El primero de ellos es la República Islámica de Irán. «¡Hum! Eso habrá que analizarlo muy, pero que muy detenidamente». El segundo es Israel. «¡Pues adelante!, está en todo su derecho».
A cierto realizador fílmico latinoamericano, famoso por el contenido trágico de sus relatos, lo entrevistaron cierta vez y le preguntaron en torno a la visión amarga y pesimista de sus personajes. Indagaba el periodista además sobre la indiferencia de estos para con sus semejantes.
Son como torres de Babel, pero en sentido horizontal. A semejanza de la construcción bíblica, tal pareciera que en muchas calles y avenidas de nuestras ciudades confluyen todos los transportes del mundo, incluso los que no debieran estar.
Las palabras que nos parecían saetazos en la voz de Ryszard Kapuscinski y de Ignacio Ramonet, en otros comienzan a desgastarse, a ponerse viejas, a dejarnos en un callejón sin salida frente al aluvión tecnológico que está transformando radicalmente al emisor y al receptor, con una brecha casi irreconciliable entre quienes ya cumplieron los 50 años de edad y aquellos que viven sin contradicciones la cultura digital.
Los ideales que no se cuestionan enmohecen, se encartonan y perecen. Una Revolución debe ser una perenne interrogante. Ello sostuve recientemente en esta columna.
«¡Soldado Paz, usted ha sido asignado al pelotón de los mechones!». La voz del oficial percutió en mi vergüenza como choque de platillos en mi cabeza. Sentí que me mandaran a las estepas rusas.
Como hemos dicho, una de las causales de apelación alegada por los abogados de la defensa de nuestros Cinco Héroes sobre la cual deberá pronunciarse el panel de jueces del Onceno Circuito en Atlanta, es la mala conducta de la Fiscalía a lo largo de todo el proceso.
Los cubanos, tan propensos a acuñar términos extravagantes, le dimos desde hace rato luz verde a uno que comparte nuestra cotidianidad a la manera de un pariente cercano: cuentapropista.
En su artículo A pesar de todo (Granma, 30 de julio de 2007) el Comandante Fidel Castro concluye diciendo que «Estados Unidos tiene 26 veces más habitantes que Cuba. Según cálculos conservadores, ellos lograron una por cada 3,09 millones de habitantes; nosotros, una por cada 195 000». Tiene razón. Hay otro modo también de presentar el tema, que es el que resulta de controlar el número de medallas de oro según el tamaño de la población de cada país. Se trata de un supuesto razonable dado que si un país tiene una población mucho mayor que otro obtiene una ventaja que se deriva de su superioridad demográfica y no de la calidad de sus deportistas. El razonamiento no es caprichoso si se recuerda que para controlar el «factor tamaño poblacional» es que los economistas compilan estadísticas del ingreso per cápita, o de la productividad per cápita, de modo de facilitar la comparación entre naciones con distintas magnitudes de población. Y nadie discute esta estrategia estadística.
Notamos desde hace tiempo que en establecimientos y algunos edificios públicos practican una tendencia ya casi generalizada: cerrar puertas. Tiendas, cines, hospitales complican en creciente distorsión el paso fluido de las personas, llámense clientes, consumidores, usuarios, pacientes... Evidentemente, la causa de tantas limitaciones en las entradas y salidas es la protección. ¿Quién tiene algo en contra de que protejamos los bienes del Estado, de las empresas, las cadenas de tiendas? Nadie, desde luego. Pero al menos me parece que la forma, a veces tan esencial, yerra.