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La certera contemporaneidad de Marcelo Pogolotti

¿Pueden los dibujos y la pintura de Pogolotti, concebida en los turbulentos años 30, constituir vaticinios de los tiempos difíciles que hoy vive la Humanidad? Sin dudas sí

Autor:

Lourdes Benítez Cereijo

Uno de los recuerdos más vívidos que tengo de mi primera experiencia laboral en Juventud Rebelde fue estar sentada en la oficina/cuartico del jefe de Redacción, mientras Ricardo Ronquillo, subdirector del diario en aquel momento, revisaba un texto que me había encomendado. En el ajetreado silencio de la madrugada y con los nervios de punta, mis ojos se clavaron en una copia de la obra El intelectual, de Marcelo Pogolotti, que adornaba una de las paredes. En esta se veía a un joven reclinado sobre su mesa de trabajo; delante, la máquina de escribir y una cuartilla desnuda esperan por él; a un costado hay un libro abierto; en su rostro no hay ojos, pero es evidente que su mirada trasciende; afuera aguarda el miedo.

¿Qué estaría pensando? ¿Qué sensaciones se agolpaban en su aparente paz? ¿Acaso estaría tan nervioso como lo estuve yo delante de ese fantasma que es la página en blanco? El análisis de mi trabajo periodístico quedó interrumpido por algunos instantes para dar paso a un delicioso diálogo sobre el autor de aquella obra y su significado. De pronto, en la oficina se reunieron todos los colegas que estaban en la Redacción y cada cual aportó su visión de aquella pieza. Y es que eso tiene la obra de Marcelo Pogolotti: invita, interpela, cuestiona, dialoga diáfanamente y su tiempo es para siempre.

Desde ese entonces, aquella imagen me acompaña cada vez que estoy por escribir algún trabajo. Es una sensación que permanece sólida e invariable. No se desvanece. Como tampoco se desvanece la vigencia de su autor, también ensayista, periodista y crítico de arte. Así lo podrán comprobar quienes decidan visitar la exposición titulada Marcelo Pogolotti: los ciclos de la historia, dedicada al pintor en el aniversario 120 de su natalicio, que se exhibirá hasta el 31 de agosto en la Galería 23 y 12, del Vedado capitalino.

«¿Pueden los dibujos y la pintura de Pogolotti, concebida en los turbulentos años 30, constituir vaticinios de los tiempos difíciles que hoy vive la Humanidad? Sin dudas sí. En los momentos actuales, en los que parece flaquear la memoria histórica universal, su obra inmensa nos alerta acerca de los ciclos de la historia, cómo ciertos acontecimientos dramáticos se repiten en lapsos temporales con características similares, ajenos a la voluntad de los pueblos», asegura el curador Roberto Cobas en las palabras del catálogo. 

También agrega el especialista que la obra de Pogolotti enseña al espectador que no hay arte sin historia. «En su caso particular la agudeza de su pensamiento, que supo trasladar espléndidamente a su obra plástica, le permitió realizar sus dibujos y pinturas en una estrecha relación con el contexto histórico que le tocó vivir. La riqueza de sus ideas revolucionarias constituye un reflejo fiel de los duros años de entreguerras mundiales del pasado siglo XX y nadie mejor que él avizoró la intensa toma de conciencia del intelectual en esos candentes tiempos, donde el pensamiento ilustrado fue pisoteado por la implacable ideología fascista… Era un visionario, un iluminado, un adelantado a nuestros tiempos y su genialidad creativa lo instala en el firmamento de los más contemporáneos y certeros de nuestros artistas».

La muestra está conformada por 18 obras pertenecientes a los fondos del Museo Nacional de Bellas Artes y está patrocinada por esa institución de conjunto con el Consejo Nacional de las Artes Plásticas y el Fondo Cubano de Bienes Culturales. Pueden ser apreciados un grupo de dibujos de la serie Nuestro tiempo —un ciclo de 47 piezas de carácter realista realizado entre 1930 y 1931—, así como una selección de óleos concebidos en los años 30. Además de El Intelectual (Joven Intelectual), de 1937, que es el centro de la expo, se destacan otras creaciones como Paisaje cubano —de 1933, de carácter claramente social, en la cual el pintor plasma, desde la lejanía de Europa, la situación dramática que existía en Cuba—, Aquí se trabaja para nada, Evasión, Cronometraje y El muelle o Dockers, entre otras.

Para entender o tal vez aproximarnos a las dimensiones y alcance de la obra de Marcelo, sería bueno releer las palabras de su hija, la destacada ensayista Graziella Pogolotti, quien en un texto publicado en JR con el título Regreso a mi padre, afirma que para ella el quehacer de su progenitor se sustenta en verdades que trascienden la inmediatez: «Los obreros que desfilan al alba, como pequeñas pinceladas de color en la grisura de un panorama dominado por el poder de la fábrica, encarnan al ser humano sometido a los poderes que lo dominan. El intelectual sin rostro ante la hoja de papel en blanco expresa la soledad profunda de quien, sin embargo, por convicción profunda, no permanece aislado. Padece la coyuntura y, a pesar de las sombras que lo amenazan, se aferra al compromiso de su voz. Tal fue, a mi entender, su testamento. Es una herencia con la que he cargado, sin tener conciencia de ello, durante toda mi vida. Así aprendí el amor a mi país, a mi ciudad, a mi escaso magisterio. Así pude entender también que los valores formulados en una terminología aparentemente abstracta, como lealtad, amistad, decencia, honradez, cobraban la tibieza de la carne y la sangre».

El arte, como la vida misma, tiene cosas perturbadoras. Asesta golpes injustos, violentos. Fue poco el tiempo que Marcelo Pogolotti pudo dedicar a la pintura, antes de que una ceguera progresiva lo llevara a la pérdida total de la visión. Como el joven intelectual de su obra, sus ojos volvieron la mirada hacia adentro, para convertirse en candil que no entiende de oscuridades. A su luz retornamos, y con ella nos cobijamos ante la frialdad implacable de cada página en blanco.

Trayectoria vital

Marcelo Pogolotti, de madre norteamericana y padre italiano, nació en La Habana en 1902. Su infancia transcurrió en Cuba y Europa, principalmente Italia, donde realizó estudios primarios.

En 1919 comenzó a estudiar ingeniería en el Rensselaer Polytechnic Institute de Troy, que abandonó para dedicarse por completo al arte y matriculó en The Art Students League, de Nueva York.

Después de un breve viaje por Europa regresó a Cuba, donde se sumergió en un proceso de redescubrimiento desde una pintura que oscilaba entre el impresionismo y el fauvismo. Expuso por primera vez en La Habana en 1925, en la Asociación de Pintores y Escultores. Allí presentó obras como La lavandera, La planchadora, Andaluza, Moderna, Jardín cubano

Junto con el importante pintor cubano Víctor Manuel García trabajó activamente en la lucha contra la pintura académica, buscando su renovación y por la creación de un arte nacional. En 1927 participó en la Exposición de Arte Nuevo, significativo evento cultural de la época en Cuba.

Ansioso de nuevos recursos, en 1928 rembarcó para Europa, donde se vio atraído por el surrealismo, y a finales de 1929 se incorporó en Italia al Movimiento Futurista. Posteriormente comenzó a alejarse del maquinismo y a experimentar con formas abstractas, en tanto realizó simultáneamente la serie de dibujos Nuestro tiempo, con los que inició una nueva orientación pictórica.

Durante 1934 y 1935 expuso en la Asociación de Escritores y Artistas Revolucionarios de París y fue considerado miembro fundador del Primer Grupo de Pintores Sociales de Europa. En 1938 presentó una exposición personal en la Galería Carrefour de París. En ese año perdió por completo la visión.

De regreso a Cuba en 1939, estuvo presente en numerosas exposiciones personales y colectivas. A partir de entonces inició una importante labor como ensayista, novelista y crítico de arte. Murió en La Habana en 1988. 

 

 

 

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