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La guitarra me eligió

Héctor Quintana será uno de los protagonistas del concierto que esta noche dejará inaugurado el Jojazz 2018 en el Centro Cultural Bertolt Brecht, de la capital

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

Parece increíble, pero es cierto: la guitarra apareció de forma casual en la vida de Héctor Quintana, uno de los protagonistas del concierto que esta noche (8:30 p.m.) dejará inaugurado el Jojazz 2018 en el Centro Cultural Bertolt Brecht, de la capital. «Siempre digo que yo no la escogí, fue ella la que me escogió a mí», asegura este joven virtuoso que ahora mismo no deja de sorprenderse con las satisfacciones que le ha asegurado integrar el trío Horacio El Negro y Habana Jam, junto a uno de los jazzistas más brillantes del mundo y al bajista Rafael Paseiro, lo cual alterna con el trabajo que realiza con su banda Proyecto H.

«Era un niño a quien la música le llamaba poderosamente la atención, el piano en particular, pero ya no tenía edad para entrar a la escuela de arte por ese instrumento. Entonces opté por la guitarra con la idea de cambiar más tarde, pues no preví que me fuera a envolver de la manera en que lo hizo, hasta conseguir que me enamorara de ella», cuenta a JR.

«Todavía no me explico cómo sucedió, pero la verdad es que en mi casa se escuchaba mucho la radio y yo me ponía frente al espejo a “interpretar” lo que oía. En aquellos tiempos, mi padre siempre estaba: “Ahora vamos a jugar pelota... Ahora vamos a aprender a montar bicicleta... Ahora vamos a aprender a nadar...”, y recuerdo que un día le dije: “Papá, ya sé nadar, jugar pelota, montar bicicleta..., ¿cuándo me vas a llevar a cantar?”. La música me hacía sentir de una manera especial».

—¿Cómo la guitarra logró desplazar al piano?

—Debo serte sincero: soy algo conservador y a veces me cuesta un poco cambiar, pero cuando tenía 15, 16 años, empecé a descubrir un mundo que desconocía; hasta ese momento la guitarra era para mí un instrumento muy limitado, sin embargo, comenzó a demostrarme que podía ofrecer un universo sonoro enorme. Eso me cautivó.

«De cierta forma me frustraba el hecho de que instrumentos como la trompeta, el piano, sonaban mucho, llenaban todo el espacio, mientras que con la guitarra clásica la gente tenía que acercarse, “es que casi no se oye”, me decían. Otras veces me pasaba meses ensayando, estudiando para un examen, y un día antes se me partía una uña, entonces sentía cómo se derrumbaba en un segundo lo que me había pasado meses construyendo. Sí, me afectaba mucho, por eso llegué hasta a decidir ponerme uñas postizas... Hablamos de la guitarra que, contrario a lo que algunos piensan, es muy difícil; y la clásica, extremadamente difícil, pero que a mí me apasiona».

—¿Fue en el Conservatorio Amadeo Roldán donde se produjo el hechizo de la guitarra eléctrica?

—Esa fue una etapa en la que estaba sediento de conocimientos, de superación, rodeado de músicos supertalentosos con los que empecé a intercambiar informaciones, a acercarme a la música popular, aunque seguía muy involucrado con mi música clásica. En el Amadeo Roldán tuve mi primer contacto con la guitarra eléctrica, gracias a una amiga que para graduarse arregló un tema del grupo Queen y confió en mí.

«Sí, me atraía, pero como ya te dije, continuaba aferrado a mi música clásica. Mi cabeza se concentraba en estudiar y estudiar, en los exámenes, en perfeccionar el sonido que extraía de la guitarra, en mis uñas postizas y la lima para que estuvieran perfectas; en los concursos al estilo del Musicalia, convocado por el Instituto Superior de Arte (en el 2007, obtuve el primer premio cuando todavía estaba en tercer año del Amadeo Roldán), te imaginarás que andaba por las nubes...

—¿Entonces cuándo ocurrió?

—Sucedió de una manera muy bonita, espontánea. Una despedida que no fue trágica (sonríe). El maestro Joaquín Betancourt ya había formado su Jazz Band y necesitaba institucionalizarla. Para ello solicitó a algunos de los músicos que se estaban graduando para que realizaran su servicio social en ella. Un día iba caminando por el pasillo de la escuela y la subdirectora me interceptó: «Héctor, ven acá. ¿A ti te interesaría pasar el servicio social con la banda de Joaquín Betancourt tocando guitarra eléctrica?». Me puse a pensar. «No sé, profe», le dije con inseguridad, y ella, para ayudarme a decidir: «Eso, o te vas para el campo a dar clases». «No, no, apúnteme, profe, ¡pero ya!» (sonríe).

«Y eso sí que fue una bendición, un escalón mucho más arriba. Para mí que no estaba ni remotamente al nivel de jóvenes músicos que ya eran conocidos en el jazz como Emir Santa Cruz, Michel Herrera, Roger Riso, Carlos Ríos... constituyó un impulso tremendo tocar junto a ellos.

«Al año de estar en la Jazz Band del maestro Joaquín Betancourt entré al ISA por guitarra clásica y comenzaron una serie de conflictos de todo tipo, porque en la universidad, aunque estaban conscientes del camino que había elegido, cada vez me exigían más en la guitarra clásica. Estuve a punto de dejar la universidad, pero como de costumbre, mi familia, que es excepcional, se mantuvo a mi lado apoyándome. Decidí pedir una licencia para pensar con serenidad qué iba a hacer; y al final todo fue resolviéndose, gracias a personas que me quisieron ayudar. En el ISA, el maestro Jesús Ortega me propuso graduarme con un plan especial de guitarra eléctrica».

—Es innegable que la Jazz Band y Joaquín Betancourt influyeron notablemente en el músico que eres hoy…

—Sí, jugaron un papel superimportante. Joaquín desempeñó y desempeña un rol esencial en mi carrera. Actualmente no soy miembro activo de la Jazz Band, porque considero que debo darle esa oportunidad que tuve a quienes vienen detrás, que también se nutran de esa escuela, pero no puedo dejar de colaborar con ella, con el maestro. Sucede que para mí es un regalo, una clase, leer su música, sus arreglos. Por tal razón he participado en sus conciertos más significativos y en sus dos producciones discográficas, Sueños del pequeño Quin y Mambazo, ambas premios Cubadisco, obras espectaculares».   

—Ahora vas a realizar el concierto de apertura del concurso que alguna vez ganaste...

—Confieso que me impuse ir al Concurso Jojazz, porque sentía que era como una «obligación». No olvido que cuando fui por poco me quedo afuera: «No, mijito, la inscripción cerró», me dijo la señora que me atendió. Por suerte el «llorao» funcionó. Y cosas de la vida: gané en una competencia de mucha camaradería y buena vibra, porque para todos los que estábamos allí lo importante era participar, aprender, intercambiar...

Dactilar, tu ópera prima, es resultado de Jojazz...

Dactilar fue otro desafío. Hasta que me dijeron que había llegado el momento de grabar mi disco, no me había pensado como compositor. Tuve que atreverme, porque de eso se trata también, de irse imponiendo metas cada vez más altas. El disco lo produjo Joaquín Betancourt y en él me acompañaron como invitados musicazos de la talla de Jorge Chicoy, Julito Padrón, Jorge Aragón, Yipsy García, Carlos Ríos, Luna Manzanares... Realizado con Colibrí, estuvo nominado al Cubadisco en dos categorías, Ópera Prima y Jazz. Lamentablemente aún no existe físicamente, lo cual no tiene que ver con la disquera que ha hecho un trabajo muy serio con los noveles jazzistas. Fue una linda oportunidad que se ha quedado en el medio del camino. Si ahora saliera creo que ya estaría muy distante del Héctor Quintana de ahora.

«A veces uno desea que el disco sea perfecto, lo cual no está mal, por supuesto, pero considero que este sirve, sobre todo, para expresar el mundo musical del intérprete en ese entonces. Desde luego, los que vendrán detrás deberán mostrar una evolución. Es lo que ocurrirá con el segundo disco, del que daré un adelanto en la primera parte del concierto inaugural de esta noche, pues la segunda la protagonizará Yoandy Argudín, lo cual le agradezco al Centro de Música Popular por su apoyo, y a Dios, que siempre me acompaña.

«Dactilar, el primer disco, fue hecho con oficio, sin embargo, cada uno de los temas de este que ahora preparo sale del alma, la música es resultado de lo que hay dentro de mí. Con Somos luz, como debe llamarse el CD, estoy muy ilusionado, porque considero que me representa todavía más. Ha sido pensado como un todo, como una obra en la que los elementos que la integran están estrechamente conectados entre sí, con el objetivo de que tenga un carácter más profundo desde el punto de vista lírico y espiritual.

«Es instrumental pero quiere transmitir un mensaje: seamos mejores seres humanos, iluminemos con nuestro actuar esas oscuridades que están a nuestro alrededor. Su productor es uno de los músicos que más admiro: Roberto Fonseca. Contará con un invitado: un guitarrista de los grandes, el estadounidense Mark Whitfield.

«Es decir que será un concierto de estrenos, donde estaré junto a mi banda, que integran los excelentes Jesús Pupo (piano), José Carlos Sánchez (batería) y Julio César González (bajo). He invitado además a un cuarteto de cuerdas y a Iván Guardiola, un saxofonista genial del grupo Influencia, de Santiago de Cuba. Quiero hacer algo con la voz, como si fuera un instrumento más».

—¿Sueles cantar?

—A veces canto, pero nunca lo he hecho en vivo, al público hay que respetarlo (sonríe). Pero sí, me gusta, es uno de mis sueños. Siempre digo que este año sí me voy a poner a cantar...

—Es que todavía sigue en ti el niño que interpretaba frente al espejo...

—Debe ser, sin duda viví una infancia muy feliz.

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