Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

La Reforma universitaria

Autor:

Graziella Pogolotti

Echó a andar en 1962, en pleno proceso de transformación del país, pero era una deuda pendiente desde los tiempos de Mella. Tenía que responder a las demandas del presente y proyectarse hacia el mañana. Por eso, los trabajos preparatorios comenzaron aparejados a la Campaña de Alfabetización. Cumplida la hazaña de enseñar a leer y a escribir a habitantes de los más recónditos lugares, los alfabetizadores preguntaron a Fidel qué otra cosa tenían que hacer. La respuesta del Comandante fue contundente: estudiar.

Fidel definió la concepción estratégica del proyecto, consciente del papel decisivo de la enseñanza en todos los ámbitos de la sociedad. Su implementación estuvo a cargo de Armando Hart, el muy juvenil ministro de Educación, quien contó con la asesoría de un amplio espectro de colaboradores. Entre ellos se encontraban pedagogos de sólida formación, dirigentes políticos con profundo dominio de las ciencias sociales y la cultura, avezados en el manejo de las ideas marxistas, especialistas que habían realizado sus estudios en prestigiosas universidades extranjeras y dirigentes de la recién renovada FEU.  

Para llegar al resultado final, tuvieron en cuenta el análisis de los programas y la creación de nuevas carreras.

Desde esa perspectiva, en la Universidad de La Habana la Facultad de Economía sustituyó a la de Contador Público, diseñada para responder a los intereses de la empresa capitalista. Surgió la Facultad de Sicología y se sentaron las bases para el nacimiento de la inexistente Facultad de Biología, a la que tanto debemos en la actualidad.  

De la enciclopédica Facultad de Filosofía y Letras se desprendieron las de Historia, Geografía y Letras, en cuyo seno estaba germinando la actual Facultad de Lenguas Extranjeras.

El proceso de democratización se centraba en dos aspectos fundamentales. Era indispensable abrir el acceso de la Universidad a los marginados de siempre. En el caso cubano, el obstáculo mayor no se derivaba del pago de la matrícula, porque la institución estaba respaldada por el presupuesto nacional. El problema mayor constituía en mantener al joven durante sus estudios. Quienes no vivían en la capital necesitaban disponer de recursos para alojarse en casas de huéspedes, sometidos en muchas de ellas a misérrimas condiciones. La creación del sistema de becas franqueó el camino para el ingreso a la educación superior a las grandes mayorías.

Por otra parte, la Reforma universitaria definió al departamento como célula base del sistema. A partir de los lineamientos generales, el conjunto de profesores especializados en cada materia se ocupaban de articular docencia e investigación, de ajustar programas y métodos según los resultados de la práctica cotidiana y de definir, atendiendo a las circunstancias concretas, las vías de recalificación y superación de cada profesor.

Viví intensamente este proceso transformador. Había empezado a ejercer la docencia desde muy joven. Me encargaron la dirección del Departamento de Lenguas y Literaturas No Hispánicas. Fueron años de trabajo febril. 

Directora de la Escuela de Letras, Vicentina Antuña compartía esa responsabilidad con la presidencia del Consejo Nacional de Cultura.  Teníamos que despachar en horario nocturno. Hubo que preparar sobre la marcha, con los alumnos sentados en el aula, cursos que no tenían antecedentes en nuestra tradición académica. Tuve que asumir una enorme carga administrativa, puesto que nos correspondía prestar servicios de enseñanza de idiomas a la extensa Universidad de entonces, que incluía la Facultad de Ciencias Médicas, la actual Cujae y la de Ciencias Agropecuarias, instalada en la finca Aleida, en los alrededores de Güines. Atravesando tropiezos y angustias, logramos hacerlo.

Sin embargo, el proceso transformador no había concluido. El inolvidable Chomi Miyar acababa de instalarse en la rectoría de la Universidad. Súbitamente, sin previo aviso, apareció en la Escuela de Letras. Con su característica campechanía, se sentó a conversar. Empezó por aludir al doloroso impacto que le había producido estrenarse en el puesto participando de los funerales de Elías Entralgo, historiador, primer decano de la Facultad de Humanidades, hombre de conducta ética intachable, obsesionado por la siembra de valores que contrarrestaran algunos de nuestros males, como la falta de rigor, la vagancia y el juego.

Pero, en verdad, Chomi traía el encargo de implementar un proyecto concebido por Fidel. Consistía en llevar a cabo un trabajo sociocultural en distintos lugares de la Isla. La idea fue acogida con entusiasmo. Propusimos preparar presentaciones literarias, muestras de diapositivas de clásicos de nuestras artes visuales y elaborar una encuesta lingüística sobre el léxico de cada localidad. Grupos conformados por estudiantes de letras, arte y periodismo, guiados por sus profesores, se diseminarían a lo largo del país, desde Minas de Matahambre, pasando por la Ciénaga de Zapata, hasta llegar a la Punta de Maisí.

Nos animaba un ingenioso espíritu misionero, inspirados en el deseo de emprender una acción alfabetizadora en el campo de la cultura, validos de nuestro conocimiento de la historia y de las manifestaciones artísticas. Teníamos el propósito de enseñar. Pero, en realidad —lo comprendimos luego—  descubrimos la realidad profunda del país. Tocamos con las manos las trágicas consecuencias del legado colonial y la dependencia económica, del abismo existente entre una minoría preparada para dialogar, en igualdad de condiciones, con sus pariguales del Primer Mundo, y las mayorías alienadas de sus derechos y del fruto de su trabajo.  

Empezamos a modificar sustancialmente nuestro concepto de cultura. Cumplida la tarea, en el camino de regreso a La Habana, algunos estudiantes se encontraron con Fidel en Santiago. Eufóricos, narraron sus experiencias e informaron acerca de los problemas observados. El Comandante los escuchó atentamente. «Acaban de descubrir el subdesarrollo», respondió al término de la conversación.

Fidel lo sabía. La lucha por la construcción de una nueva sociedad exige actuar simultáneamente en el plano militar para asegurar la defensa de la patria en caso de agresión, en la solución de los problemas económicos más acuciantes, en el impulso a la educación y la ciencia y en la formación de una conciencia desalienada, porque los seres humanos, unidos en un propósito común, habrán de levantarse como verdaderos hacedores de la historia.

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