mirar profundamente el pasado.

Las imágenes que apreciamos al inicio de esta sesión de trabajo nos revelan que hay mucha historia que defender, un legado enorme del pensamiento de Fidel que debemos creativamente interpretar y que mucho nos queda por hacer todavía.

Este Congreso no será histórico por la riqueza de su debate, sino porque a partir del mismo definitivamente logremos producir los alimentos que demanda nuestro heroico pueblo y nos alejemos de esa mentalidad importadora de alimentos que nos ha detenido el desarrollo productivo en estos años.

Antes de la Revolución el campesino cubano vivía encadenado a la explotación y la pobreza.  El 85 % pagaba rentas abusivas, sometidos la inmensa mayoría a la aparcería y la explotación semifeudal, porque el latifundio extranjero devoraba las tierras, y la miseria era el destino de quienes alimentaban al país.  La tierra, que debía ser fuente de vida, resultaba un bien inaccesible para la mayoría.

Y en eso llegó la Revolución como un huracán de justicia y esperanza. En las montañas de la Sierra Maestra el campesino no fue un espectador pasivo, sino un protagonista central de los combates. Tal como sus antepasados hicieron con los mambises, ellos dieron refugio, alimentos, información, y muchos se unieron a las filas del Ejército Rebelde. Como señaló el Che: “El campesino serrano no solo nos dio comida, sino que nos enseñó a vencer”. 

En ese espíritu de lucha y justicia Fidel, con su visión clara y su amor profundo por el pueblo, firmó la Ley de Reforma Agraria en 1959 y entregó la tierra a quienes la trabajaban, devolviendo a más de 100 000 familias campesinas la dignidad ultrajada durante siglos.

En el histórico Congreso Campesino en Armas, celebrado en el Segundo Frente Oriental en septiembre de 1958, el entonces Comandante Raúl Castro Ruz advirtió que sin reforma agraria no habría Revolución, y convocó a la unión en una alianza indestructible entre campesinos y revolucionarios. 

Siempre será preciso repasar con orgullo el camino recorrido, porque la Revolución llegó para romper esas cadenas, y lo hizo, en primerísimo lugar, con la Ley de Reforma Agraria firmada por Fidel en la Sierra Maestra, para entregar la tierra a quienes la trabajaban, lo que convirtió a la nación en dueña de su destino por primera vez en su historia.  

El General de Ejército Raúl Castro Ruz ha dicho más de una vez que con aquel acto soberano la Revolución cruzó el Rubicón, es decir, llegó a un punto de no retorno en su afán justiciero. La trascendencia y radicalidad de ese proceso de justicia social profunda, que saldaba una deuda histórica, cambió para siempre el panorama de los campos cubanos. Y despertó la ira de los injustos. La guerra económica contra Cuba, que no ha cesado desde entonces, se debe, entre otras muchas razones, a la declaración de la Reforma Agraria.

La ley también consolidó la alianza entre campesinos y obreros agrícolas, base social fundamental para la Revolución, y al enfrentar directamente los intereses imperialistas que se oponían a la transformación agraria, provocó reacciones como la invasión mercenaria por Playa
Girón y el bloqueo económico de los Estados Unidos, recrudecido hoy día.

Pero la Reforma Agraria no se detuvo, sino que se profundizó, dignificó al campesino cubano, transformó las relaciones de propiedad en el campo, impulsó la justicia social y sentó las bases para el desarrollo económico y la soberanía agrícola del país.

La ANAP, fundada el 17 de mayo de 1961 bajo el amparo de la Primera Ley de Reforma Agraria de 1959, nació también como un acto de justicia social y soberanía alimentaria.  Al proclamarse que “la tierra es para quien la trabaja” se sembraron las bases para un modelo cooperativo que dignificó al campesino y redistribuyó el poder económico. Hoy esa herencia se traduce en más de 404 806  miembros y 3 198 organizaciones de base, cifras que reflejan la fortaleza de un movimiento que ha resistido bloqueos y adversidades de todo tipo. 

Como voz del campesinado cubano, la ANAP es más que una organización: es la familia que une, el espacio donde se comparten sueños, luchas y esperanzas.  Y sus miembros son responsables del 70 % de los alimentos que llegan a la mesa de los cubanos. 

Compañeras y compañeros, no podemos ignorar la extrema complejidad de los tiempos que vivimos. La economía mundial que nos golpea, el bloqueo imperialista que intenta asfixiarnos y las dificultades internas, nos están demandando ser más creativos, organizados y disciplinados que nunca.

Frente a esos desafíos, el campesinado cubano, que es un luchador nato, un hombre y una mujer que saben que con trabajo, unidad y compromiso todo es posible, nos está dando lecciones de entrega todos los días en los campos de Cuba.  

La tarea urgente de hoy es producir más, ser más eficientes, cuidar cada hectárea como un tesoro.

Vivimos tiempos complejos, con dificultades económicas y presiones externas que han escalado a niveles francamente insoportables, pero también con grandes oportunidades para probar la capacidad de resistencia y creatividad que nos distingue como pueblo.

En ese más que difícil contexto, la ANAP tiene la responsabilidad histórica de representar y guiar al campesinado, de ser una luz sobre el camino hacia la eficiencia, la organización y la justicia social.  Debemos redoblar esfuerzos para que cada parcela produzca, para que cada cooperativa sea un ejemplo de trabajo y compromiso. 

Durante estos días se han abordado con profundidad y pasión los temas que definen el presente y el futuro de la organización y de su membresía, lo que sin duda significa también el presente y el futuro de nuestra nación.

Por su trascendencia, voy a comentar algunos que me parecen fundamentales y que constituyen prioridades para el trabajo de la ANAP en función de fortalecer los sistemas productivos que demanda la Estrategia de Desarrollo Local y Territorial en cada municipio y provincia del país:

El perfeccionamiento del funcionamiento interno de la organización, que comprende: la defensa de la unidad desde la participación del campesinado en el Programa de Gobierno para corregir distorsiones y reimpulsar la economía; el rol de las estructuras de dirección; el cumplimiento de las funciones; la política de cuadros; el sistema de trabajo; el crecimiento de asociados; la labor político-ideológica, y el trabajo con las mujeres y los jóvenes, entre otros temas. 

Es esta la premisa fundamental para avanzar en la estrategia y los objetivos de trabajo aquí aprobados.

La eficiencia en el uso de la tierra: la tierra es un recurso sagrado, un legado que solo se cuida realmente cuando se aprovecha al máximo. 

Optimizar el usufructo de la tierra y garantizar que cada parcela produzca al máximo sin dilapidar recursos, sin desperdicios ni negligencias, generalizando las mejores experiencias.

La tierra improductiva o mal utilizada va contra los intereses de toda la nación.  La productividad es un acto de amor a la patria y un deber revolucionario.

Hay que reducir la dependencia de importaciones de alimentos e insumos y aumentar la producción nacional con recursos endógenos; fortalecer la agricultura urbana, suburbana y familiar, que ha demostrado ser un pilar para el autoabastecimiento local y la diversificación de cultivos.

La producción, la contratación y comercialización de lo producido: es necesario fortalecer  la integración de los actores que intervienen, elevar la exigencia y el control, llegar con oportunidad, honestidad y transparencia a todos los asociados, para comprometer y cumplir; desarrollar una gestión de Gobierno local fuerte, con comisiones y actores organizados que gestionen integralmente la producción, la transformación, la comercialización y el consumo de alimentos; reducir pérdidas y desperdicios de alimentos, y promover la educación alimentaria y nutricional para garantizar una alimentación sana y adecuada a toda la población.

La defensa y protección de las bases productivas: se ha reafirmado aquí que la seguridad en el campo es la seguridad de la Revolución. Combatir el robo, la corrupción y la indisciplina es tarea de todos, pero los responsables de ese todo tienen nombre y apellidos y es imprescindible controlar.  La vigilancia colectiva y la disciplina revolucionaria son las armas más eficaces para proteger lo que tanto trabajo y sacrificio demanda del campesinado. No puede y no debe haber impunidad, y en las condiciones de fuerte escasez que enfrenta hoy el país estamos obligados a endurecer la aplicación de las leyes y a aplicarlas con el mayor rigor. Proteger las bases productivas combatiendo el robo, la corrupción y cualquier acto que debilite la fuerza colectiva es una misión fundamental.

Se precisa un fortalecimiento del cooperativismo y la autonomía campesina: respetando siempre la voluntad libre de cada campesino, debemos tener claro que la organización colectiva es fundamental para mejorar la producción, compartir experiencias y enfrentar unidos los enormes desafíos que nos impone la realidad.

Sobre la incorporación de la juventud campesina: el relevo generacional es un tema central. 

Hemos debatido estrategias para motivar a los jóvenes a permanecer en el campo, formarse, innovar y asumir responsabilidades, porque el futuro de la agricultura cubana depende de ellos.  Y en los últimos años hemos advertido una positiva tendencia al rejuvenecimiento en varios territorios, que debe alimentarse promoviendo iniciativas y creando condiciones que resulten atractivas para los jóvenes interesados en trabajar la tierra. Promover la participación activa de la juventud campesina, para que hereden no solo la tierra, sino también el compromiso revolucionario.

Acerca de la sostenibilidad y el cuidado del medio ambiente: la agroecología, el método De Campesino a Campesino y las prácticas sostenibles han sido reconocidos como herramientas esenciales para producir alimentos sanos y cuidar nuestra tierra, garantizando un desarrollo que preserve los recursos para las futuras
generaciones. Es preciso extender y profundizar esas prácticas.  

Fortalecer la agroecología retomando el método De Campesino a Campesino, donde el conocimiento se comparte de igual a igual, porque nadie mejor que ustedes sabe lo que necesita el campo cubano; compartir experiencias aprendiendo y avanzando unidos; innovar con tecnologías accesibles, sin depender de insumos costosos y priorizando semillas autóctonas; incorporar tecnologías accesibles y sostenibles que respeten la tierra y permitan producir más con menos insumos costosos, y fortalecer las relaciones y convenios con los centros de investigación y las universidades.

Enfrentamos entre todos desafíos históricos en los que el campesinado resulta determinante. Hablamos de reducir importaciones, aumentar rendimientos y producciones, y combatir el delito.

Hoy el llamado es a producir más con menos, a romper la mentalidad importadora, a ser eficientes y a mantener viva la ética revolucionaria en cada surco, frente a las medidas coercitivas unilaterales y la escasez de insumos que golpea a todos en todos los ámbitos de la economía.

A estas tareas se suman otras, derivadas de algunas críticas que el Congreso no eludió, como son: 

  • La degradación de suelos, agravada por la falta de fertilizantes y combustibles, y consecuencia directa del cambio climático.
  • El aumento de los robos, asaltos y delitos de sacrificio ilegal de ganado, que desalientan la producción agropecuaria.
  • Los impagos crónicos por parte de empresas estatales, que comprometen seriamente los resultados de las cosechas y desmotivan a los productores.
  • La necesidad de modernización, con sistemas de riego eficientes y la adopción de agroecología para sostener la seguridad alimentaria.

Frente a esos problemas que agobian a los productores, se ratificó la importancia de activar los destacamentos de vigilancia campesina y la cooperación comunitaria, así como la exigencia de transparencia en los pagos y el trabajo integrado con los campesinos de todas las instituciones estatales. 

Las propuestas realizadas por ustedes en este Congreso enfatizaron en la necesidad de fortalecer las cooperativas, asegurando su autonomía y vinculación con empresas estatales, y la gestión de la ciencia y la innovación en los procesos productivos; impulsar la agroecología con más de 250 iniciativas innovadoras ya sistematizadas en Cuba, y algunas apoyadas por la FAO y la Unión Europea; incrementar el rol de la mujer campesina, no solo en labores productivas, sino en la toma de decisiones, y reconocer su aporte en movimientos como Mujeres Creadoras; el trabajo de las cooperativas orientado a las comunidades campesinas, apoyando al Programa de la Ruralidad, para mejorar las condiciones de vida, el entorno y el hábitat; y expandir la protección social, ampliando el régimen de Seguridad Social para cubrir a más trabajadores agrícolas.

La implementación de estas propuestas debe estar orientada a lo social y ser concebida para mejorar las condiciones de trabajo y de vida del campesinado cubano. Fidel, en su visión integradora, afirmó que sin el campesino no hay Revolución. Este Congreso honró esa máxima al reafirmar que la ANAP es pilar de la economía y de la identidad nacional.

¿Qué falta entonces para que todas las cooperativas funcionen bien?  La respuesta yace, como ustedes la han dado, en la unidad, en la  innovación y en el apego a un legado que, como la tierra, nutre las raíces de Cuba. 

Corresponderá a la organización asumir con valentía y claridad las tareas orientadas a resolver los problemas señalados.

Por nuestra parte, al cerrar este Congreso, nos llevamos compromisos claros por parte del Partido y del Gobierno: Fortalecer la cooperación entre los productores y las instituciones estatales; implementar con mayor eficiencia las políticas que garanticen el acceso a insumos y tecnología; priorizar la formación y el intercambio de conocimientos para aumentar la productividad; continuar promoviendo la participación activa de los jóvenes y mujeres en el sector agropecuario; fortalecer la producción agrícola con responsabilidad, para optimizar los recursos y asegurar que cada hectárea rinda lo necesario para alimentar a la nación; garantizar la justa distribución de los insumos y que nuestros agricultores tengan lo necesario para trabajar con eficiencia; impulsar la cooperación y el conocimiento, para transmitir las mejores prácticas de generación en generación; movilizar a nuestros jóvenes y mujeres, porque en sus manos está el futuro del campo y de la Revolución; y defender nuestros principios con firmeza y enfrentar cualquier obstáculo sin miedo, con el orgullo de saber que nuestro trabajo es un acto de resistencia y victoria. 

Al cerrar este Congreso reafirmamos el juramento hecho en la Sierra Maestra: ¡La tierra es del que la trabaja!  La ANAP no es solo una asociación; es el puño levantado de quienes defienden la Revolución.

Este Congreso no fue solo un balance, sino un juramento colectivo: ¡Seguir cultivando esperanzas en medio de las tormentas! Como escribió José Martí: “La agricultura es la única fuente constante, cierta y enteramente pura de riqueza”, y en cada surco el campesino cubano también siembra patria.

Para alcanzar la soberanía alimentaria en Cuba es clave implementar un enfoque integral que combine políticas públicas, innovación tecnológica y fortalecimiento de los sistemas alimentarios locales, para todo lo cual es insustituible el campesinado.  Según la Ley de Soberanía Alimentaria y Seguridad Alimentaria y Nutricional aprobada en nuestro país, se establece un marco legal para garantizar la producción sostenible de alimentos, la movilización de recursos locales y la organización de los actores en sistemas alimentarios soberanos y sostenibles.

Además, el Plan Nacional de Soberanía Alimentaria y Educación Nutricional de Cuba articula estas acciones con un enfoque intersectorial, participativo y sostenible, alineado con los objetivos del Plan Nacional de Desarrollo Económico y Social hasta 2030. 

La soberanía alimentaria en Cuba se logra combinando la ley y políticas públicas con innovación; participando ustedes activamente y en las comunidades, para alcanzar la diversificación productiva y la gestión local integrada de los sistemas alimentarios, todo ello bajo el principio de producir alimentos suficientes, nutritivos y culturalmente adecuados con respeto al medio ambiente y a la soberanía nacional.

Hoy concluimos un congreso que no solo ha sido un espacio de debate, sino también una reafirmación del compromiso y la voluntad de nuestros agricultores pequeños en el desarrollo de nuestra nación.  A lo largo de estos días hemos intercambiado ideas, discutido soluciones y fortalecido el camino hacia una producción agropecuaria más eficiente, sostenible y beneficiosa para el pueblo cubano.

Las intervenciones han puesto de manifiesto el esfuerzo diario de las mujeres y los hombres del campo, su capacidad de resistencia ante los desafíos y, sobre todo, su inquebrantable vocación de aportar al bienestar del país. Con orgullo podemos decir que la ANAP sigue siendo un pilar
fundamental en la construcción de una economía sólida, capaz de abastecer a la población con alimentos sanos y cultivados con esfuerzo y amor por la tierra.

Este Congreso ha demostrado que juntos debemos resultar invencibles. Que la fuerza del campesinado cubano está en su unidad, en su amor por la tierra y en su compromiso con la Revolución. 

¡Hoy más que nunca la Revolución confía y cuenta con todos ustedes! ¡Ustedes son la esperanza que germina en cada surco, la fuerza que sostiene la soberanía alimentaria, el ejemplo vivo de que otro mundo mejor es posible! 

No hay tarea más noble que alimentar a nuestro pueblo.  No hay sacrificio más justo que el del campesino que con sudor y esfuerzo cosecha la esperanza de la patria.  Somos herederos de una historia de lucha, y tenemos la responsabilidad de honrarla cada día. 

La tarea que tenemos por delante es inmensa, pero sabemos que el campesinado
cubano siempre ha demostrado su capacidad de vencer cualquier adversidad.  Con unidad, trabajo y disciplina podemos avanzar en la senda de la soberanía alimentaria y el desarrollo sostenible que nuestro pueblo merece.

Hoy no termina una jornada de trabajo, sino que comienza una nueva etapa de compromisos y acciones concretas.  ¡Hagamos de nuestros campos la fuente inagotable de prosperidad y dignidad!

Hoy no cerramos un congreso.  Hoy abrimos un camino. 

¡Que cada palabra que hemos compartido aquí se traduzca en acción! ¡Que cada compromiso se cumpla con honor! ¡Que cada campesino sienta el orgullo de saber que su trabajo es la base de la independencia del pueblo cubano! 

Hermanas y hermanos de la tierra, levantemos las manos y los corazones en un compromiso solemne: defender la Revolución, producir con amor y disciplina, y honrar la memoria de quienes nos dieron la tierra y la libertad. 

Que este Congreso sea el punto de partida para redoblar esfuerzos, para sembrar no solo alimentos, sino también sueños, justicia y futuro.

Que cada uno de ustedes regrese a su tierra con la convicción de que son indispensables, que su labor es sagrada y que la patria los necesita más fuertes que nunca. 

Que el espíritu de aquellos campesinos que lucharon en la Sierra Maestra, que dieron todo por un país justo y soberano nos inspire a seguir adelante, con la frente en alto y las manos en la tierra que nuestros padres nos ganaron de pie.

¡Vivan los campesinos cubanos! (Exclamaciones de: “¡Viva!”).

¡Viva la ANAP, fuerza y alma del campo! (Exclamaciones de: “¡Viva!”).

¡Vivan Fidel y Raúl! (Exclamaciones de: “¡Vivan!”).

¡Viva la Revolución Cubana! (Exclamaciones de: “¡Viva!”).

¡Hasta la Victoria Siempre!  (Exclamaciones de: “¡Siempre!”).

¡Patria o Muerte!

¡Venceremos!

(Ovación).

 

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