Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Atrapado irremediablemente por la música

Desde temprano en su vida, Harold Meriño estuvo rodeado de música, investigó diversos campos de este arte y escuchó innumerables discos sin que nunca llegara el aburrimiento

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

Desde los comienzos de su vida, Harold Meriño Bonet estuvo rodeado de música. Su madre se decidió por la Musicología, por tanto el bebé que fue también «investigó» los más diversos campos y escuchó innumerables discos sin que jamás llegara el aburrimiento. «Mientras ella estudiaba, me sentaba con mi pianito de juguete delante para que yo intentara sacarle alguna melodía...», cuenta a JR quien una vez más vio gratificada su entrega incondicional a este universo que no ha dejado de fascinarlo con una nominación al Cubadisco. Y así ocurrió en su todavía breve existencia hasta que un accidente hizo que el pequeño fuera a parar a casa de su abuela en Cienfuegos, porque la dueña de sus días no lo podía cuidar. Fue en la Perla del Sur donde supo de una convocatoria para la escuela de música, cuando aún cursaba segundo grado.

Quienes hayan estudiado piano tal vez entiendan el porqué su progenitora no vio con buenos ojos que su hijo eligiera seguir sus pasos, pero Harold no es de los que se convencen tan fácilmente. Mas para hacerla feliz lo intentó también por violín. Sin embargo, su destino estaba en aquel instrumento que lo superaba en tamaño. «A partir de ese instante empezó esa fascinación que aparece mientras uno aprende a tocarlo y que le siguió a esa primera, la música, que se apoderó de mí cuando niño.

«Al principio todo fue muy…, no voy a decir muy fácil..., muy bonito; pero las piedras en el camino no se demoraron en llegar cuando el estudio de tantas horas se empezó a interponer al juego con mis amigos. El primer golpe vino cuando tuve que regresar a La Habana donde la exigencia era superior... Y yo era muy malo en solfeo...; mi nivel, sin duda inferior al de mis compañeros. Entonces surgieron los tropiezos. Mi salvación fue la gran maestra Mayra Torres, que se convirtió en mi guía, en mi otra mamá, prácticamente vivía en su casa, y cuando no estaba me llamaba para comprobar si estudiaba.

«El segundo encontronazo llegó cuando falleció mi maestra querida. Ese momento terrible sobrevino mientras cursaba octavo grado. De repente me quedé sin saber qué hacer, porque Mayra Torres lo había sido todo. Pero gracias a ella que me había enseñado, empecé a valerme por mi propio esfuerzo, en tanto el maestro Ulises Hernández, que siempre estuvo presente me seguía bien de cerca.

«En el nivel medio tuve la bendición de que mi profesor fuera Ernán López-Nussa, quien expandió aún más esos horizontes que me había abierto Mayra al introducirme en el universo del jazz, al igual que a sus hijos Ruy Adrián y Harold López-Nussa, al acercarme a las obras de Ernán... Te imaginarás lo que significó que se convirtiera en mi maestro. Aprendí mucho de Ernán, con él descubrí el poder del piano... Recuerdo que llegaba a su casa, dábamos nuestra clase de música clásica y después nos poníamos a improvisar, a ver partidos de tenis, a conversar sobre lo humano y lo divino... Sí, fue un privilegio ser alumno de un artista extraordinario, de una persona tan sabia…», afirma quien en este 2019 llamó la atención de Cubadisco, ahora en el apartado Concierto Audiovisual, gracias al DVD Un Time Live, que lo tiene como protagonista y fuera realizado por Mildrey Ruiz.   

—En el ISA el camino te llevó nuevamente hasta el maestro Ulises Hernández, a quien, por cierto, este domingo Cubadisco le rendirá homenaje, al igual que a la capital por sus 500, a través del concierto que en la Catedral ofrecerá la Orquesta Sinfónica de la Universidad de las Artes adjunta al Lyceum Mozartiano de La Habana...

—Más que merecido lo tiene el maestro... Efectivamente, el Mozarteum, cuya cátedra él llevaba, resultó otra etapa importante en mi carrera, diferente...

—¿Qué te condujo entonces a cambiar de carrera en tercer año?

—No fue porque haya dejado de gustarme el piano, sino que surgieron otras necesidades artísticas, creativas. Quien estudia un instrumento, y sobre todo el piano, sabe que hay que emplearse a fondo, al menos seis o siete horas diarias, especialmente en el nivel superior donde te encontrarás con obras mucho más complejas. Y yo, en verdad, nunca pude estudiar esa cantidad de tiempo.

«Y, mientras tanto la composición me traía “loco”. Esa curiosidad surgió desde el nivel elemental, cuando estudiando algún compositor me descubría jugando con alguna armonía. No olvido que Ernán me contaba que él hacía lo mismo. De hecho, de una experiencia similar nació su disco titulado Sacrilegio: un “juego” entre la música clásica y el jazz. Así que el tiempo se me escapaba de ese modo y al final no estudiaba lo suficiente, sino que me ponía en la computadora a trabajar con los programas, a crear música...

«Influyó también que por la labor que realizaba mi mamá, desde siempre viví prácticamente en los Estudios Abdala, donde los ojos se me iban para aquellos aparatos grandísimos con pila de botones por los cuales “mataba” a preguntas al ingeniero de sonido.

«Con todo esto que te acabo de contar no será difícil entender que, lógicamente, eligiera una carrera que uniera todos mis amores: Dirección musical y sonido, la cual me daba la posibilidad de, sin alejarme del piano, dedicarme a la composición, la producción musical, la ingeniería de sonido... Era la oportunidad de poder realizarme como productor musical, compositor, arreglista... y encontrar tiempo para hacer todo lo que quería: permanecer en el estudio hasta las tres de la madrugada y ahí agarrar para la escuela...».

—Supongo que durante esas sesiones te atrapó la música electrónica...

—Ese interés se mostró desde el nivel medio, estimulado por Juan Piñera, quien impartía talleres de Composición en el Conservatorio Amadeo Roldán. Al maestro siempre le hacía saber mi deseo de explorar timbres que no fueran comunes. Recuerdo que invariablemente me aconsejaba acercarme a las obras de música electroacústica compuestas por Ligeti, Stockhausen, Cage..., o por cubanos como Fariñas, Valera... (estaban por supuesto también las suyas). Ese universo me conquistó desde que nos encontramos. Y ahí está la génesis de mi disco Un Time (en 2018 lo llevó a ser el premiado más joven de Cubadisco al ganar en Electrónica y electroacústica), un proceso que me tomó siete u ocho años, mientras aprendía a componer, a utilizar los programas, a adentrarme en los softwares, en el mundo de los sintetizadores; a desentrañar todas las facilidades que te ofrece la computadora... Y además, aprender de mezcla, edición, masterización, tímbrica, todo eso que forma parte de la carrera y es esencial.

«Fueron muchas horas de lecturas, de investigación, de meterme en foros de internet, de probar, experimentar..., y de empezar la verdadera creación. Imagino que todos los productores de música electrónica de este país han pasado por eso, porque es un proceso muy complicado. Por tal motivo afirmo que Un Time es un resumen de mi vida de compositor de música electrónica, de todo este proceso».

—Escuchando tu historia personal, llegué a pensar que el jazz te «arrastraría»...

—El jazz es muy cautivador, pero la verdadera vocación la encontré en poder descubrir timbres nuevos. Me gusta tocar como parte de un grupo de instrumentistas, y ahora mismo estoy en un proyecto de música electrónica con diferentes jazzistas (Michel Herrera, Héctor Quintana, Alejandro Falcón...), pero me inspira poder ir más allá de la combinación que puedan conseguir el drums con el bajo acústico y el piano, me reta experimentar con bajos eléctricos, con pianos eléctricos, con todo. Y lo mejor es que, sin querer lucir autosuficiente (nada más lejos de la verdad) lo puedo hacer solo con la ayuda de una máquina. Del jazz, por supuesto, he tomado esa libertad absoluta para improvisar, para no aferrarme a ningún límite.

—Un Time te ha traído muchas alegrías. Este DVD es resultado del concierto que ofrecieras en Bellas Artes para presentarlo oficialmente...

—Este recopilatorio de mi obra como compositor —licenciado por la casa discográfica Egrem— recogió en piezas como Un Time, Nana, Hechizo, Celtics, Danza del bosque, Preludio del sol naciente… (y así hasta diez) buena parte de mis vivencias, o más bien de mis sueños, algunos bastante raros (sonríe)... A veces soñaba también con melodías, pero me sucedía que cuando me levantaba ya no me acordaba ni de una nota. Entonces decidí que cuando estos aparecieran tirarme rápido y ponerme a componer para traducirlos al lenguaje musical.

«También decidí transformarlos en cuentos que se pudieran leer. Como soy incapaz de escribir, hice cómplice de esta idea al maestro Alberto Garrandés, a quien me une una amistad cercana porque su hijo es uno de mis mejores amigos. Garrandés llevó magistralmente mis sueños al mundo de la literatura por lo cual también Cubadisco lo premió... Sí, Un Time, mi ópera prima, no acaba de darme grandes satisfacciones».

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