Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Joaquín Borges-Triana

Los que soñamos por la oreja

¡Un guitarrista de verdad!

Por razones que me llevarían todo un trabajo para poder intentar explicarla, soy de la opinión de que la interpretación de la guitarra no vive hoy en Cuba uno de sus mejores momentos. No es problema de reciente data, sino resulta algo que ha venido instaurándose hace ya un tiempo. Y me refiero tanto a la ejecución en el ámbito de la música académica, como en el de lo popular, en la variante acústica y la eléctrica. Por supuesto que aún contamos con buenos intérpretes, pero no en la cuantía de décadas anteriores.

Uno de esos que en el presente sí brilla en cada actuación que se le pueda ver o en cuanta grabación realice, es el villaclareño Emilio Martiní. La primera vez que le escuché tocar, él formaba parte de una de las bandas que en la historia del rock y el metal en Cuba más me han impactado, me refiero a la desaparecida pero siempre recordada agrupación Alto Mando. Después le perdí el rastro y vine a saber nuevamente de su quehacer años más tarde, cuando se había trasladado a Cárdenas, trabajaba en Varadero y se había convertido en un arreglista para figuras como Bárbara Milián, destacada cantautora y directora del trío femenino Cantarelas.

Ahora bien, el momento en que Emilio Martiní captó de modo completo mi atención fue cuando le escuché en el disco Andante, de César López y Habana Ensemble. A partir de ahí, en la medida que me ha sido posible, he tratado de seguir su labor, ya sea en la aludida agrupación, como productor y arreglista en discos al corte del notable Mundo paripé, del trovador Inti Santana; o al frente de su propio proyecto, Natural Trio.

Con esta última formación, Martiní ha grabado un par de fonogramas que, para mi gusto personal, están entre lo mejor que se ha registrado en materia discográfica en este país en lo que va del siglo XXI. El primero de esos álbumes llevó por título Chapa negra y contiene nueve cortes que en esencia transitan por los caminos del jazz rock, al nivel artístico de lo que en la materia se hace a escala internacional.

Eso se comprueba desde que comienza a sonar la primera pieza del disco, la hermosa Hanami, en la que los que por entonces eran parte del colectivo: el bajista Rey Guerra (hijo), el baterista Ruly Herrera y el mismo Martiní evidencian credenciales como sobresalientes instrumentistas y conocedores del estilo que están tocando. Algo similar cabe afirmarse de cortes como Iris Blues, Rocío, Vikingo habanero, Pequeña hada, Olimpiada de la mentira y la que da nombre a la producción, o sea, Chapa negra.

En los temas antes mencionados, Emilio ejecuta la guitarra eléctrica, tanto con distintos efectos como sin ellos y sobresale por sus calientes solos, el modo en que los diseña, así como por el manejo de las posibilidades armónicas que ofrece el instrumento de las seis cuerdas, aspecto que muchas veces distintos ejecutantes no suelen aprovechar.

Las otras dos piezas incluidas en el fonograma, Inocencia y Nenita danzón, son una suerte de adelanto del estilo que Martiní le impregna al siguiente álbum de Natural Trio, Notas al viento. En esos dos cortes aludidos, Emilio asume la guitarra electroacústica con cuerdas de nailon, que implica un cambio en la técnica de interpretación con respecto al instrumento eléctrico. En particular, Nenita danzón es una pequeña maravilla, cuya  partitura debería ser editada en papel impreso (incluido la transcripción del solo) para que otros guitarristas pudiesen incorporar la obra a sus repertorios.

Para este CD, la nómina de los músicos que acompañan a Emilio en Natural Trio es diferente a la de la ópera prima del grupo, pero no puedo dar sus nombres porque únicamente dispongo de una copia (gracias a mi hermano Ricardo Castillo) en mp3 de los 11 cortes de la grabación y carezco de la elemental información sobre el fonograma.

Lo que sí puedo decir es que estamos ante un disco de obligatoria escucha, no solo para los interesados en la guitarra, sino para cualquier amante de la mejor música que se esté facturando ahora mismo entre los cubanos. Concebido en un formato acústico, aquí Martiní demuestra el profundo conocimiento que posee de los géneros y estilos pertenecientes a la tradición musical de nuestro país, que él asume desde una mirada contemporánea y en la que también deja de manifiesto su buen sentido del humor al dar nombre a algunas de las piezas registradas en el álbum.

Además de usar todos los recursos de la técnica guitarrística, en Notas al viento Emilio concibe su instrumento como si este fuese un piano, uno de los rasgos que más me llama la atención del material y que le dan carácter singular a una grabación que, para mí, resulta fundamental en nuestra reciente historia fonográfica.

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