La ilusión es más que un sueño vago porque su cumplimiento resulta atractivo y potencialmente cercano, según nuestras actitudes
Mi mayor ilusión es seguir teniendo ilusiones.
(Proverbio popular)
El mundo a nuestro alrededor se transforma constantemente y nosotros con él, como proceso inevitable de evolución. La vida, máxima expresión de ese cambio, y el amor como su fuerza omnipresente, necesitan de pasamanos para que ese camino resulte agradable y no deprimente o vacío.
Uno de esos asideros para avanzar con optimismo es la ilusión, antesala de muchas metas logrables. Puede ser en el plano profesional, familiar, artístico, social…
También llamada esperanza, anhelo o expectativa, la ilusión puede vestirse de ambición o caprichos personales, o de proyectos con un efecto colectivo altruista. En ambos casos necesitamos «ver» más allá de la realidad circundante para arropar esas ideas y ponerles intención, es decir, energía.
En sánscrito, un idioma desarrollado por civilizaciones muy antiguas, la ilusión podía ser maya (el velo de lo intangible que resulta engañoso) o sankalpa (un deseo poderoso y cargado de confianza). La fe en ti mismo y en la vida marca la diferencia.
Vista en el sentido de dibujar un futuro posible, la ilusión es un recurso que comienza a desarrollarse en la niñez, y si se intenciona, puede acompañarnos hasta el final de nuestros días y garantizar una vida con calidad emocional.
Como emoción, es una mezcla de sorpresa, disfrute y deseos concretos que puede involucrar a otras personas: (Ojalá me visite mi mejor amigo… Qué bueno si me dan nietos… Si fulano se enamorara de mí…) pero puede también ser más abstracto e igual de satisfactorio, como un proyecto comunitario, una nueva empresa, una obra artística rondando la imaginación.
La ilusión es más que un sueño vago porque su cumplimiento resulta atractivo y potencialmente cercano, según nuestras actitudes. El merecimiento y la autoestima son algunos de sus eslabones más poderosos porque enfocan la conducta en la realización y no en la espera de un milagro.
Por ejemplo, cuando te atrae una persona y te sientes capaz de sintonizar con sus deseos, no te quedas en un rincón esperando que te descubra por casualidad: la ilusión dibuja en tu mente escenas idílicas de esa relación y mueve el motor de tu proactividad para acercarte con una propuesta atractiva.
Cierto que algunas ilusiones terminan en desengaños, como dice el refrán, pero eso ocurre cuando tus sueños no maduran contigo y te aferras a conductas y planes egoístas, obsesivos y desubicados.
Una ilusión es positiva cuando su cumplimiento hace bien a todas las personas que involucra. Cuando no se cumplen, nos decepcionamos, pero siempre podemos procesar esa frustración y sacar la lección adecuada sin afectar el estado de ánimo propio o ajeno ni la actitud para emprender otras actividades.
Si no te ilusiona nada, algo está mal en tu estado emocional. ¿Qué te motivaba antes? Estar con la pareja, los hijos o los amigos; practicar un deporte, viajar, tener hobbies… Revisa qué dejaste de hacer y por qué (obligaciones, pérdidas, disgustos, enfermedad), y sin importar los años, retoma esas alegrías o busca algo nuevo que te ilusione y ayude a tu cerebro a conectar con tu corazón.
Las ilusiones son el alimento del alma. ¿Te has preguntado si sabes protegerlas, aumentarlas y dejar ir las necesarias sin lastimarte? Responde con sinceridad:
Resultados
Mayoría de A:
¡Eres un(a) cultivador(a) de ilusiones! Las reconoces como parte vital de la vida emocional. Sabes cuidar las tuyas y respetar las ajenas. Eso te da mayor acceso a tu capacidad de empatía, creatividad y resiliencia.
Mayoría de B:
Tienes un enfoque equilibrado, pero a veces el miedo a sufrir puede llevarte a frenar sueños propios o ajenos. Trabaja la confianza: ilusionarse no es igual a perder el control.
Mayoría de C:
Es posible que te hayan herido ilusiones rotas en el pasado. Pero cerrarte a ellas puede estar debilitando tu autoestima y tus vínculos. Intenta reconectar con alguna pequeña ilusión y date permiso para sentir.
Tuvieron que transcurrir cientos de miles de años para que la población mundial creciera hasta alcanzar los mil millones de habitantes, y en solo 200 años esa cifra se multiplicó por siete.
Según el Fondo Mundial de Población de Naciones Unidas (Unfpa), en 2011 la población mundial era de 7 000 millones de personas. En 2021 aumentó a casi 7 900 millones y las previsiones hablan de 8 500 millones para 2030, unos 9 700 millones en 2050 y 10 900 millones al iniciar el siglo XXII.
Este espectacular crecimiento a nivel global responde al creciente número de personas que alcanza la edad reproductiva con salud, pero a nivel de países y regiones viene acompañado de cambios importantes en las tasas de fecundidad, el aumento de la urbanización y la aceleración de la migración, tendencias que tendrán consecuencias de largo alcance para las futuras generaciones.
El 11 de julio es el Día Mundial de la Población, celebración destinada a reflexionar sobre los cambios notables en las tasas de fecundidad y en la esperanza de vida, cuyos valores apuntan a un envejecimiento sostenido de las poblaciones en muchísimos países.
A comienzos de la década de 1970, las mujeres tenían una media de 4,5 hijos cada una; en 2015, la fecundidad total mundial cayó a 2,5 hijos por mujer, y continúa bajando. En cambio, la vida media de una persona aumentó de 64,6 años a comienzos de la década de 1990 hasta 72,6 años en 2019, y en los países más envejecidos (como el nuestro) está cerca o supera los 80 años.