Ningún desfile en el mundo se parece al nuestro. Nadie marcha en la fiesta proletaria con el sentido de pertenencia que lo hacemos los hijos de esta isla. Autor: Favio Vergara Publicado: 01/05/2025 | 07:56 pm
Habían pasado tres años desde que marché, por primera vez, entre el sentir atronador, gigante y patriótico de la Plaza de la Revolución José Martí. El regreso lo rodeó ahora un halo de mística, de sospechas, porque casi siempre sabemos qué sucederá un 1ro. de Mayo en la Plaza, pero, al mismo tiempo, la obstinada hidalguía de este pueblo encontró el espacio para nuevamente sorprendernos.
Hay días que son emblemas y trascienden lo descrito sobre un guion. El Día Internacional de los Trabajadores, para Cuba, es de esas jornadas que pronosticamos históricas y, sin embargo, sobrepasan los límites soñados.
Ningún desfile en el mundo se parece al nuestro. Nadie, podemos decirlo afanosos y sin complejos, marcha en la fiesta proletaria con el sentido de pertenencia que lo hacemos los hijos de esta isla irreverente.
La fecha queda atrapada en el recuerdo de quienes desandamos el camino bajo el abrazo unido de una certeza popular. Más que la tradición, permanece en las calles el simbolismo fidelista que mantiene en pie las ideas puras de la Revolución.
Mientras desfilaba entre el mar de gente que despertó este jueves a La Habana, me quedé pensando en el cartel que un joven alzaba a lo lejos en la avenida Paseo, donde se leía en perfecto castellano: «A nosotros no nos jode nadie». Y es cierto, en la Plaza dimos otra bofetada sin manos a aquellos que dudan a diario de la capacidad de resistencia y las virtudes de nuestra gente.
¿Quién ha podido en las últimas seis décadas doblegar el espíritu, las esencias y el alma de los cubanos? Cuando hay que hablar claro y conciso, nuestra irreverencia popular sale a relucir y respondemos así: contundentes, como en cada clarinada que deja el mes de mayo en su estreno.
FOTOS: Favio Vergara y Roberto Suárez
Esta isla tiene la valía de superarse a sí misma en el tiempo. Pareciera como si alguna manta mística sobrecogiera la dignidad de su gente para esculpirla luego en alguna efigie moral que trasciende todas las épocas.
Tres años después regresamos los cubanos multiplicados por cientos de miles al encuentro con las calles, a ese epicentro martiano, fidelista y guevariano que atesora las epopeyas más dignas de resistencia y victorias.
Este jueves retornamos a una Plaza encendida de alegría y fuerza joven. Yo lo vi, nadie me lo contó en el camino. Una juventud que, frente a la tribuna, ante el líder de la Revolución Cubana, General de Ejército Raúl Castro Ruz, y el Primer Secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, se paró con el compromiso en el pecho de no fallarle jamás a los principios que nos guían.
Allí, cerrando la marcha y sobre los hombros paternos, estaba también el futuro de la Patria. En cualquier espacio de la avenida Paseo uno se encontraba, como flashazos recurrentes, las imágenes de niños cargados por sus padres, siendo parte desde pequeños de una tradición histórica que nos distingue.
La historia de este pueblo, sin dudas, hay que rescribirla a diario, a toda hora, en todo momento sobre su manto de dignidad. En los tiempos duros y adversos que vivimos, los hijos de esta isla tomaron las calles y plazas nuevamente no para esperar milagros, sino porque permanece viva esa aureola fidelísima que sostiene la obra de la Revolución.