Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Más nueces que ruido

Autor:

Luis Sexto

Metámonos en un lío y preguntemos qué buscamos los cubanos cuando empezamos una discusión. Es ya una referencia muy manida decir que no sabemos debatir, que no sabemos escuchar los argumentos contrarios. Y parece cierto, a veces, sobre todo cuando hablamos de pelota: el guirigay es tan confuso que resulta casi imposible sacar en limpio alguna idea.

En esta casi incapacidad nuestra para polemizar —descontando la dosis de fama inmerecida—, la técnica más recurrente consiste en inhabilitar el juicio del otro con un «estás equivocado», y con ello creemos colocar de nuestro lado toda la verdad. Desde luego, una cosa es litigar sobre quién gana o pierde y otra muy distinta resulta debatir asuntos en que quizá nos vaya, si no la vida, la historia, la pasada y la que habrá de sobrevenir. En este tipo de discusión los oídos no han de impacientarse cuando oyen aquello que no les gusta oír. Tampoco el desahogo resulta pertinente, aunque haya que soportar alguno.

Creo que estaremos de acuerdo, al menos en esto: al cuadrilátero han de subir, en un debate serio, profundo, las ideas sin absolutismos y dogmas, para que en el choque entre todas, en vez de agolparse y matarse unas a otras —como en la canción de Sindo Garay—, se influyan y se enriquezcan mutuamente. Por supuesto, usted convendrá en dejar también afuera la unanimidad, con cuya práctica solemos callarnos o repetir las tesis de quienes dirigen el debate. ¡Ah! ¿Y quienes lo dirigen verán tan claro como para ceder la palabra sin creer que lo hacen por concesión, dádiva de generosa coyuntura, sino por deber constitucional, por derecho de legítima libertad de cuantos hablan en una discusión colectiva? Cuántos se confunden, digo de paso.

Qué hemos, pues, de buscar los cubanos cuando discutimos sobre nuestro presente, nuestro futuro. A mi modo de ver, no hemos de tapar el sol con un dedo. Sabemos que nuestra existencia está restringida. Aun la obra más justa, más útil, ha sufrido deterioro —incluso la salud, incluso, la educación— por causas externas que ya no todos comprendemos, pues las internas pesan más a ras de los días que agobian. Quién no tiene alguna anécdota gris que contar. Ahora bien, si hemos de debatir nuestros problemas, sería precisamente para intentar las vías interiores que les garanticen corrección o soluciones, pero también las fórmulas que impidan la repetición de lo que ya no puede prosperar.

Nuestros argumentos, nuestros móviles, sin embargo, no pueden ser solo materiales. Por encima de todas las insuficiencias que nos podrían estorbar para defender, sin mentir, la causa del socialismo, tengo para mí dos razones que no me avergüenzan: primeramente, estoy convencido de que nada, ni nadie, salvo la Revolución, con lo más lúcido y humanista que de ella perdura, puede preservar la independencia de Cuba, es decir, la voluntad soberana de decidir los actos, las alianzas, las declaraciones como república sin interferencia extranjera, sin compromisos que faciliten la imposición foránea dominadora. Y después, qué institución, qué otro sistema económico nos garantizará la justicia social, con la igualdad y la equidad como premisas, aunque ahora sufra las inconsecuencias generadas por circunstancias económicas adversas y por una organización social que en parte ha perdido sentido por influencias burocráticas.

Esto parece muy resabido. Pero si hemos de aprender a discutir, a dirigir un debate, y a oír, a ver, y luego concretar en la vida de todos lo más racional y conveniente, debemos de aprender también a no ser ingenuos. Políticamente ingenuos. Y ponga aquí quien lo desee su comentario. O escriba su mensaje. Pero no me diga que estoy equivocado aduciendo que el que tiene la razón es usted.

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