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El arte no es aprender una fórmula

Desde siempre, Ever Fonseca, el más reciente premio nacional de Artes Plásticas, ha tratado de pintar buscando en las esencias, en todo aquello que de algún modo nos motiva y despierta alegría, interés, curiosidad, sentimientos humanos

Autor:

Aracelys Bedevia

Ahora es que empezamos, afirmó Ever Fonseca al recibir la felicitación de uno de los tantos amigos, admiradores de su obra y familiares que lo han ido a ver a su casa o llamado por teléfono, con motivo del otorgamiento que se le hiciera del Premio Nacional de Artes Plásticas 2012.

«Me siento privilegiado y, al mismo tiempo, comprometido al saber que lo poco que he podido lograr es positivo, y que puedo tener una base estructural para decir: aquí está mi respuesta a lo que el destino me ubicó», expresó.

Mirna, la esposa, está tan emocionada como él. «Claro que pueden venir cuando quieran», dijo a Juventud Rebelde. Poco después ya estábamos en la casa de este gran artista, nacido en la costa del golfo de Guacanayabo y asentado en la capital del país desde inicios de la década de los 60 del siglo pasado.

«Es un premio a la actitud positiva, a la dignidad humana, a la entrega desprendida por un interés universal, enfatizó Ever, al referirse a la significación de tan importante reconocimiento. Es estimular y activar toda esa fibra que hace falta para proponerse un camino, un programa y ver que marcha. Ahí está el valor de su privilegio. Es verdaderamente un premio más grande que su espera».

La noticia de que el Consejo Nacional de las Artes Plásticas le confirió la más alta distinción que puede recibir un pintor cubano, lo sorprendió en un estudio de grabación donde se encontraba haciendo un disco con 12 piezas musicales compuestas por él. «Jamás pensé que podría hacer canciones», expresó refiriéndose a su música, muy cubana, por cierto, y con una letra y melodía que acarician el alma de quien la escucha.

Dialogar, desarrollar conceptos a favor o en contra, enriquecer su juicio con una serie de valores que lo pongan a pensar, son máximas para este pintor, dibujante, escultor y ahora también compositor y cantante, cuya exquisita sensibilidad y constancia le han posibilitado ubicarse entre los mejores defensores de la cultura cubana.

Su amor por la naturaleza está presente en todo lo que hace. De ella se nutre y vive cada día. Al tiempo que realiza una intensa obra plástica, Ever Fonseca recolecta caracoles y tiene en su casa de La Habana un orquidiario con especies de casi todas partes del mundo, además de un poco de la tierra que lo vio nacer 74 años atrás.

«Por este galardón que me honra tendré la oportunidad de exponer en el Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA) y para esa ocasión quiero presentar un libro que estoy escribiendo con mis impresiones de la naturaleza y la historia de mi pintura. Ese día también pretendo dar a conocer mi disco. Ese sentido de esperar un resultado en el que pones el corazón es lo que te hace vivir», manifestó el artista, quien fue el primero de su generación, en los años 60, en exponer en esa institución cultural.

La pintura de este maestro es única en la plástica cubana, por la mirada tan espontánea que la distingue y la presencia de símbolos y metáforas con los que intenta comunicar su mundo interior.

«Desde la infancia he tratado de pintar buscando en las esencias, en todo aquello que de algún modo nos motiva y despierta alegría, interés, curiosidad, sentimientos humanos. De esa forma trato de encauzar mi discurso artístico, reflejando siempre de una forma sencilla y amena, el lado positivo de la vida, las experiencias más hermosas que he tenido en el contacto con la naturaleza. Buscando en lo espontáneo de mis impresiones e instintos de pintar es que recurro al hombre universal».

—¿Cuándo surge su interés por la pintura?

—Nací y viví en el campo y me llamaba mucho la atención todo lo relacionado con la naturaleza. El mundo de mitos y leyendas que se tejen en ese hábitat natural exaltaron mi imaginación e interés por descubrirlo. Desde niño me gustaba dibujar. Era muy observador y me identificaba mucho con el color, las formas y la luz.

«Al llegar a la adolescencia ya tenía una verdadera fiebre por pintar. Pensaba que si no llegaba a ser pintor no merecía vivir. Por aquel entonces me llamaban pintor y hasta decían que moriría tuberculoso como todos los artistas de la plástica de la época. Me tildaban de loco y de abogado de manigua.

«Siempre tuve la necesidad de pintar. Era la forma de realizarme en la vida. Aun cuando no pintara estaba creando porque a todo lo que miraba trataba de encontrarle una solución funcional y estética en su apariencia. Era como un arquitecto improvisado. Así lo hacía cuando pintaba con los colores, los armonizaba y cambiaba en su propia naturaleza. Es por eso que a los que veían mi pintura no les gustaba. Decían que eran garabatos como los que pintaban los niños. Ellos querían ver las palmas, las casas, el monte y el cielo en mi obra, pero mi propósito era pintar con los valores de la pintura y no de la imitación. Nunca me entendieron. Sin embargo, a los intelectuales de toda la Isla que viven en La Habana y que vienen de otras partes del mundo les gusta mucho».

—Era usted un joven rebelde cuando empezó en la Escuela Nacional de Arte (ENA)...

—Si, en aquel momento estaba en el Ejército Rebelde, en el Caney de las Mercedes, y un instructor de arte que fue a la Sierra vio mis pinturas (yo hacía murales de 20 metros antes de entrar a la escuela). Eran muy grandes. No en calidad porque, como ellos decían, eran pinturas primitivas.

«En el tercer distrito militar en Santa Clara pinté un cuadro del tamaño de la pantalla del cine. En la compañía 7 de la fuerza de combate Sierra Maestra, hice un cuadro también que tenía como ocho metros de largo por tres de alto, el cual representaba la historia del hombre.

«La Academia no me interesaba en ese momento. Es muy buena como disciplina, pero el arte no es aprender una fórmula. El arte es dar. No obstante, estudiar en la ENA fue la realización de una meta que me había trazado.

«Algunos de mis compañeros decían que yo era primitivo, sin darse cuenta de que ellos también nacieron fuera de la academia. Mi objetivo era plasmar el lenguaje de la pintura: lo que salía del azar en la reacción de los colores, que me sorprendía de su expresión. Se nace primitivo, yo partí del origen de la pintura y me fui cultivando y desarrollando como todo el mundo.

«Fui del primer grupo que se graduó en la ENA. Cuando entré a la escuela ya era un hombre adulto. Me gusta mucho esa forma que le sale al ser humano, como una continuación de la infancia, que tú pintas porque te brotan de adentro los valores puramente plásticos. Siempre quise mantener ese lenguaje espontáneo de la naturaleza, que es muy universal.

«En la época de la escuela discutía mucho. Ahora lo hago menos, porque descubrí que no siempre logro que me entiendan en la expresión de mis sentimientos con la pureza que los siento en la pintura.

«Mi pintura de aquella época es diferente a la de ahora. Era más desenfadada y azarosa. Soy amante de la pintura espontánea, que brota desde el origen en la expresión, como el olor de la neblina, el canto de los gallos, el olor del monte en las madrugadas y el del café. A veces veo más riquezas en aquellas obras —por la poesía de su ingenuidad— en contraste con lo profundo del sentido de las cosas que ahora está más claro. He querido conservar los instintos y desarrollar la poesía de la originalidad».

—Su obra ha estado muy vinculada a los momentos históricos que le ha tocado vivir.

—Sí. De una forma u otra siempre aparecen en ella. En los años 60 pinté muchos cuadros con temas que reflejaban la conmoción del mundo, como las guerras injustas, el homenaje a Viet Nam heroico, que no fueron muy comprendidos por ser portadores de un lenguaje muy diferente. No copio la realidad y a veces por eso pueden atacarme. He creado retratos de varios héroes: Maceo, el Che, Camilo, Martí y otras personalidades insignes. En este momento estoy haciendo uno de Simón Bolívar.

«Mi estilo ha ido evolucionado de una forma más estructural y comprometida con el requerimiento de una obra, a una subordinación a la poesía de la frescura. Mi obra actual es menos rígida, aunque la sigo haciendo con la misma responsabilidad, pero con soluciones más sencillas aparentemente. El lenguaje de las artes plásticas es anímico, emocional: es de instintos».

—¿Qué es lo más importante en la vida para usted?

—Ser consecuente, justo y útil en la vida. Todo lo que es muy difícil. Las cosas fáciles para mí no son importantes. Pienso que en la vida siempre se está empezando. Es una pena que uno dure tan poco, porque no alcanza el tiempo para hacer los proyectos que se tienen. Para mí lo más importante es todo lo positivo de la vida. He vivido honradamente de mi trabajo y de mi pintura.

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