Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

¿Hice mal, periodista?

Autor:

Luis Sexto

Suelo, como mínimo, meditar o leer las sugerencias de cuantos comentan, en cartas y mensajes, alguno de mis textos. A veces, las aprovecho como pivote que facilite una reflexión. Por atinada, necesaria y oportuna sobresale la propuesta del Doctor Aldo Simón Gómez, reconocido experto en la ciencia de la tierra y sus desdichas, sobrino incluso de los Gómez, modelos de agricultores en los campos de La Habana, ya casi en vías de extinción como especie.

El Doctor Simón me pidió que extendiera y profundizara la nota del pasado viernes —El trabajo y otras vaguedades— con esta idea: más que aprobar leyes para obligar a trabajar, cumplamos las leyes vigentes y muchas veces violadas de la economía.

Hablamos un tanto largamente. Recordaba Simón cómo, en un momento de su labor, sostuvo que la baja productividad agrícola en las empresas se remitía, en parte, a los bajos salarios. Desde el estrado le respondieron que la riqueza había que crearla con la conciencia. Y él, con la modestia y la convicción que le sé, respondió que quizá por ahora fuera más conveniente modificar esa fórmula: crear la riqueza con el trabajo, y el trabajo, convertido en acto necesario, justamente pagado y reconocido social y moralmente, podría ayudar a la concreción y perfeccionamiento de la conciencia. ¿Hice mal?, me preguntó, aun con el escozor y el complejo de culpa que en esos tiempos le generaron reproches y críticas, que incluso hoy no faltan.

¿Hizo mal?, pregunto a mi vez. ¿Cuál será la respuesta apropiada a las circunstancias actuales de nuestro país? Este periodista está de acuerdo con la formulación del Doctor Simón. Me parece que la economía, a la cual tanto hemos invocado, ha sido irrespetada alguna vez en sus leyes básicas. Siendo base de la sociedad, se le ha reducido a planes, arengas, subsidios, remitiéndola a un papel subalterno. Ha predominado entre nosotros una concepción que, por momentos, ha tendido más a lo secundario que hacia lo principal.

Y esa tendencia de invertir los términos es el nicho donde se engendra, se da a luz y se nutre el voluntarismo. ¿Por qué hemos priorizado, en determinados momentos, la administración por sobre la organización; la imposición por encima de la auténtica discusión? Quién no ha visto aplazar el mantenimiento de una planta, porque se ha alegado que lo esencial radica en producir sin estimar el costo; quién no ha visto interrumpir el proceso productivo en ciertas empresas, y mover a medios y hombres porque «el director de arriba necesita resolver una compromiso». O quién no ha sido beneficiario y víctima a la vez del paternalismo, que ha exaltado la gratuidad a rango de fórmula de la distribución social, cuando en términos estrictamente racionales ha actuado contra la solidez de los cimientos de la sociedad al limitar —involuntariamente, claro— el papel del trabajo.

Ya parece evidente que las aspiraciones de justicia no pueden estar por encima de la capacidad de generar riquezas. ¿Cómo habremos de distribuir lo que no se produce o lo que no puede adquirirse? ¿Puede, en fin, repartirse la pobreza? Teoría resabida, en efecto. Pero si necesitamos proteger la economía con una coraza de invulnerabilidad, hemos de empezar por rescatar estas verdades, tan obvias, del almacén de objetos útiles desechados. Mientras sea considerada como una camisa que se quita hoy y se vuelva a vestir mañana, tal si la sacaran de un ropero de caprichos e improvisaciones, será casi imposible garantizarle a la economía esa salvaguarda que tanto necesita el país.

Siguiendo el índice de los últimos análisis públicos en Cuba, no parece que haya yo escrito alguna barbaridad. Y reitero que, como nos lo recuerda el Doctor Aldo Simón Gómez, más que nuevas leyes, urge cumplir las leyes implícitas de la economía socialista. Respetándolas, posiblemente, el trabajo empezará a convertirse, antes que en un título de honor —que lo debe ser— en una necesidad que mueva a brazos y conciencia.

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