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Alarmante lo de la alarma

Lo alerta Nancy Balmaseda de la Cruz (Calle 24 número 3905, entre 39 y 41, Nueva Gerona, Isla de la Juventud), pero lo suscriben 24 vecinos más: ya es alarmante lo de la alarma de una tienda en divisas en esa cuadra, que al menor ruido se activa y produce un ruido ensordecedor, a cualquier hora de la noche y la madrugada. En una ocasión estuvo sonando 12 horas consecutivas, desde las 8 de la noche hasta el día siguiente, cuando llegaron los trabajadores de la tienda. Por cierto, ¿para qué sirve entonces la alarma, si nadie concurre cuando se dispara y molesta tanto tiempo a los vecinos?

Cuando uno cae: Dulce María Santiago (calle Medio 28017, esquina a Jovellanos, Matanzas) es quien lo cuenta. El 30 de abril de 2008 ella caminaba por la acera del Banco Financiero Internacional en esa ciudad, y un joven abrió la puerta del mismo, derribando a Dulce María con tal fuerza, que le provocó fracturas de la cadera y la muñeca izquierdas. A fuerza de los gritos de la accidentada, apenas la levantó. Ella le solicitó que avisara a una amiga en una casa cercana, y el causante la buscó, pero se retiró inmediatamente hasta el sol de hoy. Ni le dio referencia alguna de él ni se presentó en el hospital a interesarse, el muy insensible. Pero en contraste con el desalmado, Dulce María encontró todo el apoyo en el chofer de Campismo Popular que ni lo pensó para trasladarla al Hospital de Matanzas, donde la atendió con amor el equipo de la Sala de Ortopedia encabezado por el doctor Osmel Martínez, que la operó el 2 de mayo. Luego de comenzar a caminar con el andador, ingresó en el Hospital de Rehabilitación Julito Díaz, de la capital, en diciembre de 2008, donde permaneció hasta el 13 de marzo pasado. Ella agradece hasta conmoverse a muchas personas, entre ellas las doctoras Refrán Valdés y Marlene Villanueva, directora y subdirectora, respectivamente, del Julito Díaz; al jefe de la sala P de ese centro, el doctor Lorenzo, y en especial al joven doctor Raydel Jorge, «ejemplo de solidaridad, preocupación y humanidad»; a las enfermeras jefas de sala María Elena y Katerine, a las asistentes, pantristas y auxiliares de limpieza; a los trabajadores del taller de calzado y a muchos amigos que tanto se interesaron. Ha pasado casi un año desde aquel aciago día, y Dulce María no olvida que por aquel huidizo sin corazón, pudo realmente saber cuánta gente solidaria y noble puede encontrarse uno cuando cae en esta vida.

¿Cuál rehabilitación?: Con razón escribe Noel Santiesteban Fernández, desde Calle 1 número 8, en la pintoresca localidad de Cayo Granma, en el mismo centro de la bahía de Santiago de Cuba. Relata que por indicaciones del Ministerio de Salud Pública, y dada la lejanía y más compleja comunicación con la ciudad, se construyó allí una sala para quienes, como él, tienen alguna discapacidad físico-motora u otra afección que requiera servicios de fisioterapia y rehabilitación. Pero la misma no ha podido brindar estos servicios porque nunca han llegado los medios requeridos para ello. Y, sin embargo, les pagan salarios a los trabajadores de esa especialidad. A pesar de estar a pocos minutos de la ciudad, manifiesta, la asistencia al policlínico que les corresponde es imposible, pues la lancha sale cada dos horas. Y como si fuera poco, hay que subir escalones y luego montar camiones u otros medios, inalcanzables para quienes tienen alguna discapacidad. Ellos esperan por una respuesta.

Marcan la diferencia: Luis Fleites (Línea 452, apartamento 22-A, entre E y F, Vedado, Ciudad de La Habana) adquirió en la tienda Girasol unos espejuelos de sol, al precio de 15 CUC. A los cinco días, se le partió la armadura cuando fue a ponérselos. Pensó en reclamar, pero le aconsejaron que los pegara con cola loca, porque no iban a sustituírselos. Al otro día fue a la tienda un tanto prejuiciado ante la posibilidad de un fracaso como tantos, y lo atendieron la administradora y la económica de manera muy gentil. Él no conservaba el comprobante de pago, pero le dijeron que no importaba, que fuera al siguiente día, que se los cambiarían. Él insistió en que prefería la devolución del dinero, y para su asombro, no hubo negativa. Al siguiente día le atendió, y muy amablemente, la empleada Nidia Peña, quien le devolvió el dinero. «¡Qué diferencia a la mayoría de las quejas que se publican, y los cuentos que uno escucha por ahí!», señala Luis, y sugiere que muchas entidades deberían tomar esto como ejemplo.

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