Sus integrantes se pasaron los dos meses de verano de pueblo en pueblo, «sin sacudirse el polvo del camino», sin pedir premio alguno por haberse quebrado en demasía la garganta o por resistir los dolores en las manos de tanto instrumento rasgueado.
Cuando las charlas con aires de tertulias que entablaba con mis amigos sacaban a la luz la frase «¿Quién lo ha visto?», entonces solo me atacaba el recuerdo de una pantalla de 14 pulgadas, rodeada por botones de volúmenes, canales, y la calcomanía con rastros del tiempo que un día le pegué a mi televisor. Y dentro de ese artefacto obsequiado por el bondadoso mundo moderno estaba él, hablando entonces de otras cosas.
Vestido pulcramente, parece que se encamina hacia una recepción, cuando en realidad va a lustrar calzados. Allí en la calle lateral al Cardiocentro, en Santa Clara, llama la atención aquel hombre que antes del comienzo de su trabajo limpia con una escoba el lugar donde se va a situar. Y cada vez que atiende a un cliente se lava las manos, si de inmediato no sube otro a la silla.
Días atrás, al sentarse junto a ella el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu y el líder palestino Mahmud Abbas, la jefa de la diplomacia de EE.UU., Hillary Clinton, dio unas puntadas al saco antes de que el grano saltara: «No podemos imponer soluciones. Solo ustedes tomarán las decisiones necesarias para llegar a un acuerdo que asegure el futuro de la ciudadanía de Israel y Palestina».
Fuimos justamente hasta el centro. Mis colegas y yo hicimos un alto al sentir que ocupábamos un punto desde el cual podía levantarse la vista, sin desvíos, hacia el podio desde el cual hablaría Fidel. Si buscábamos el paisaje a nuestras espaldas, si la mirada se dejaba caer por la pendiente de la calle San Lázaro, advertíamos un cielo de trazos rojos y naranjas, de amanecer.
Un zapatazo al rostro seguido de la frase «toma tu beso de despedida de parte del pueblo iraquí», fue el adiós propinado a W. Bush por un periodista de ese país, Muntadhar al-Zeidi, quien resumió en una sola acción el sentimiento de odio y desprecio que experimentan los iraquíes hacia el entonces Presidente estadounidense, por la ocupación y posterior destrucción de su país.
A casi dos semanas de haber pasado disciplinadamente por las urnas, los australianos esperan porque ese acto se traduzca en un ejecutivo al frente de los destinos del país. Es tiempo de alianzas. Ni los laboristas ni los conservadores alcanzaron los votos necesarios para gobernar y la gente de a pie apenas espera que la incertidumbre no afecte demasiado sus vidas.
Dicho con honradez y buena intención, la escasez de cosas materiales, incluso de las no básicas, solo puede en última instancia explicar totalmente el deterioro de ciertos valores en la sociedad cubana. Las causas son diversas. Fijémonos en que la educación ha podido distorsionarse quizá por haber insistido en la instrucción y no tanto en la educación cívica, que debe preparar la conciencia de los educandos para saber convivir, esto es, respetar el derecho como relación solidaria en la patria común.
El mundo ha dejado de girar en torno a las grandes potencias y sus formas de hacer negocios. La política económica internacional ya no puede ser decidida por siete naciones (Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, Italia y Japón). Ahora el bacalao también lo cortan otras cuatro naciones: Brasil, Rusia, India y China (conocidos como los BRIC), con sus asombrosos resultados económicos en medio de una crisis crónica, en la que los gigantes de siempre no tienen mucho de qué presumir. Sudáfrica ha captado la lección, y por ello, se acerca cada vez más a este grupo, que comienza a conformar un nuevo orden económico y político mundial.