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Aquellos dientes de segunda boca

El desarrollo de las prótesis dentales tiene una historia siniestra, como la de los resurreccionistas y los dientes de Waterloo

 

Autor:

Julio César Hernández Perera

Este es un pasaje de Don Quijote de la Mancha: Posterior a un combate con imaginados gigantes, Alonso Quijano (encarnando al Caballero Andante) salió tan vapuleado que pidió a Sancho Panza que verificara si le faltaban dientes y muelas.

Al oír las tristes nuevas de su escudero expresó: «Porque te hago saber, Sancho, que la boca sin muelas es como molino sin piedra, y en mucho más se ha de estimar un diente que un diamante (…)».

Así Cervantes expresó lo que significa poseer una dentadura sana y completa, y que para muchos es mucho más que una carta de presentación de salud o higiene.

Desde tiempos pretéritos los ricos buscaban constantemente poseer una dentadura intacta y reluciente. Pero existían costumbres y prácticas nocivas.

Junto al avivado consumo de azúcares, hubo épocas en que se fomentaron tratamientos para blanquear dientes: se usaban generalmente soluciones ácidas que terminaban dañando el esmalte de las piezas dentales. En estos tiempos, además, los médicos se especializaron en arrancar dientes y muelas a diestra y siniestra, más que en salvarlos.

Todo eso condujo al auge del negocio de hacer prótesis o implantar dientes, generalmente realizado por artesanos. Así fue como la demanda de piezas para dentaduras postizas se acrecentó.

Sin embargo, las prótesis dentales casi nunca poseían la cualidad y calidad deseadas: O eran muy funcionales y poco estéticas, o viceversa.

Las prótesis de Washington

Una de las historias más citadas de la implantología y prótesis dental tiene que ver con la figura de George Washington.

Todo indica que su dentadura no era saludable. En sus memorias se recoge cómo poseía muelas y dientes partidos desde muy temprana edad. Aunque se le atribuía al hábito de romper nueces con la boca, se ha presumido que el mal estado de su dentadura fue secuela del mercurio empleado como tratamiento cuando padeció viruela.

El día de su primera toma de posesión como presidente (30 de abril de 1789), solo le quedaba un diente natural (un premolar), y poco tiempo después empezó a usar dentaduras postizas completas. Sus prótesis fueron confeccionadas con diferentes materiales como marfil, latón, oro y… dientes obtenidos de negros esclavos.

Y sí, en la confección de prótesis dentales en tiempos arcaicos se emplearon todos estos materiales; pero las más demandadas (y caras) eran aquellas que estaban hechas con dientes humanos. Al parecer esta preferencia se debía a que se consideraban más cómodos, realistas y factibles para tareas tan simples como comer.

Estos dientes provenían inicialmente de personas vivas de los estratos más pobres de la sociedad, a quienes casualmente se les pagaba una irrisoria suma de dinero.

Aun así, la manufactura de las prótesis se hacía cada vez más difícil: los pedidos crecían y los donantes (vivos) eran muy limitados. Entonces prosperó otro oscuro negocio: el de los ladrones de tumbas —sarcásticamente conocidos como «resurreccionistas»—, quienes con alicates y la complicidad de la noche arrancaban dientes de cuerpos putrefactos, vendidos al mejor postor.

Los resurreccionistas siempre estaban sedientos de dinero, a tal punto que a veces recurrían al asesinato de indigentes y de prostitutas.

La batalla de Waterloo

Tras volver Napoleón de su exilio en la isla de Elba, este decidió invadir los Países Bajos. En aquel país se reunían las tropas de la nueva alianza antinapoleónica, conformada por británicos, neerlandeses, alemanes y prusianos.

El lugar escogido para la batalla determinante fue un campo de maíz, en las proximidades del poblado de Waterloo, situado al sur de Bruselas, Bélgica.

Cuatro días duró el feroz combate. Se cuenta que los impactos de fusiles y cañones, y el enfrentamiento cuerpo a cuerpo regaron con sangre aquel maizal donde los franceses sufrieron una gran derrota.

Al final de la contienda imperó en aquel lugar un paisaje de desolación y silencio. Aproximadamente medio millón de cuerpos de soldados yacían en el campo.

Aunque en aquel año no pudo ser cosechado el maíz, hubo otra cosecha más productiva. Con la complicidad de la noche se vieron cientos de siluetas deambulando entre los caídos: buscaban principalmente incisivos en buen estado.

Tanto fue el despojo que la oferta de dientes en el mercado de prótesis dental aumentó significativamente en muchas partes de Europa. Con el tiempo las dentaduras confeccionadas con dientes humanos llegaron a conocerse como «dientes de Waterloo», independientemente del origen. Los dientes eran hervidos, se les cortaban las raíces y se fijaban a placas de marfil.

Estas piezas de «segunda boca» poseían un sello de calidad y suerte: «Mejor tener los dientes de un joven saludable muerto por bala de cañón o tajo de sable, que sacados de una tumba profanada o arrancados de las fauces de un criminal ejecutado».

Afortunadamente, diferentes materiales sintéticos y procedimientos protésicos (removibles o fijos) han revolucionado esta especialidad estomatológica en la contemporaneidad. Sin dejar de olvidar la prevención y el cuidado de la dentadura natural, las prótesis actuales llegan a imitar muy bien los dientes perdidos y dan vitalidad a una sonrisa, y calidad de vida; y todo ello sin el espectro de los profanados dientes de segunda boca.

 

 

 

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