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Esplendor para la joya

El béisbol se juega entre dos rayas de cal, pero es patrimonio de todos, incluidos los aficionados. Salvémoslo, y eso empieza por exigir disciplina, una urgencia que engloba a directivos, organizadores, equipos, árbitros, personal de apoyo, público y demás actores de un espectáculo que debiera ser la joya del deporte cubano

Autor:

Norland Rosendo

Si además de su bajísima calidad competitiva, la temporada cubana de béisbol va a estar marcada por reiterados hechos de indisciplina, que clasifican como violentos, agresivos y hasta involucran a las aficiones, muy poco favor estaría haciéndosele a nuestro deporte nacional.

Ante situaciones así, lo más aleccionador resulta ser drástico en las sanciones. Por encima del respeto y la disciplina, nada ni nadie. Y por encima de la verdad, por dura que fuese, igual.

Ya hemos lamentado jugadores amenazando con bates, groserías y ofensas verbales de todo tipo y tamaño, que de tan bien articuladas las escucha el graderío completo, y si hay televisión…

Para más surrealismo, un árbitro actúa en par de juegos seguidos bajo un nombre que no es el suyo en la subserie Matanzas-Pinar del Río. Lo anuncian así por la amplificación local y entregaron igualmente el nombre falso a la transmisión de Radio Guamá, supuestamente para protegerlo de agresiones del público, después que el ampaya fuera sancionado en esa misma subserie por una jugada de apreciación que afectó al equipo anfitrión.

Desafortunada idea es investigada por una comisión, aunque por las pesquisas periodísticas nuestras no debe ser muy difícil dilucidar quién hizo el aporte creativo que desencadenó estos lamentables hechos, a partir de los cuales hasta se llegó a poner en duda la ética de los colegas de la prensa pinareña.

Ante tantos desaguisados, esperamos el esclarecimiento de lo sucedido, porque además de un «inventor» de nombres, hay procedimientos violentados en el protocolo establecido para entregar al locutor y los medios los documentos oficiales del juego.

Poco después, el pasado domingo, otra sentencia arbitral desencadenó una trifulca en Cienfuegos, luego de que el juez de home decretara quieto en un lance que dejó sobre la grama a los locales (recuerden que en los partidos de sábado y domingo los visitadores juegan como home club).

Siete integrantes de la nómina de los Elefantes, incluido el mentor, fueron expulsados y están pendientes a una sanción. Según testigos, otra vez el público se enardeció y hubo que asegurar la salida de los ampayas del estadio.

Sabemos del esfuerzo de los organizadores del campeonato para garantizar la cobertura arbitral, a pesar de las difíciles condiciones de vida y trabajo de esos profesionales. Mucho se ha hablado y poco se ha resuelto de sus bajos salarios y otros aseguramientos básicos, incluida la formación curricular, tanto en cuestiones teóricas como prácticas.

Eso no exonera a los imparciales de la obligación de autosuperarse constantemente y actuar cada vez más apegados a la ética, pero tampoco justifica que sean víctimas constantes de agresiones por sus errores.

Si cada vez que un entrenador, jugador o aficionado injuria, de la forma que fuere, a un ampaya, le aplicaran medidas severas, seguramente esos hechos que se están naturalizando fueran la excepción de la regla.

Y no es un juego o dos. En el estado actual de cosas debe ser mayor la sentencia: del marco sancionador, el extremo más severo.

Levante un bate a un policía en la calle y verá las consecuencias. Dentro del terreno de juego, a pesar de la probable imparcialidad con que en determinados momentos actúen y que luego debe ser analizada por quienes compete, el árbitro es la máxima autoridad, y hay que respetarlo siempre, pese al desacuerdo.

Pensemos también en privar a equipos de tener público en su grada si este no sabe comportarse o, incluso, en perder el derecho de jugar en su provincia por determinado período o hasta una temporada completa.

El béisbol se juega entre dos rayas de cal, pero es patrimonio de todos, incluidos los aficionados. Salvémoslo, y eso empieza por exigir disciplina, una urgencia que engloba a directivos, organizadores, equipos, árbitros, personal de apoyo, público y demás actores de un espectáculo que debiera ser la joya del deporte cubano.

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