Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

En la frontera entre el peligro y el amor

Gleiner Alberto Soler Espinosa y Andrés Ricardo Burgos son dos linieros agramontinos que no temen ni a las alturas ni a las agotadoras jornadas de trabajo con la electricidad, sobre todo, tras el paso de cada huracán por Cuba. No confiarse es la clave para dominar los rigores de su labor, le confiesan a Juventud Rebelde

Autor:

Yahily Hernández Porto

CAMAGÜEY.— Le han salido canas trepando postes, torres y grúas, y en eso de remendar líneas eléctricas, dice Gleiner Alberto Soler Espinosa, tiene más horas de vuelo que un piloto. Junto a sus compañeros, montado en el carro B248780, asume su cotidianidad desde la perspectiva de que vale mucho la destreza, la hermandad, el compromiso y la disciplina cuando se está en las alturas.

Ahora tiene 42 abriles. Se inició en el mundo de los linieros con apenas 19. «Y mire usted, ya soy jefe de brigada, con 23 años de experiencia laboral», afirma.

Su departamento abarca la operación, mantenimiento y diagnóstico de bancos de transformadores, más un sinfín de actividades en la Empresa Eléctrica agramontina. No sabría decir cómo ha podido dominar una profesión que a la más mínima equivocación puede costarle la vida.

«Se impone mucho respeto a la electricidad, aunque sepas un montón sobre ella. Aquí, el exceso de confianza o un paso en falso puede ser fatal para uno, para los amigos y para la gente que nos quiere», reflexionó.

Nació en una familia de linieros. Su tío, Humberto Espinosa, ya retirado, y su primo, Héctor Borbón Espinosa, son ejemplos cotidianos de admiración. «La verdad es que todos nosotros andamos más tiempo trepados en estructuras de seis, diez y hasta 30 metros, que caminando como cualquier ser humano. Imagina que las torres de 110 000 kilovoltios (KV) son de las más altas y las subimos como gatos, sin temor, respetando las medidas de seguridad».

Su compañero, Andrés Ricardo Burgo, con 53 años de vida y 38 bajando y subiendo postes, deja escapar un suspiro que lo traslada a recuerdos muy tristes de una labor en la que no hay consecuencias a medias.

«Es muy duro ver morir a un compañero. Eso me ocurrió un día muy caluroso, hace ya un buen tiempo, y aquel momento de dolor se quedó congelado en mi alma. Su cuerpo inerte se quemó en lo más alto de una torre. Luego, ¿cómo vives con esos recuerdos? 

«A los que ya no están no los olvidaré nunca. A veces me sorprendo pensando en ellos y rindiéndoles homenaje desde mi alma y en silencio. Por eso, quien viole una norma de protección no sale más en el carro que dirijo. ¡Si la vida nos cuelga de un hilo! Y como muchas veces soy el que enseña, no puedo permitirme un desliz. Prefiero verlos crecer y no tener que dar una mala noticia a sus madres, esposas, novias e hijos, a la familia toda», aseguró Ricardo con voz entrecortada. 

—¿Desaparece el miedo? 

La respuesta de Soler Espinosa salió como una bala repleta de sinceridad. «¡Nunca! Acostumbrarse a las alturas no significa que no se le disparen a uno los nervios. Algunas personas piensan que somos de acero, pero no es así. Todos, alguna vez, hemos
sentido “cosquillas” en las entrañas, porque allá arriba, cuando sopla el viento, todo oscila y se mueve. Esa sensación es muy extraña, desagradable, y estremece. Yo respiro hondo y mantengo la concentración para no dejarme llevar por ese temor, al que hay que aprender a controlar para seguir palante», reafirmó.

Ricardo Burgo pasa de un estado de ánimo a otro con una naturalidad que impresiona. Primero su silencio, luego su dolor por la pérdida del hermano-amigo, y ahora una sonrisa que lo catapulta como amigo para todos los tiempos, y un profe exigente y leal. 

«El miedo no es tanto cuando sabes que no estás solo. Este trabajo es de grandes riesgos, porque hay que lidiar con la corriente, las alturas, las altas tensiones… Por eso, hay que respetar siempre las fronteras del peligro y confiar en el conocimiento, la preparación y la disciplina. Allá arriba hay que estar con los cinco sentidos alerta y mantener la calma ante lo que no salga bien; repetir y repetir hasta que sea lo más correcto».

—Ya estamos en temporada ciclónica. ¿Cómo asumen estos períodos que en Cuba son a veces biencomplejos? 

—No hay diferencias entre un período y otro, asegura Soler Espinosa, quien tiene seis ciclones en su haber y sabe que en el verano hay que movilizarse de ahora para ahora. Por eso, él es muy precavido y mantiene un jolongo preparado, por si hay que salir volando. 

Aseguró a Juventud Rebelde que pocas veces hace planes con su hija Eilen y su familia para los meses estivales: «Cuando más tranquilo uno anda en su cotidianidad, hay que recoger la mochilita y enfrentar lo que aparezca. Cuba se multiplica y no hay huracán que nos detenga. Lo mismo en La Habana o Guantánamo que en Pinar del Río, los linieros del país se unen y se vuelven una sola tropa. Son experiencias únicas, porque sientes que la solidaridad del cubano es más fuerte que los vientos de cualquier ciclón».

A juicio de Ricardo Burgos,
vivir 11 huracanes lo ha formado en la escuela de la resistencia, que siempre lo pone a prueba una y otra vez: «Estos eventos enseñan sus secretos cuando impactan y se alejan.

«Sus vientos golpean sin piedad todas las estructuras, ya sean postes o torres, y hay que andar con mucha precaución para identificar los riesgos. A veces el huracán no las derrumbó y uno las ve paraditas, bien “plantadas” en la tierra, y cuando empiezas a subirlas sientes que hay que bajar con rapidez y cambiarlas, porque están estremecidas.

«Uno se agota, pero es tanto el amor del pueblo, su agradecimiento y buenas vibras, que la vida, su ajetreo y las largas horas de trabajo pasan tan rápido como el ciclón. Incluso, hay amistades que perduran y no se olvidan, porque esos vínculos tienen que ver con los sentimientos», apunta.

—¿Cuáles otras experiencias están ancladas en el libro de sus vidas?

—Ambos se miran en entrañable complicidad, como hermanos. Ricardo Burgos suma anécdotas que rozan lo extraordinario, lo curioso y hasta lo afectivo: «El liniero no es una persona fría. Somos muy sensibles. Cuando estás allá arriba, las aves se te posan y uno trata de que no se asusten, que permanezcan tranquilas mientras trabajamos.

«También hemos protegido nidos de golondrinas y gorriones, sus pichones y huevos, hasta el punto de que muchas veces bajamos con sus nidos en nuestros cascos para salvarlos y les buscamos un nuevo hogar en un árbol cercano. Igualmente, rescatamos mascotas, sobre todo gaticos, pues la gente, por el simple hecho de sabernos linieros, asume que siempre ayudaremos. Eso también habla mucho de nuestra tropa, de su amor a la naturaleza y a los animales».

Soler Espinosa guarda en su libro de la vida «los aplausos del pueblo cuando, en medio del desastre dejado por un ciclón, se restablece la corriente: son atronadores», asevera. Y no olvida nunca el «te quiero, papá», de su hija cuando, al pasar los días, lo llama por teléfono para recordarle que lo extraña un montón.

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