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Compartiendo la vecindad del conocimiento

La experiencia plena de Rafael en el Consejo Nacional de Artes Plásticas ha curtido sus dotes de curador y comunicador

Autor:

Amado René Del Pino Estenoz

A lo largo de nuestra historia cultural ha existido un grupo de intelectuales que por sus saberes sistematizados e inquietudes enciclopédicas han sobresalido en el ámbito de su generación. Entre estos seres que dejan una impronta en sus contemporáneos, Rafael Acosta de Arriba genera toda la atracción y la expectativa de los clásicos vivientes. En los últimos años, su presencia en la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí (BNCJM) se ha vuelto más cercana y cotidiana, gracias a su colaboración en el espacio Sobre una palma escrita y, más que todo, a partir de que reingresara en 2020 a la institución en calidad de director de su publicación homónima.

El «fichaje» de Rafael Acosta a la BNCJM —en sus dos fecundas etapas— ha propiciado cierta reanimación de la producción editorial de ese sello, a la vez que ha consolidado el prestigio de la institución dentro de los espacios consagratorios de las artes visuales. Bajo su iniciativa y la de la bibliógrafa Araceli García Carranza se gestaron dos volúmenes antológicos de la Revista de la Biblioteca Nacional, en los que se sistematizó todo el aporte de esta publicación centenaria que abarca buena parte de las manifestaciones del pensamiento crítico y las humanidades. La experiencia plena de Rafael en el Consejo Nacional de Artes Plásticas ha curtido sus dotes de curador y comunicador, de las cuales se beneficia la galería El reino de este mundo, en el proceso de revalorización de sus espacios expositivos.

Sin reclamar la condición de irrefutable autoridad, Rafael Acosta ha realizado aportes decisivos en el mundo editorial y académico en cuestiones como la representación del cuerpo en la tradición fotográfica, los valores éticos y políticos de la corriente independentista, el imaginario socio-cultural del ajedrez y la pertinencia conceptual de la teoría iconológica. Para fortuna de sus colegas, su proyección desenfadada y generosa lo convierten en un profesional apreciado entre quienes amamos y nos consagramos al contacto con las fuentes del conocimiento. 

—¿Cuánto le aportó a su generación haber presenciado el auge de la vida cultural e intelectual en Cuba durante la década de los 60?

—En esa década pasé de la infancia a la temprana juventud (de los siete a los 16 años), de manera que solo por una cuestión elemental de desarrollo personal en cualquier latitud y tiempo fue un decenio cardinal.

«También puedes suponer que la vida cultural e intelectual, muy dinámica entonces, la percibía desde esa atalaya etaria, y el cine (en esos años se vio mucho cine de primera calidad: neorrealismo italiano, la nueva ola francesa y buen cine japonés), las lecturas (o lo que es igual, las bibliotecas), algunas exposiciones de artes visuales que visité (mis comienzos como degustador de arte), el ajedrez (siempre concebido como juego de la mente a la vez que fenómeno cultural) y otras actividades de ese perfil, acompañaron mis años de adolescente.

Fueron tiempos muy movidos, en los que las turbulencias políticas centraron la vida social, mucho más que lo cultural y artístico puro.

—¿Cómo se complementa en su persona la sensibilidad para la lectura (y escritura) de poesía con el interés por la prosa crítica, reflexiva y narrativa?

—Muy armónicamente, como debe ser. Por la lectura comienza todo, ella está al inicio de cualquier desarrollo ulterior del pensamiento creativo y crítico. Desde luego, crecer en un entorno donde había bastantes libros es fundamental.

Un hermano mayor también me impulsó mucho, porque era igualmente un lector voraz y me pasaba los libros que consumía, por cierto, subrayados por él. Eso me llamó la atención desde un primer momento, luego lo hice hasta el día de hoy.

Mi compañero de aulas desde segundo grado, luego en la primaria, secundaria y en la vida, Norberto Codina, era también un gran aficionado a la lectura, de manera que creamos talleres de debate en quinto y sexto grados, por nuestra cuenta, y en la secundaria gestamos un periodiquito juvenil.

El pensamiento crítico surge de lo que lees y lo que discutes con tus amigos y pares; de lo que lees y su confrontación con la realidad. Pero antes debes atiborrarte de conocimientos y hacer la debida digestión».

—¿En qué medida se relaciona la historia del ajedrez con la evolución cultural de la civilización humana en los últimos siglos?

—Creo que están indisolublemente ligadas. El ajedrez dejó de ser un mero juego de mesa de soberanos, nobles y aristócratas en sus primeros tiempos para convertirse en un fenómeno socio-cultural de primera magnitud. Cuando repasas su presencia en novelas, películas y ahora en el universo electrónico; cuando adviertes su potencial educativo en los niños y cómo las naciones preparan equipos para las olimpiadas (o sea, cuando adquiere una dimensión estatal), te das cuenta rápidamente de que es una de las actividades colegiadas e individuales, de índole intelectual competitivo, más reconocidas por la humanidad.

«Se puede afirmar, sin temor a decir un disparate, que el ajedrez forma parte relevante del paisaje cultural universal desde hace más de un siglo. Desde luego, los grandes jugadores, los campeones mundiales y sus rivales, son los que más han hecho para que tal situación se haya magnificado de esa forma. Ellos han sido (son) los líderes y hacedores principales de que el ajedrez tenga ese sitial en la modernidad. Es su mérito».

—¿Qué importancia confiere a las fuentes iconográficas, y de manera particular a la fotografía, dentro del estudio de la huella antropológica de individuos, instituciones y sociedades?

—La cultura visual ha invadido el mundo en la última centuria a partir de la fotografía, la televisión, el cine, y posteriormente hibridadas con las tecnologías de la información. Internet es la galería de imágenes que nadie, ni el más deslumbrante soñador, pudo imaginar alguna vez. No hubo un Julio Verne para ello.

«Hoy esa cultura está desbancando a la cultura del libro, que dominó a las sociedades humanas desde la imprenta de Gutemberg. Es una nueva y diferente cultura, centrada en la visualidad y en el poder omnímodo de las imágenes.

«Como dijo Roland Barthes hace 50 años, las sociedades dejaron de creer en ideas para dedicarse a consumir imágenes. Si lo analizas en el presente, pues es algo que sobrepasa todo cálculo posible: las imágenes nos desbordan y van desplazando la existencia del pensamiento abstracto hacia el reducto de academias y cenáculos literarios o científicos. La gente va dejando de leer y todos disfrutan las horas frente a las pantallas de cualquier tipo, sea lo que sea lo que les pongan o elijan. El potencial de razonamiento de las personas, de esta forma, pierde fuerza ante los atractivos dispositivos de entretenimiento y juego banal. Es lo que algunos han llamado la sociedad del espectáculo. En eso estamos actualmente.

—¿Cuáles habilidades formativas (facilidades idiomáticas, caudal informativo, poder de selección) se requieren para devenir un editor de excelencia?

—Todas esas habilidades que mencionas son necesarias para crear la capacidad de descubrir o reconocer un buen artículo o libro. Lo principal es tener una formación sólida como lector, de ahí se deriva lo demás. Cuando lees a los grandes escritores de la literatura de narración, a los grandes poetas y pensadores de las ciencias sociales te sientes preparado adecuadamente para leer a otros autores, y a los jóvenes que comienzan a esgrimir sus armas intelectuales.

«Ahí, creo que es donde radica la preparación principal para ser un buen editor, no solo por la capacidad de catar la calidad de los textos en cuanto a contenido, sino por su colocación en su perfil y, muy importante, por la prosa o lenguaje que ostenten. Conocer las revistas de avanzada también ayuda considerablemente. Lo otro pertenece ya a un don para organizar buenos números de una publicación y ser fiel a su perfil editorial».

—¿Cuánto valora las amistades duraderas dentro del ámbito académico e intelectual?

—El proceso de crecimiento en el aprendizaje, y más tarde en lo que se puede llamar el pensamiento más estructurado o desarrollado, necesita de la contribución de los que más conocen y pueden guiarte (la humildad ante el saber es muy necesaria), pero también de la contribución de amigos que interactúan con sus conocimientos aprendidos en tiempo real, es decir, tus contemporáneos.

«He conocido e intercambiado con personas notables de la cultura cubana que, sin dudas, aportaron muchísimo a mi formación, como Cintio Vitier, Jorge Ibarra Cuesta, Eusebio Leal, Juan Valdés Paz, Hortensia Pichardo, Araceli García Carranza, Enrique Saínz, Pablo Pacheco, Fernando Martínez Heredia, Jaime Saruski y Roberto Fernández Retamar, entre otros, y los coetáneos o de generaciones próximas como Norberto Codina, Jorge Aldereguía, Leonardo Padura, Reynaldo Montero, Arturo Arango y Félix Julio Alfonso, entre otros. Todos, de alguna forma, contribuyeron a moldear al escritor e investigador que soy. 

La Revista de la BNCJM, notable referencia para las ciencias sociales y las humanidades.

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