Hay seres que se asoman a la vida en el instante preciso. Y la sujetan fuerte para enrumbar los mejores afanes. Hay hombres preclaros, rebeldes, de principios inamovibles. Llegan como si ya hubiesen ido muchas veces adelante. Y se van dejando tanto, salvando todo. Juan Gualberto fue de esos.
A la hora de picar el cake, los que festejan ponen cara de haber masticado cáscara de limón cuando ven aparecer a otros participantes. Estos también querrán su parte del pastel, y por eso, se llevan una mueca de los anfitriones. En días de crisis, ¡hay tan poco dulce que repartir…!
Recibí hace poco un mensaje en el que alguien me preguntaba muy respetuosamente qué yo quería decir el viernes pasado cuando, al final de mi nota titulada El detalle y el conjunto, escribí: «Quizá todo sea más claro cuando diga que las puertas cerradas solo conducen a la ansiedad, a incrementar la sensación de la pérdida de sentido y responsabilidad en las acciones humanas. Y con la metáfora solo quiero decir, lo que he dicho: La ilusión, el estímulo, la confianza implican aire fresco; la inflexibilidad… Bueno, califíquela usted». No comprendía, además, que yo invitara a mis lectores a que calificaran la inflexibilidad.
Cuando hace unos meses el senador por la Florida, Mel Martínez, anunció que se retiraba inmediatamente de su escaño en el Senado Federal, todos los ojos se viraron para el Gobernador del estado, Charlie Crist, pensando que era la persona que lo iba a sustituir. No había por qué pensar que el primer mandatario del estado no fuera el sustituto natural para ese puesto.
Desconozco a ciencia cierta el origen de una expresión tan recurrida que desde la temprana infancia incorporamos al vocabulario de nuestro fantasioso mundo lúdico. Contemplada primero con la condescendencia que provocan las travesuras inocentes, suscitó luego desazón en los mayores cuando se les jugaba «cabeza», esto es, se esquivaba o desobedecía con subterfugios las disposiciones paternales o las obligaciones escolares.
Todavía se comenta el lamentable incidente ocurrido el pasado domingo durante el segundo juego del play off entre Industriales y Sancti Spíritus. Y yo me lo perdí —lo confieso— porque miraba por televisión el primer duelo de Villa Clara y Santiago.
Ya el azúcar no es el «oro nacional», ni el guarapo es «la sangre de Cuba»; ya el ingenio no es «el corazón del país». Que lo sepa Miguel Ángel de la Torre, gran cronista de principios del siglo XX: sus metáforas languidecieron con las reconversiones económicas, a la vuelta de tantos años. Que se entere también el sabio Don Fernando Ortiz: no hay ahora contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar, por abandono de esta última del combate por la primacía en nuestra vida. El ingenio de Manuel Moreno Fraginals hoy muele sus propios recuerdos.
Jorge Luis Borges, el polémico y genial escritor argentino, se emparentaba con el griego Platón. «Nos rodean de espejos», decía Borges. Espejos que devuelven la realidad deseada, no la verdadera. Y algo parecido afirmaba Platón con su mito de la caverna. Allí los hombres permanecían atados entre sí, mientras confundían lo existente con sus propias sombras.
Cuando Elpidio Valdés, según una escena del gracioso dibujo animado, recibió los grados de coronel —que lo designaban líder de su tropa— llegó a expresar con candor: «¡A sus órdenes!». Tuvieron que advertirle: «Muchacho, tú eres el jefe». Pero Elpidio repitió las mismas palabras; entonces le dijeron a coro: «¡Muchacho, que ya eres el jefe!».
La absoluta carencia de mártires que padece la contrarrevolución cubana, es proporcional a su falta de escrúpulos. Es difícil morirse en Cuba, no ya porque las expectativas de vida sean las del Primer Mundo -nadie muere de hambre, pese a la carencia de recursos, ni de enfermedades curables-, sino porque impera la ley y el honor. Los mercenarios cubanos pueden ser detenidos y juzgados según leyes vigentes -en ningún país pueden violarse las leyes: recibir dinero y colaborar con la embajada de un país considerado como enemigo en Estados Unidos, por ejemplo, puede acarrear severas sanciones de privación de libertad-, pero ellos saben que en Cuba nadie desaparece, ni es asesinado por la policía. No existen “oscuros rincones” para interrogatorios «no convencionales» a presos-desaparecidos, como los de Guantánamo o Abu Ghraib. Por demás, uno entrega su vida por un ideal que prioriza la felicidad de los demás, no por uno que prioriza la propia.