Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

La música le da más sentido a mi vida

El cubano más joven que ha actuado en la Carnegie Hall, de Nueva York, se siente orgulloso de su camino y de haber crecido en una familia musical

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

Debería estar acostumbrado, pero ni modo. Rodrigo García Ameneiro, aunque le asegure a Juventud Rebelde que se ha ido habituando, se vuelve un manojo de nervios cada vez que acude a un concurso, y su más reciente contienda no fue la excepción. No importó siquiera que ya estuviera enterado de que un prestigioso jurado lo había ubicado entre los ganadores del primer lugar del Vivo International Music Competition, después de apreciar el video en el que el estudiante del Conservatorio Amadeo Roldán hacía suyo el Estudio No 6. Liszt-Paganini, de Franz Liszt.

De todas formas, el discípulo virtuoso de Aldo López-Gavilán debe haber producido, durante esos días pasados de enero, más adrenalina que lo normal, al tratarse no solo de su primer intento fuera de nuestras fronteras, sino también porque al integrar la nómina de los protagonistas del First Prize Winners’ Concert se convertía en el cubano más joven que ha actuado en la prestigiosa Carnegie Hall, de Nueva York.

Claro, al principio era casi insoportable para Rodrigo, pero se enfrentaba a ello, se sobreponía al estrés, «porque estaba consciente de que prepararse para un concurso equivale a superarse. Ya solo por eso vale la pena. Que más allá del premio, el público y quienes te están evaluando comprueben que lo tuyo va muy en serio... Por eso participo, porque sé que es un nuevo escalón que venzo», afirma este muchacho que el venidero julio —gracias a la Fundación The Horns Project/ Horns to Havana, que llevan adelante Susan Sillins y Catherine Murphy (las mismas que le dieron cobija durante la competición y que en el 2015 propiciaron que ofreciera un concierto en Orlando, en la Florida)— estará en el campamento de jazz que acoge la Universidad de Stanford, en California.

—Rodrigo, ¿no te preocupa el fracaso?

—Sí, pero te das cuenta de que no es el fin del mundo. No me preocupa tanto si gano o no un premio, sino hacer el ridículo, pero esa posibilidad queda descartada con el estudio, con la entrega con la que buscas una perfección que luego los nervios te desbaratan para hacerte más humano.

—¿Cómo llegaste al concurso de Estados Unidos?

—Está dirigido a jóvenes de todo el mundo que deseen competir en cualquier formato y con cualquier instrumento. Lo tomé como pretexto para romper la rutina midiéndome a escala internacional. Entonces envié el video en el que toco ese estudio de Liszt, cuya interpretación de por sí significaba un triunfo. Se trata de una obra de muy alto nivel técnico, que tocan algunos de mis ídolos.

«Ahora mismo me viene a la mente el II Encuentro de Jóvenes Pianistas, donde ofrecí un concierto y en el que había músicos de la talla de Alexandre Moutouzkine. Y eso para mí era algo muy grande: coincidir en el mismo festival con ese mismo señor cuyos videos estudio todos los días. Pues concertistas que están en la cumbre, como Moutouzkine o Dmitrij Romanov, interpretan el Estudio No 6. Liszt-Paganini. Un reto, pero me sentí muy estimulado. Fue una experiencia espectacular, en un teatro de mucha importancia, y representando a mi familia, a mi escuela, a mi país».

—¿De qué manera llegó a ti el piano?

—Empecé a recibir unos talleres iniciales con mi tía Daiana (García), quien es directora de orquesta. Era una especie de entretenimiento, un momento en el que me sentía liberado, feliz; lo más natural del mundo, acostumbrado como estaba desde pequeño a estar rodeado de música por todas partes: mi mamá (Rochy Ameneiro), mi papá (Josué García), un productor que se ha vinculado siempre a reconocidos cantautores, mi tío Aldito (López Gavilán), mi primo Coqui (Alejandro Calzadilla, clarinetista)...

«Después vinieron las primeras clases con mi maestra Hortensia Upmann, quien comenzó a ponerme las manos en el piano, como se suele decir, aunque en ese tiempo aún no había resuelto abandonar la pelota. Sucedió, con dolor, porque me encanta, cuando entré a la Escuela Elemental de Música Manuel Saumell, en que también pude jugar menos con los amigos del barrio, pero había elegido quedarme con la música».

—Supongo que eso de enrolarte en la música desde pequeño haya sido, sobre todo, idea de mami y papi…

—Si supieras que no (sonríe). La idea fue totalmente de mi tía, que organizó esos talleres con los hijos de unos amigos y le pidió a mi mamá que me llevara también. Pero nunca los sentí como una clase. Más bien me parecía una fiesta, una diversión, un juego. Luego continué muy a gusto con mi maestra Hortensia. Por eso creo que no resultó traumático elegir.

—¿En qué momento supiste que definitivamente la música era tu destino?

—Creo que llegué a ese momento hace ya mucho tiempo. Sé que seré músico de todas, todas. Además de que soy incapaz de dedicarme a otra profesión, a pesar de que me llaman la atención, por ejemplo, el deporte y las matemáticas. Pero la música le da más sentido a mi vida. El piano forma parte de mí. ¿Cuándo me conquistaron para siempre? Supongo que después de haber participado en mi primer concurso (el Provincial Amadeo Roldán) mientras cursaba segundo año (después lo haría también en cuarto y sexto), cuando de pronto tomé conciencia de que iba a competir como músico. Es una sensación algo extraña al principio... Bueno, también pudo haber ocurrido cuando Carlos Varela me regaló su público, siendo yo un fiñe. Son experiencias que sin dudas te marcan.

—¿Cómo que Varela te regaló su público?

—Tenía diez años. Él me había visto tocar una pieza de Aldito en uno de sus ensayos. Era una obrita muy sencilla, claro, porque yo era muy pequeño entonces. Sucede que Carlos y yo nacimos el mismo día, el 11 de abril, así que me dijo: «Oye, ¿tú sabes qué?, yo creo que el mejor regalo que te puedo hacer en tu cumpleaños es mi público», y me invitó a tocar en su concierto en los Jardines de la Tropical.

«Por supuesto que entonces no comprendía la dimensión de lo que estaba pasando, pero es evidente que me impresionó aquel público tan enorme... Unas 8 000 personas... ¿te imaginas? Y lo más gracioso es que la gente lo aceptó de maravillas, chiflaba, gritaba. Me aplaudió cantidad, la verdad. Jamás lo olvidaré».

—Por lo general, dedicarse por completo a una carrera como la tuya, equivale a privarse de muchas cosas. ¿Es realmente tan difícil estudiar piano?

—Estudiar lo que sea es muy difícil, cuando se hace de verdad. Hay una realidad: cuando entramos en las escuelas de arte, como somos tan chiquitos, no tenemos una noción clara del enorme sacrificio que nos espera: empezando por el juego, y después llegar a la casa cansados y tener que seguir estudiando, dedicarle tiempo a leerte partituras nuevas... Sí, es duro, sobre todo para un niño que no entiende muy bien que es justo eso lo que corresponde si deseas avanzar, crecer, evolucionar; para obtener logros que luego te llenen de orgullo. En mi caso, después de tres, cuatro años, asimilé de una vez y por todas que ese era el único camino si amas tu instrumento, si quieres desempeñar un buen papel, si no buscas defraudarte a ti mismo porque no te preparaste suficientemente bien para actuar ante tu público, ofrecer un concierto o participar en un concurso.

—Volvamos a tus estudios. ¿Algo que recuerdes especialmente de tu etapa en la Manuel Saumell?

—Muchas cosas: los profesores excelentes que tuve, encabezados por Hortensia Upmann, que estuvo a mi lado por siete años; los amigos que todavía me acompañan; el pase de nivel, en el que por lo general uno se transforma en un nervio andante porque no puedes darte el lujo de que después de siete años te digan que no estás capacitado para seguir y convertirte en músico profesional. Yo estaba medio traumatizado, al punto de que una noche me senté en la cama y dormido empecé a mover los dedos en el aire como si estuviera tocando el piano (sonríe)... Bueno, en la Manuel Saumell participé en varios concursos, tuve la oportunidad de viajar a España, donde realicé mi primer concierto como solista...

—¿Y del conservatorio Amadeo Roldán, donde te gradúas el año venidero?

—Recuerdo mis clases iniciales con Aldito. Ha sido un privilegio estudiar con un pianista de su rango, tan completo. Sí, mi suerte ha sido inmensa: primero mi profesora Hortensia, tan espectacular, y luego Aldito, con su manera peculiar de enseñar. Mi suerte es enorme porque he recibido esas dos grandes influencias, como también la de mi tía Daiana, un apoyo fundamental en mi carrera...

«Y, bueno, desde el pase de nivel para entrar en el Amadeo Roldán “arrastro” con mi novia, la violinista Tania Haase, con quien conformamos un dúo que nombramos Espiral. También comencé a acompañar a mi mamá en el piano...».

—Tocar para que tu mamá cante debe ser una experiencia muy distinta...

—Así es. No resulta igual tocar lo clásico que interpretar lo popular o jazz, que componer o acompañar, en que no eres solo con el piano, sino que debes permanecer muy atento a lo que ocurre a tu alrededor. Se trata de ponerte en función del lucimiento de la cantante en este caso, saber qué nota debes dar para que ella continúe, o pensar qué pueda sobresalir en su momento, porque ella es la líder. Ha sido una vivencia muy enriquecedora (en esto Aldito también me ha ayudado mucho), muy provechosa además a la hora de componer; una manera distinta de tocar, que ahora disfruto desde una perspectiva diferente.

—¿Se pone Rochy muy majadera?

—Ufff, es muy exigente, pero así necesito que sea, de lo contrario nos estaríamos engañando. Es genial que esté ahí en todo momento, diciéndome: «Oye, esa nota está mal, ¿no?»; estimulándome, dándome cariñito. A veces mi tía le reclama porque cree que a mi mami «se le va la mano», pero lo agradezco, porque me ha dado mucho rigor... Soy feliz trabajando con ella como profesional, tocando en su banda desde el 25 de septiembre de 2015, cuando realizó su concierto como parte del festival de Leo Brouwer, Las voces humanas.

—¿Cómo se apareció la musa?

—La composición llegó hace dos años ya. Estrené en Fábrica de Arte Cubano mis dos primeras piezas: La felicidad y Abril, con mi novia, que es a piano y violín. Uno se siente muy satisfecho cuando comprueba que el público recibe bien tus obras.

—Igual ya te has probado en la producción, con el disco Mentiras sanas...

—Me complace participar en esos procesos que son de grabar, de mezclar; es una oportunidad de aprender cosas nuevas, sobre todo ahora empiezo a trabajar con la computadora. Para mí lo más común es estar junto a mi mamá cuando hace un disco, y nos hemos acostumbrado a escuchar las grabaciones y a que yo le dé mis criterios. Esta vez me pidió que me uniera a Renecito Baños (Sampling) para ver qué se podía mejorar en el trabajo con las voces; una oportunidad de aprender más de él, que es un maestro.

—¿No es demasiado peso encima de ti pertenecer a una familia que constituye una potencia musical?

—Nunca lo he visto de ese modo, tal vez porque no me acostumbraron a vivir con esa sensación. Cada uno asume la música de una manera distinta, a su estilo. He crecido admirándolos a todos. Mi mamá siempre ha sido un referente, al igual que mi profesor, que mi tía... Soy el fan número uno de ellos. Por tanto, jamás lo he visto como un problema. Por el contrario: es un gran orgullo.

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