En un país como Cuba, donde el ser humano es el centro de atención y para cuyo beneficio están diseñados todos los sistemas de protección, la irresponsabilidad podría ser una de las causas principales de daños a la integridad física del hombre. Esa realidad se observa a diario en todas las calles cubanas por las que transitan quienes no miden las consecuencias de incumplir lo orientado ante el obligado «¡Achússss!» que produce el catarro.
Ese muro, el de la foto, está en pie hoy en Europa. No, no es un trozo remanente del que existió en la glamorosa capital alemana. Está en Eslovaquia, en el pueblo de Ostrovany. Su alcalde ha ordenado levantarlo para protegerse de… los gitanos.
Jaranea un colega cuando afirma que, después de construir la meseta de su casa, quedó prácticamente sordo. «Primero el precio cobrado por el albañil retumbó en mis oídos, y luego el golpe de gracia me lo asestó el grito de mi mujer, por no haber acordado el precio de antemano».
Los revendedores pululan más por la componenda, entre comerciantes estatales y particulares, que por la mismísima escasez. A esta se le echa la culpa de muchísimos fenómenos para justificar la asombrosa inercia de dejar hacer y deshacer.
El mundo de la información es un mar proceloso en el cual podemos atrapar todo tipo de peces. Algunos hallazgos asombran, otros alarman, o indignan, o mueven a risa. Y los hay que nos dejan una sensación de tiempo extraviado, de encuentros posibles que no han sido y que flotan en el limbo del absurdo. Ese es el sabor que esta semana me dejaron detalles noticiosos acerca del «encendido debate suscitado en el Congreso de Estados Unidos sobre la liberalización de los viajes a Cuba».
«Sé justo», pide Martí a su hijo. A punto de embarcar, no le sobran los minutos. ¿Qué mejor consejo que este, breve, viril…?
¿Quién no lo ha padecido nunca, entre desaliento y desesperación? Omnipresente y sospechoso de perpetuidad, el burocratismo parece destinado a amargarnos la existencia, cuando por imperiosa necesidad penetramos en su laberinto de trámites. Los nervios se someten entonces a tensiones extremas durante azarosos y prolongados viajes en los que se emprenden y recomienzan rutas en pos de una respuesta o solución. Se navega por un encrespado mar de esperas, desplazamientos y retornos de un buró al otro, planillas, modelos, cuños, sellos, firmas, etcétera. Toda una parafernalia, cuyo desciframiento y posible resultado palpable puede tomar semanas, meses, años, porque ocurre con frecuencia que en medio de ese kafkiano proceso se extravía un papel o la firma estampada ya no vale y a comenzar todo de nuevo.
Esta semana se completaron los 32 clasificados para el Mundial de Fútbol Sudáfrica 2010, pero el pasaje de Francia, gracias a un gol tramposo, ha dejado una estela de comentarios e insatisfacciones.
Por esas cosas del destino —geográfico y temporal— no dispongo de los datos globales de la nación. Pero un simple cálculo me dice que miles de millones de pesos que debieron salir de la Revolución Energética todavía están por cobrarse en Cuba. Y eso, a estas alturas, duele un mundo.
Dicen que cuando le preguntaron a Hillary Clinton por Catherine Ashton, la estadounidense se encogió de hombros: no la conocía. También que el gobernante español, José Luis Rodríguez Zapatero, no acertó con el nombre de Herman Van Rompuy: le cambió el «van» por el «von». Y un diario alemán, el Bild, se atrevió a más: «¿Van qué?»…, además de llamarlos «Don y Doña Nadie».